Otras miradas

Hay que disolver la Real Academia de la Historia

Alfredo González-Ruibal

Arqueólogo y etnoarqueólogo especializado en investigación de la arqueología del pasado contemporáneo

El Rey Felipe durante su discurso en el acto de presentación pública del "Portal Digital de Historia Hispánica
El Rey Felipe durante su discurso en el acto de presentación pública del "Portal Digital de Historia Hispánica", de la Real Academia de la Historia, a 28 de febrero de 2023, en Madrid (España). Foto: Antonio Gutiérrez / Europa Press

El pasado 28 de febrero el rey Felipe VI presidió la presentación del portal digital "Historia Hispánica" de la Real Academia de la Historia, un mapa interactivo de la historia de España. Leí la noticia, leí el discurso del rey, visité la página web. Mi conclusión: hay que disolver la Real Academia de la Historia.

Empecemos por las palabras de Felipe VI. Su discurso tiene poco que ver con la historia y mucho con el nacionalismo español: "La Historia Hispánica es única en el mundo". Claro. Y la de Uganda y la de Andorra y la de Mongolia. Todas las historias son únicas. Por eso, entre otras cosas, son interesantes. Pensar que la historia de uno es mejor que la historia del vecino es acercarse peligrosamente a ese nacionalismo chovinista que la investigación histórica debería contribuir a desmontar, no a alentar.

Pero la cosa no se queda ahí: "Es importante no sólo que la conozcamos, sino que sintamos el orgullo por un pasado que ha trascendido nuestras fronteras". Ninguna institución dedicada a la historia debería fomentar el orgullo por el pasado nacional. Porque entonces ya no hablamos de historia, sino de otra cosa. La historia académica debe servir para reflexionar, aprender y entretenerse. Pero no para crear orgullo. A eso se le llama formación del espíritu nacional.

¿Debe el orgullo eliminarse de la experiencia histórica? No necesariamente. Cada uno es libre de elegir los fragmentos del pasado con los que identificarse: pueden ser el levantamiento de los comuneros, la Segunda República o la Transición Democrática. Pueden ser Blas de Lezo o la Restauración borbónica. Pero ninguna institución dedicada a la historia debería promover el orgullo histórico de forma generalizada y acrítica, como si el país fuera un equipo de fútbol y la historia, la Liga de Campeones. La realidad es que ningún pasado de ningún país en su totalidad es para enorgullecerse, ni el de España ni el de Uganda ni el de Andorra.

Porque si la historia de España es para sentirse orgullosos: ¿qué hacemos con las masacres antisemitas del siglo XIV, la esclavitud trasatlántica o la dictadura de Franco? Enorgullecerse del pasado es una forma de blanquearlo. Y hablar de una historia que trasciende fronteras sin explicar como las trascendió y por qué motivos (con violencia, por afán de lucro, para imponer una religión y con tremendas resistencias) es falsear la historia.

El problema es que la Real Academia de la Historia es un aparato ideológico. Sus miembros son mayoritariamente conservadores y sus manifestaciones públicas lo son también, cuando no abiertamente reaccionarias. La función de la Academia no es divulgar la historia de España o fomentar una historiografía excelsa e innovadora, sino apuntalar una idea específica del país y su pasado: imperial, centralizado y monárquico.

Y no, no creo que la solución pase por una institución ideológicamente diversa. El problema es la idea misma de Academia de la Historia, que se mantiene fiel al espíritu del siglo XVIII: «purificar y limpiar la [historia] de España de las fábulas que la deslucen e ilustrarla de las noticias que parezcan más provechosas» ¿Quién decide qué noticias son más provechosas? Me llama la atención que aquellos que reniegan de las leyes de memoria democrática por intentar imponer un relato histórico sobre la Guerra Civil y la dictadura no se escandalicen igualmente por la existencia de una institución que pretende imponer un relato para toda la historia de España.

Pero la Real Academia debería disolverse sobre todo por razones estrictamente científicas. Porque lo que hace es mala historia. Es historia trasnochada metodológica y teóricamente. Puede que los miembros de la Academia hayan descubierto las herramientas digitales, pero lo que no parecen haber descubierto es lo que hace la historia en el siglo XXI. El portal de Historia Hispánica es un buen ejemplo de ello: las tres categorías que uno puede explorar en el mapa son nacimientos, muertes y hechos. Es decir, historia, o más bien crónica, de tiempos de Felipe V no del nuestro.

Lo que se despliega ante nuestros ojos con tecnología del siglo XXI es una historia del siglo XVIII o XIX, una historia de antes de la escuela de los Anales, de la historia económica, cultural y social, de la longue durée y de la microhistoria, de la historia de género, de las mentalidades, de la vida cotidiana y de los sentidos. Historia rancia y aburrida de varones ilustres (y alguna mujer), batallas, tratados y fechas. Historia, en fin, de antes de que la historia se convirtiera en la disciplina científica que es hoy. Lo que nos devuelve a la premisa inicial: la Real Academia no está para hacer ciencia, sino política. Y por el bien de la ciencia y de la política, lo mejor que puede hacer es disolverse.

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