Otras miradas

Año VI de la Revolución Feminista del Tercer Milenio

Jule Goikoetxea

Filósofa política, escritora​ y profesora de la Universidad del País Vasco (UPV-EHU)

Año VI de la Revolución Feminista del Tercer Milenio
Integrantes de un grupo feminista actúan durante una manifestación para conmemorar el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, en Bogotá, el 25 de noviembre de 2022. Andrea ARIZA / AFP

Han pasado seis años desde la colosal huelga feminista internacional que inauguró el siglo con las mayores movilizaciones del mundo. Tal y como vimos ayer, millones de mujeres siguen movilizadas en este Año VI de la Revolución transfeminista, antirracista y anticapitalista.

En cambio, no hacemos más que oír lo hartos que están los hombres, viejos y jóvenes. A veces, leyendo la prensa o viendo la tele, pareciera que los están violando a ellos.

Entiendo su incomodidad porque han estado, y siguen estando en muchos países, obligados a venderse en matrimonio para poder sobrevivir, no han tenido apenas acceso o muy restringido y tardío, al trabajo remunerado y es comprensible que estén hartos de cobrar mucho menos que las mujeres por el mismo trabajo y de realizar casi todo el trabajo no remunerado del mundo. Están cansados de que sus demandas sean consideradas secundarias, de que en la mayor parte del mundo estén o bien coaccionados o bien obligados a tener hijos para que la sociedad los acepte como seres humanos válidos y funcionales, hartos de tener que hacer turnos cada día, cada noche, para que no los violen, en cada asentamiento, en cada barriada, en cada calle oscura, y cansados de tener que cubrirse en público para no ofender a las mujeres, o de tener que mostrar las mamas sin que se vean los pezones porque una cosa es la sensualidad y otra vestirse como una...

Están tan hartos que han decidido rearmar sus organizaciones religiosas, estatales y empresariales para hacer frente a esta ola, qué digo ola, a este grotesco tsunami de lesbianas feas y gordas, de escuadras kurdas, púberes chilenas y guerrillas chicanas,  que les están tocando mucho y muy bien los capitolios. Y, sobre todo, los capitales.

La reacción patriarcal es siempre capitalista y colonial. Por eso las privatizaciones neoliberales aumentan la carga de trabajo no pagado de las mujeres, aquí, en Rusia y en Indonesia. La explotación deslocalizada y la desposesión financiarizada están arrasando con toda la clase trabajadora pero muy en especial con las mujeres, convirtiéndolas en la clase más pobre y despreciada dentro de cada comunidad, sea la argelina, la andaluza, la nigeriana o la colombiana. Casi el 90% de los dispositivos empresariales y gubernamentales para la desposesión y la explotación (por no hablar de la producción científica y cultural) a lo largo y ancho del mundo están en manos de hombres. Que no nacen, se hacen, y se hacen con mucha violencia y una determinada economía política que rige la acumulación originaria que, por desgracia, empieza de nuevo cada día. Y es, siempre, heterosexual, que no es una pulsión sino un régimen político totalitario. "Están locas", grita alguien por los pasillos de la modernidad. "¡Qué salvajada! Pues yo nací mujer. Mujer, mujer". Claro que sí, querida, hazte oír, porque las mujeres tienen vulva y los españoles pito pito gorgorito. Estos últimos chillidos nacional-católicos son los ecos de la segunda ola conservadora, aquella que vino tras la Revolución Francesa, cuando Sojourner Truth los confrontó con eso de "¿Acaso no soy una mujer? Pero luego vinieron más revoluciones, como las socialistas, y se descubrió que son diversas relaciones de producción las que crean castas, razas y españoles pijos. El capitalismo produce obreros, el racismo razas, el patriarcado mujeres. "Pero si se hacen ¡se pueden deshacer!", bufaron aterrorizados los reaccionarios de toda clase justo antes de ingresar en el siglo XXI, entre lloros y desesperación. Sí, hombres, mujeres, obreras y españolas, todas se hacen y, por tanto, se pueden deshacer, pero materialmente, no como cromos intercambiados en el supermercado neoliberal de las identidades.

Y así es como, entre debate y feminicidio, llegamos hasta este Año VI de la Revolución Feminista del Tercer Milenio: a esta era tan cruel e intensa que nos ha tocado luchar. Y celebrar. ¿Qué celebramos? Que los hombres de verdad están muuuy enfadados. Y también algunas mujeres de verdad, esas que nacen, no se hacen, como la ministra Calvo, que nació hace dos siglos y está desconcertada. Y no es justo. O quizá sí. El caso es que las moras, las focas, las zorras, las frikis, las chonis, las dragqueens, las blancas, las negras, las moras, la femme, la futch, la butch, la bitch: estamos exultantes. 

Para nosotras ser optimistas es un principio ético-político. Porque de ello depende la motivación, la fuerza y la organización, no podemos dejar a nadie en la estacada. Y sabemos que los discursos mediáticos dominantes sobre la "reacción patriarcal" que no nombran la causa de dicha reacción no son más que intentos opulentamente financiados para omitir precisamente esas relaciones materiales de producción que producen "mujeres", "migrantes", "moras", "zorras" y "negras" para que satisfagan a ciertas clases tanto sexualmente como mercantilmente. A esa clase de penetradores que nunca son penetrados, excavan, pero nunca son excavados, y es que la lógica extractivista siempre fue ecocidamente patriarcal y abrazar árboles de maricones (por eso queremos tanto a Mikela, que se nos acaba de ir al infierno: a adecentarlo para cuando lleguemos).

Pretenden hundirnos en la tristeza, meternos miedo y extraernos las ganas. Nos quieren derrotadas. Pero no nos vais a quitar el ritmo ni la alegría. La vamos a defender como una trinchera, del escándalo y la rutina, de la miseria y los miserables, que decía Benedetti. Estamos cansadas, pero no derrotadas. Estamos cansadas pero exultantes porque sabemos que eso que llaman "reacción patriarcal" se da siempre en mitad de Revoluciones Feministas, categoría que siempre omiten, por todos los medios y en todos los medios, porque las cositas que hacen las mujeres nunca son revolución, son simple estallido, queja, lloriqueo o pataleta. Pero conseguir que no te violen durante tus primeros años de vida, que no te obliguen a casarte, que no te envenenen por ser niña, que no te intercambien por una visa, una vaca o una deuda, es una Revolución para todas las que viven aquí, en Irán, en Pakistán, en Siria, en Sudán y en Argelia.

Porque el hecho de que el acceso a la sanidad para las mujeres no dependa de una mamada o de convertirte en esposa de un hombre es una Revolución para las mujeres de aquí, de Afganistán, Estados Unidos, Filipinas y Marruecos. Porque poder abortar de forma segura y gratuita es una Revolución en Texas, Misuri, Navarra, Haiti y Nicaragua; y poder trabajar en público siendo trans otra Revolución para las europeas, las brasileñas y las chinas. Porque para una mujer acceder a un salario mínimo sigue siendo en la mayor parte del mundo una Revolución. Porque acceder a la dignidad, a la representación, al pan y las rosas es una grandísima y loquísima Revolución para quienes nunca salieron de la esclavitud, para quienes nunca fueron ciudadanas, para quienes no pueden estudiar por tener vulva, para quienes nunca dejaron de limpiar culos, retretes y suelos como sirvientas de otras y criadas en su propia casa, para quienes consideradas ganado, hoy y aquí, nunca tuvieron voz, ni fueron sujeto político: esto es una Señora Revolución. Y que cada cual ponga el año cero donde quiera. O donde pueda.

Estamos viviendo una reacción patriarcal precisamente porque estamos en una Revolución Feminista y, como en toda Revolución, hay enemigos, con sus cruces y sus mamones, con sus grupos armados, con sus leyes represivas, sus guillotinas y sus botines de guerra. No intentéis despolitizar la guerra diciendo que "los hombres y los chavales están hartos". Más hartos que van a estar. Estamos en una revolución, parcial como todas, y lo que no podemos permitir es que la revolución de unas sea la condena de otras, y para ello tan importantes son las estructuras políticas y las relaciones de producción mundiales, como la autocrítica, las categorías y las genealogías. Por eso lo llamamos "Revolución", es una cuestión política, no científica. Se trata de hacer visible la guerra permanente, lo cual es imposible si no tenemos clara nuestra genealogía, que no empezó hace dos siglos, sino muchísimo antes. Borrarla es borrarnos como sujetos políticos y eso es violencia, la cual se ejerce a diario en todas las instituciones educativas. También es violencia epistémica y misógina llamar a las corrientes ideológicas de nuestra genealogía feminista "divisiones" mientras que a las corrientes socialistas se les llama leninismo, trotskismo, maoísmo... Diría que nos infantilizan, pero no lo diré porque igual se ponen a llorar, que están ya muy hartos de tanta igualdad. Que "ya nos vale". Sobre todo a las trans. Y a las putas. ¿Qué es eso de ir reivindicando derechos sin pedir permiso y con esas pintas?

La putofobia y la transfobia tienen la misma base clasista, xenófoba y biologista que caracteriza a los hombres y las mujeres de verdad. Quienes hablan del lobby queer, de que ser trans es burgués y ser woke posmoderno y neoliberal son los mismos que creen que las mujeres tienen vulva y lo hombres pito pito gorgorito. Son los mismos que creen que las mujeres no se hacen, sino que nacen, y por ello, no pueden desaparecer. Los modernos son muy del foro de la familia, y además de una misoginia moderna, tienen un lío morrocotudo porque en plena lucha por la liberté y la égalite, se les ha desparramado un poco de sangre azul en su ilustrada fraternité, entre otras razones porque creen que si solucionamos este problemilla de opresión cultural que hay entre hombres y mujeres podremos entonces celebrar esa natural diferencia biológica entre pititos y vaginas decentes. Y es que la sangre azul siempre fue esencialista, y de familia bien, familia normal, familia moderna, la de verdad, esa en la que se ejerce la mayoría de la violencia sexual y económica contra las mujeres. Es curioso que lo que les da tanta rabia y tanto asco sean las trans y las putas y no la familia moderna donde las mujeres decentes trabajan cuidando de los hombres-pitito y de su descendencia genética sin ninguna remuneración. Esas no son putas. Esas se venden por amor. No por dinero. Y una mujer que se vende por dinero es una puta. Una que se vende por amor, es una mujer de verdad. Decente. Moderna. Estas modernas no estaban ayer en las manifestaciones nocturnas contra las CIEs. Tampoco se han organizado para ir en contra de las relaciones productivas de expropiación y explotación que hacen posible la familia moderna, ni tampoco se han organizado para luchar contra la Ley de Extranjería, o la Ley Mordaza, o las leyes laborales, racistas, capitalistas y patriarcales. No, se organizan para ir en contra de lo que no cumple la norma patriarcal, esa que convierte, mediante sexualización, racialización y desposesión, los cromosomas XX en mujeres decentes y modernas que se tienen que vender por amor, no por dinero. Y por eso están los hombres y las mujeres de verdad tan enfadados: porque cada día somos más putas.

Las grotescas y peludas Amazonas estamos en todos y cada uno de los continentes del planeta Tierra: vamos despacio, porque vamos lejos. Y estamos llegando muy lejos, porque vamos juntas.

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