Otras miradas

Rosalía, Rauw Alejandro y las resacas culpables

Nagua Alba

Psicóloga. Ex diputada en el Congreso

Rosalía, Rauw Alejandro y las resacas culpables
Los cantantes Rosalía y Rauw Alejandro, posan en el photocall de los 40 Music Awards 2021 en el Velèdrom de Palma, a 12 de noviembre de 2021, en Palma de Mallorca, Mallorca, Baleares (España). Isaac Buj / Europa Press (Foto de ARCHIVO) 12/11/2021

Hace unos días, Rosalía y Rauw Alejandro salieron de fiesta por Barcelona. Al cerrar la sala Apolo, donde habían pasado la noche, volvieron a casa abrazados, tambaleantes y cubata en mano. Las fotos de la pareja no tardaron en hacerse virales y dar lugar a numerosos memes comprensivos con su (un tanto lamentable) estado. Y es que todas hemos sido Rosalía a altas horas de la madrugada, con su maquillaje corrido y esa cara de urgencia desesperada por derrumbarse en la cama. Tras el arrebato empático al ver las imágenes, me asaltó una duda: ¿tendrán Rosalía y Rauw Alejandro resaca?

Antes que nada, una aclaración. Cuando hablo de resaca, no me refiero a los típicos síntomas físicos consecuencia del consumo de alcohol en exceso (véase dolor de cabeza, náuseas y una necesidad imperiosa de comer algo grasiento), de esa no se libraron, seguro. Hablo de la resaca emocional, que es mucho más aterradora. Existen varios tipos de resaca psicológica, entre otras, la irritable (que puede tener que ver con la falta de sueño), la avergonzada ("¿escribí a mi ex?", "¿hice ese comentario estúpido delante de todo el mundo?", "¿invité a chupitos?", "creo que le di la turra a aquel chico", "oh, no, ¡subí a bailar sobre el escenario!") y la culpable, que es la que me obsesiona, porque la sufro últimamente.

La resaca culpable es la que nos hace cuestionarnos nuestra integridad moral por el mero hecho de habernos emborrachado y divertido. Nos despertamos por la mañana bajo el asalto de pensamientos intrusivos y sin poder escapar de un monólogo interno digno del Raskolnikof de Crimen y Castigo: "¿POR QUÉ LO HICE?". La culpa puede ponerse en diversos lugares (escoja aquí una o varias opciones): haber gastado demasiado dinero, haber perdido el control, haberse destrozado un poco la salud (un saludo a quienes creen que se ahorrarán esto si piden el cubata con un refresco sin azúcar) y suma y sigue, el abanico de posibilidades es interminable. Pero solo son excusas, la culpa en realidad va más allá, responde a algo intangible y por tanto difícil de combatir. Hay cierta penitencia en la resaca psicológica, una fórmula de expiación de los pecados cometidos. Supongo que Rosalía y Rauw Alejandro no mirarán con preocupación su cuenta bancaria al día siguiente para sobresaltarse por lo mucho que tiraron de tarjeta de crédito la noche anterior. Y es probable que crean que pueden neutralizar la agresión a su cuerpo con algún tratamiento súper natural (y súper caro) en un spa de lujo. Pero ¿se habrán librado de esa sensación de ser un despojo moral, de haber hecho algo imperdonable? Quizá no. Y es que es no es fácil zafarse de la moral judeocristiana incluso cuando no se ha recibido una educación explícitamente católica. A quienes no practicamos el catolicismo nos toca la peor parte, la culpa nos asalta de igual manera pero no podemos correr a confesarnos ante un cura, rezar un par de avemarías e irnos a casa como si nada hubiera pasado. Tenemos que fustigarnos, arrepentirnos y lamentarnos durante una larguísima jornada y de las formas más enrevesadas y creativas posibles.

La resaca culpable, que marida tan bien con la moral cristiana, es en realidad una consecuencia más de un sistema cultural, económico y social que nos hace sentir que fallamos con cada movimiento que hacemos. Pasamos la semana intentando demostrarnos que podemos estar a la altura de lo que se espera de nosotros y nosotras y llegar a ser personas lo suficientemente (escoja aquí una o varias opciones si es hombre, si es mujer probablemente haga pleno) exitosas, trabajadoras, sanas, guapas, delgadas o/y listas. Pero fallamos, porque nuestro destino es fallar. Y cuando lo hacemos, solo nos queda escapar de la realidad. Nos vemos impelidos e impelidas a ser perfectas, y culpables si tratamos de evadirnos (de la única forma que se nos ofrece) durante unas pocas horas del hecho de no serlo. Y es que bastante poco nos desquiciamos cuando vivimos bajo el yugo de un sistema que nos estruja toda la semana y nos arroja al viernes noche con tal ansia de desconexión que solo podemos apagar nuestros cerebros consumiendo alcohol hasta olvidar. Para devolvernos al día siguiente por la mañana esa sensación de fracaso, multiplicada por millones, en forma de existencialismo exacerbado al son del Yo confieso: "Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa".

Así que, mientras abolimos el trabajo, conseguimos una renta básica y nos liberamos de la culpa católica (y a falta de spa de lujo), mi receta para el domingo es: mucha agua, comida china y llamar a vuestros amigos y amigas para haceros unos mimos, mucho más sanadores que todos los padrenuestros y avemarías del rosario.

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