Otras miradas

H2Med, crónica de un hidroducto fallido

Ismael Morales López

Responsable de Comunicación y Política Climática de Fundación Renovables

Planta de regasificación de Enagás del Puerto de Barcelona, a 2 de febrero de 2023, en Barcelona, Catalunya (España). Foto: Kike Rincón / Europa Press
Planta de regasificación de Enagás del Puerto de Barcelona, a 2 de febrero de 2023, en Barcelona, Catalunya (España). Foto: Kike Rincón / Europa Press

Que el pacto entre España, Portugal, Francia y Alemania para construir el flamante H2Med es una superchería lo sabemos todos los que trabajamos en el sector energético. Sin embargo, en la contienda de egos políticos y presiones gasistas por doquier en la Comisión Europea, ninguno quiere dar su brazo a torcer. Replegarse supondría una derrota. Eso sería una muestra de debilidad política en una jerarquía de la Unión Europea en la que los ejes de norte y sur están empezando a tambalearse. Solo conciben ganar tiempo para generar una excusa maestra e implantarla en el relato mediático con el timing adecuado. Ya pasó con los póstumos BarMar y Midcat.

Es importante no desviarse de lo que realmente le importa, a corto plazo, a la ciudadanía: la reforma del mercado eléctrico y la eliminación de las trabas al autoconsumo y a las comunidades energéticas. España es líder y pionera en esta iniciativa, y debería seguir siéndolo. Esto evidencia, o más bien oculta exprofeso, el principal marco regulatorio que se debe empezar a trabajar y desarrollar cuanto antes (años atrás, en realidad), con debates enmarcados en un propósito determinado. Ya se conocía que el impacto de un incremento de la tecnología infra marginal podía desvirtuar el coste de generación de la electricidad con el precio que todos pagamos por ella y, aun así, Europa sigue pegando palos de ciego. Solo hay que analizar su último borrador.

Sí, el H2Med es una cortina de humo bien planificada entre Enagás y sus homólogos europeos para dilatar la reforma del mercado eléctrico y dejar que los precios del gas se estabilicen sin tocar ni un remache de su diseño. Mientras tanto, lanzan herramientas parciales sin darle la prioridad que se merece ni crear un consenso para comenzar a aplicarlo. Es decir, permitir que siga persistiendo una obscena extracción de rentas de las clases sociales más bajas hacia las grandes eléctricas para que éstas puedan seguir financiando con sus ingresos extraordinarios, no solo inflando sus dividendos, sus nuevas inversiones en múltiples mercados internacionales con capital de todos los ciudadanos europeos. Por lo menos, el tope al gas funciona.

Desde Endesa, dieron la primera y valiente señal de alarma, o más bien de sentido común, en una vorágine especulativa tan incierta como dopada debido a los NextGen europeos. Sus declaraciones no dejaban lugar a dudas: "muchas empresas se han lanzado a esta tecnología, y no lo criticamos, pero nosotros vamos paso a paso. Preferimos hacer pequeños proyectos y probar con las diferentes alternativas que se dan en el hidrógeno verde"; "los precios del coste, en la actualidad, lo hacen inviable"; "un hidroducto no es que sea caro, es que es carísimo". Han sido los primeros, pero no los últimos.

Ellos no lo van a pagar, como tampoco lo financiaría Enagás, principal beneficiario si el H2Med se fraguara en algo tangible. Esto indica que hay una guerra abierta entre gasistas y eléctricas, entre gas (hidrógeno) y electricidad. Si mal no recuerdo, es la primera vez que alguna de las grandes eléctricas saca una aguja mediática y trata de pinchar la burbuja del hidrógeno, ese fervor irracional que degrada a la electrificación de la demanda de energía a un rol secundario, marginal mediáticamente hablando.

Si miramos al norte, Alemania tiene un plan alternativo. Se guarda las espaldas ante una industria que se tambalea ante el goteo de cierres empresariales. No iba a apostar toda la subsistencia de su potente producción industrial a un acuerdo internacional tan evaporable, dependiente de tantos apretones de manos. Al controlar su órbita nacional colindante, utilizará hidrógeno generado en los países de alrededor, sobre todo el procedente de Holanda en buques con amoníaco y exportado en un hidroducto ya en funcionamiento (aunque ahora sea con hidrógeno procedente del rectificado de gas natural), y mallando un entramado de hidroductos a través de la red H2ercules.

El coste rondaría los 4,72 EUR/Kg H2 según Enervis. Este estudio también destaca que, para 2030, el coste del hidrógeno generado con eólica en Alemania sería de 3,36 €/kg y el de España de 3,49 €/kg. En el caso de la fotovoltaica (España 3,10/€kg y Alemania 3,90€/kg) sí sería más barato. Aurora Energy Research analizó el generado en Irlanda puede rondar los 3,50€/kg. Por tanto, importar el hidrógeno les saldría más caro y la rentabilidad no sería la esperada en algunos casos, sobre todo comparándolo con su propia generación eólica nacional. Pero, estos datos tenemos que cogerlos con pinzas porque son estimaciones de diferentes consultoras para una tecnología muy incipiente, con un gran aporte actual en sistemas de innovación y con una factor clave: el precio de los electrolizadores. El asunto principal es que pone en duda la improbable necesidad de Alemania del hidrógeno de España porque los números solo cuadran si se retuercen con un fervor optimista.

Y es que el coste del H2Med en el tramo España-Francia alcanzaría los 2.500 millones de euros de inversión y 4 años y 6 meses para su construcción. Ojo, no es la fecha de puesta en funcionamiento. La razón primordial de que Enagás tenga tanto ahínco en exportar hidrógeno no está en la beneficencia ni en una hermandad efímera con el país germano, sino en que ha estimado, para la red troncal de distribución de hidrógeno en el territorio español, una inversión de 4.670 millones de euros. Es casi el doble que para el H2Med. Si miramos su base de accionariado, dentro de un gestor público, comenzamos a entender y a desenmascarar su interés (BlackRock, 5,5%, Amundi, 3,2%, Amancio Ortega, 5%, SEPI, 5%, Bank Of America, 3,6%, Mubadala, 3,1% y State Street, 3%). De público solo tiene los ingresos regulados para pagar sus jugosos dividendos a sus accionistas internacionales, embolsándose 375,8 millones de euros de beneficios en 2022.

En resumidas cuentas, el H2Med no se sostiene. No obstante, el hidrógeno es imprescindible para descarbonizar el sector más problemático por su alta demanda energética, la industria y contados transportes pesados. Es incuestionable, como también lo es que lo más idóneo es generar hidrógeno verde lo más cerca al punto de consumo y no recorriendo Europa de sur a norte arrasando fondos marinos. Así, es primordial enfocarse en sustituir la demanda de hidrógeno actual por hidrógeno verde, no sacar la calculadora para prever una demanda irreal e inflada a siete años vista. Además, el tubo habría que llenarlo, lo que aumentaría la presión social sobre el territorio al tener que instalar 40 GW extras de renovables, un 33% más de lo previsto por el PNIEC para 2030.

Si algo conlleva intrínsecamente la transición energética es el abandono de las grandes infraestructuras de transporte. Serán innecesarias y testimoniales en un sistema distribuido y descentralizado como el que queremos conseguir. Necesitamos entender que, una vez que pase la ceguera transitoria por el H2Med, nos seguirá quedando pendiente la reforma del mercado eléctrico, perdida entre los cajones de la Comisión Europea. La propuesta que publicarán esta semana ni mucho menos es definitiva. En 2024 son las elecciones europeas y hasta entonces nadie se atreverá a meterle mano. Ojalá y me equivoque. Enfoquémonos, por una vez, en lo que es verdaderamente importante para todos y no solo para unos pocos.

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