Otras miradas

La libertad de expresión es de pago

Marta Nebot

La libertad de expresión es de pago
Una mujer con una banda en la boca que simula su silencio durante una concentración contra la ley Mordaza
Eduardo Parra / Europa Press

Acabo de ganar y perder lo que fuera de los tribunales llamamos un juicio y allí llaman procedimiento penal. No sabía que eso se podía ganar y perder al mismo tiempo, pero los abogados me cuentan que es lo que más pasa en estos casos.

Un partido político me puso una querella por injurias, calumnias y delito de odio y ahora la Audiencia Provincial de Madrid ha confirmado que queda archivada. No ve delito pero tampoco ve "mala fe o temeridad" por parte de quien me acusó en vano. Nunca las ven, me dice mi abogado. Eso se traduce en que mis costas van a la mía y me van a costar casi quince artículos como éste que estás leyendo. Habrá a quién le parezca poco dinero. Para mí y para la mayoría trabajadora es mucho trabajo y, para cualquier salario medio, ser consciente de que te puede volver a pasar en cualquier momento es indiscutiblemente disuasorio.

Me acusaron de todo eso porque expliqué en un programa de televisión en directo, durante el confinamiento de 2020, que la mentalidad que justificaba que unos vecinos quisieran expulsar, por considerarla contagiosa, a una médica que vivía en su edificio era la misma que defiende ese partido político que quiere expulsar a los migrantes. La idea que subyace es que el que presuntamente trae problemas mejor que se vaya. En mi exposición expliqué, además, que esos mismos migrantes eran los que iban a recoger la fruta y la verdura que comeríamos, cuando nadie estaba dispuesto a ir a sacarla. Hablé también de lo triste que es que esas políticas facilonas, que buscan culpables para simplificar problemas complejos, se estén extendiendo por Europa. Y señalé lo importante que es convencer a esos votantes de que esas soluciones no solucionan nada.

Cuando me llegó la notificación, hace ahora casi dos años, y asumí lo que me estaba pasando, me tuve que poner manos a la obra entrevistando a abogados, como hace cualquier acusado con un salario de más de 1.200 euros. Los que ganan menos pueden arriesgarse con uno de oficio que es gratis y puede ser bueno o no, pero no puede ser elegido. Es el que te toque. Así que todo el que puede prefiere uno de pago. Yo, en el casting que organicé, me encontré con presupuestos del triple de lo que he pagado y también con quien me lo ponía algo más barato a cambio de salir en los papeles.

No quise ni arruinarme ni montar lío. Encontré a alguien que me parecía sensato y que entendía mi planteamiento: No comprendo cómo algo así puede terminar en una querella aceptada a trámite en un juzgado, pero, si es así, no quiero que el juez me juzgue bajo ninguna presión provocada por mi parte.

Algunos candidatos a ser mis defensores llegaron a regañarme por lo que me proponía y me tildaron de ingenua con explicaciones como éstas o parecidas:

–¿Pero cómo se te ocurre mentarlos? Estamos cómo en la transición, hay palabras que no se pueden decir. Hay que cuidarse. Muchos compañeros tuyos ya han aprendido esta lección. Hay que hablar como en La Codorniz durante el franquismo: diciendo sin decir, buscando los cómo con astucia para esquivar la censura.

No les puedo quitar toda la razón. Censura no hay pero palos como éste pueden tener un efecto parecido: la autocensura. Aún así, aquellas conclusiones me resultaban tan derrotistas. Si hacemos eso ya habrán ganado, me dije a mí misma.

Durante el tiempo que ha durado el proceso, casi dos años, he intentado no hacer nada distinto de lo que habría hecho antes. No me he mordido la lengua conscientemente; inconscientemente no sé si lo habré hecho. Confieso que la cuestión me ha hecho autoanalizarme en muchos momentos. Reconozco que me asustó verme en el banquillo de los acusados ante una autoridad que puede hacerte mucho daño. En ningún momento creí haber injuriado, calumniado o movido al odio pero los juristas que conozco, sin excepción, me advirtieron de que aunque ellos tampoco lo creían dependía del juez que me tocara y que, tanto el proceso como la sentencia si perdía, podían costarme mucho dinero.

El auto de la Audiencia Provincial de Madrid analizó mi discurso para concluir que no cometí ningún delito pero dispuso que cada parte pague sus letrados. Así que, habiendo ganado, voy a pagar por mi ejercicio de libertad de expresión y de búsqueda de reflexión colectiva cinco veces lo que gané en aquel programa de televisión.

Más allá de lo mío, lo trascendente es que la Justicia mal empleada funciona como un caballo de Troya enorme en el corazón de la democracia. ¿Qué sentido tiene que un ciudadano tenga que pagar porque otro u otros lo acusaron de algo que no tenía ninguna base ni sustancia? ¿No deberían hacerse cargo los falsos acusadores de todos los perjuicios que su falsedad produjo? ¿No es difícil sostener que la libertad de expresión prevalece cuando pueden hacértela pagar a su antojo?

Cuidado, compañeros, sobre todo los freelance como yo que no tenemos una empresa que nos respalde. Sé de buena tinta que hay un partido político, del que no quieren que me acuerde, que tiene abogados en plantilla dedicados a querellarse contra periodistas por cosas por las que ningún otro partido político se plantearía llevarte a un juzgado.

Y una última reflexión, fruto de años reflexionando: tal vez sea mejor darle lo que quiere y mencionarlo lo menos posible. Cuánto menos se habla de él más cae su expectativa de voto, más cae esa mentalidad caduca, maniquea e inútil de unos contra otros que solo pesca en el victimismo y en la bronca y que se aprovecha de los mecanismos democráticos –en este caso la justicia– para cargarse los principios democráticos: la libertad de expresión, por ejemplo.

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