Otras miradas

Las voces sepultadas de Siria

Leila Nachawati

Escritora y profesora de comunicación, especialista en Oriente Próximo

Las voces sepultadas de Siria
Un voluntario de los Cascos Blancos salvando la vida a un menor | Reuters

Es bien sabida la importancia de incorporar en los relatos sobre opresión y discriminación a quienes las viven en primera persona. En la lucha contra el racismo, el machismo, la discriminación por razón de género, orientación sexual o por discapacidad, las realidades que atraviesan a personas y grupos humanos diversos deben encontrar el lenguaje que mejor las represente y dignifique. De igual manera, en el caso de luchas contra ocupaciones, guerras o conflictos, también es fundamental que el lenguaje refleje las realidades de quienes los viven. La autora Christine Sylvester, un referente en estudios sobre conflicto, se refiere a esto como "la guerra desde abajo", una conceptualización que busca señalar la importancia de recoger la historia y memoria de los conflictos desde los testimonios de quienes los sufren. Ella habla de quienes "encarnan" las guerras frente a las élites que las promueven e incide en "la experiencia de la guerra" frente al relato de quienes la orquestan.

En la orilla este de nuestro mediterráneo, en la convulsa región de oriente próximo y norte de África, quienes encarnan procesos revolucionarios, ocupaciones, guerras y conflictos, quienes sufren hoy una tragedia natural inabarcable, no encajan en el relato que se cuenta de ellas. Así lo expresa Ayham Al Sati, en su hermoso y desgarrador texto "Siria: muerte tras escapar de la muerte". "No se nos escucha, no se emplea un lenguaje que realmente describa nuestra realidad", ha señalado, en la misma línea que el resto de sus compañeros de Baynana, revista digital fundada por periodistas sirios refugiados en España, en las conversaciones que hemos mantenido estos días. "No se tiene en cuenta tampoco a los periodistas sirios, que conocen mejor que nadie las claves del país y la región, y se dejan la piel en contarlo", añade.

Escuchar antes de donar

Para apoyar a los sirios y las sirias —a quienes sufren el terremoto, a quienes encarnan la guerra, a quienes protagonizaron un levantamiento popular por una vida digna que cumple estos días su 12º aniversario— es necesario salir de la lógica occidental y de contextos democráticos y pararse por un momento a escuchar. Escuchar antes de hablar, escuchar antes de contar, escuchar también antes de donar. Las donaciones son necesarias, son preciosas, pero solo si realmente llegan a quienes las necesitan.

En estos días, ante la nueva tragedia que se ceba con el sur de Turquía y el norte de Siria, oímos de nuevo hablar de "gobierno sirio", pese a que no existe en el país una estructura de gobierno como tal. Quienes escuchen, oirán a sirios y sirias hablar de "régimen", de "dictadura", de "clan", de "estructura mafiosa" para referirse a lo que queda del partido Baaz, que accedió al poder en 1963. En Siria no hay lo que se entiende en otros contextos por "presidente y primera dama", por más elegante que luzca la pareja en su visita a Alepo, entre las ruinas de quienes lo han perdido todo por enésima vez. Hay un clan encabezado por responsables y cómplices de crímenes contra la humanidad incapaces de contener la sonrisa mientras visitan a víctimas del terremoto, muchas de ellas supervivientes de los incontables bombardeos ordenados por esos mismos criminales. Quienes escuchen a sirios sabrán que la zona noroeste continúa aislada y desatendida, y que son las organizaciones locales de defensa civil, principalmente Cascos Blancos y Molham, quienes están atendiendo la inabarcable emergencia de estos días. "Hemos fallado al noroeste de Siria", afirmaba un funcionario de Naciones Unidas al cumplirse una semana del terremoto, una afirmación que remite a la nula asistencia a ciudades tan castigadas como Idlib, pero que es extensible a la última década.

Quienes escuchen, oirán que en Siria hay zonas bajo el control del régimen y zonas liberadas. "A Rusia y al régimen sirio les gusta llamar a estas últimas las ‘áreas fuera del control del Estado’. A quienes pedimos libertad, justicia y democracia nos gusta llamarlas ‘áreas liberadas del control de la dictadura’", nos recuerda Al Sati. Zonas devastadas, con infinidad de problemas, en las que intentan imponerse grupos más que cuestionables contra los que la población se resiste, pero liberadas. Liberadas porque viven en ellas personas, muchas doble o triplemente desplazadas, que huyen de la represión del régimen en el resto del país, que continúan buscando una vida digna, buscando ser libres. Liberadas y sin hospitales en pie, sin equipos sanitarios para responder a la emergencia de un terremoto de escala 7.8, porque aviones de Asad y su aliado ruso los han bombardeado de forma sistemática en la última década.

Estos días, el relato del levantamiento popular y la guerra que ha vivido y vive Siria se diluyen en la tragedia del desastre natural. Se difuminan las responsabilidades, se normaliza el dolor y a quienes lo causan o contribuyen a él. Se da reconocimiento internacional a los responsables de la destrucción del país mediante donaciones, levantamiento de sanciones (que nunca han afectado a la ayuda humanitaria) y acuerdos internacionales. Se revictimiza a las víctimas, personas con nombres y apellidos que merecen que su voz y su memoria no queden, una vez más, sepultadas.

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