Otras miradas

La rebequita pachucha de Tamames

Israel Merino

Periodista. Autor de 'Más allá de la noche: Crónica de lo salvaje y lo precario'

La rebequita pachucha de Tamames
Ramón Tamames, candidato de Vox en la moción de censura, en La Hora de La 1 de TVE

Tamames sale con una rebequita vieja y España se paraliza; Tamames dice que va a hacer una moción de censura con 52 hijos de San Luis y el olor de los ceniceros nos empieza a parecer hasta simpaticón.

Mi abuelo Cipri, ingenioso autobusero, decía que a los viejos debíamos tenerlos en cuenta por ser personas, no por ser viejos. Vamos, que la edad te puede dar la misma perspectiva vital que un periscopio con los espejos comidos por salfumán.

En una entrevista el pasado jueves para la televisión pública, Ramón Tamames, economista y (ex)militante del PCE, formalizaba que iba a ser candidato en una moción de censura que Vox, el partido de la barra barnizada con coñac, iba a registrar el lunes. Todo mu’ fresco, señores.

La entrevista, que parece sacada de una película segundona de Bigas Luna, dice más por la puesta en escena que por el discurso del tete Ramón: embutido en una rebeca de cuando Modas Paqui era trending topic, el señor se encuentra rodeado de cuadros absurdos enmarcados con pan de oro; también, a su izquierda, se puede ver una mesita de café con fotografías viejas de tiempos mejores. Ains, tiempos mejores.

Hay una obsesión por desempolvar las viejas formas que calienta mucho al personal (al personal joven, principalmente). Las viejas formas, como su propio nombre indica, son viejas y deben enterrarse bajo una tonelada de matarratas solidificado, no sea que a alguien se le ocurra intentar retomarlas.

Se puede mirar al pasado con nostalgia, OK, pero no con la intención de resucitarlo. Primero, porque el pasado es pasado por algo; segundo, porque el pasado no interpela lo más mínimo a las nuevas generaciones. Vamos, que mi primer recuerdo es viendo Sin-Shan con cuatro años mientras mi padre preparaba el desayuno en un microondas eléctrico, ya me diréis vosotros cómo me voy a sentir representado con los señores de la pana.

Os voy a confesar una cosa: odio con todas mis fuerzas a los viejos. Odio a los tipos viejos, ya tengan 17 u 80 años, que viven masturbándose con pensamientos obscenos de la España de hace 50 años; al igual que amo a los jóvenes, tengan diecisiete u ochenta años, que se enfrentan a la vida con ganas de aprender (veis por dónde voy, ¿no?).

No hay frase más auténtica que aquella que dice que la edad es solo un número, pues en la foto de la vergüenza, esa que presentó Vox en la que se ve al Tamames rodeado de peña más escalofriante que un MDLR a las 3:00 a.m., las edades son múltiples. Ahora bien, todos tenían en común una cosa: que eran viejos.

Los viejos, tengan la edad que tengan, quieren resucitar esa España maloliente en la que el suelo, como en los bares carcas, estaba plagado de cabezas de langostino podridas asomando por encima del serrín volcado; esa España en la que el vaso de tubo y las prostitutas de Torremolinos eran una especie de quimera que perseguir. Por otro lado, las personas jóvenes, esa categoría que comprende a los que tienen entre 0 y 99, quizá 100, o, qué coño, con un poco de suerte y brujería, 250 años, quieren mirar al futuro, por muy complicado que se planteé, sabiendo que es la única opción.

El abuelo Cipri predijo el futuro al decirme que no hay que otorgar poder a un persona solo por tener muchos números en la cartilla vital, pues pueden tener la vista muy estropeada y ser incapaces de mirar más allá de las pelotillas de lana de su rebequita pachucha.

Siempre jóvenes, nunca viejos.

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