Otras miradas

La izquierda siempre ha sermoneado. Y hace bien

Alfredo González-Ruibal

Arqueólogo y etnoarqueólogo especializado en investigación de la arqueología del pasado contemporáneo

La izquierda siempre ha sermoneado. Y hace bien
La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, hace entrega de la Gran Cruz de la Orden del Dos de Mayo al músico Nacho Cano.
BALLESTEROS (EFE)

Se oyen muchas voces últimamente lamentando que la izquierda se haya vuelto moralizante y puritana. Pareciera como si se hubieran invertido los roles y fuera la derecha quien ahora defiende la libertad moral y el hedonismo, mientras que a la izquierda solo le preocupa prohibir: desde la buena comida al sexo.

Afirmar que la izquierda ahora sermonea es desconocer la historia de la izquierda. Porque los movimientos progresistas, revolucionarios y emancipatorios sermonean desde que existen. Una buena parte de la izquierda ha creído firmemente que la revolución tiene que ser tanto ética como política. Es más, que no se pueden distinguir la una de la otra.

Si no es nuevo que a la izquierda le preocupe la moral, tampoco lo es que la derecha defienda el hedonismo. Lo ha hecho de forma explícita y, más frecuentemente, implícita desde antes de que se definiera como tal. Al fin y al cabo, en eso consiste la famosa hipocresía burguesa, que ha dado lugar a tanta sociología y tanta literatura. Una hipocresía que también ha definido a otras clases acomodadas desde la Edad Media.

Recordemos, por ejemplo, que las autoridades eclesiásticas medievales llegaron a regentar prostíbulos o se enriquecieron concediéndoles licencias y que los muy conservadores y cristianos dueños de plantaciones de esclavos en los siglos XVIII y XIX violaban a sus esclavas y tenían hijos ilegítimos con ellas, de los cuales se despreocupaban. Por no mencionar a los señoritos, igualmente conservadores y cristianos, que se acostaban con sus criadas hasta hace poco y, cuando el escándalo salía a la luz, las dejaban en la calle. La derecha liberal en lo moral y conservadora en todo lo demás siempre ha existido.

Y por eso la izquierda ha sido moralizante desde el origen. Porque mientras los señores ejercían el derecho de pernada, la izquierda defendía a quienes lo sufrían: criticaba esas relaciones sexuales que eran, ante todo, relaciones de dominación, que no eran libres porque no podían serlo.

El sermoneo de la izquierda siempre tiene que ver con las consecuencias del ejercicio de la libertad. Así, desde el socialismo utópico de inicios del XIX al anarquismo de los años 30 existió una crítica constante del alcoholismo y la prostitución. Una prostitución que se cebaba en las clases bajas y en quienes menos poder tenían entre los desposeídos: las mujeres. Un alcoholismo que arrasaba en los barrios obreros, alimentaba la violencia de género, destruía familias y desmovilizaba. Del anarquismo de hace un siglo recordamos su crítica a la Iglesia y el estado burgués. Mucho menos su crítica a la taberna, la prostitución o el juego -que compartían con republicanos y socialistas-.

La hipocresía burguesa implica una incoherencia entre el discurso y la práctica. En el siglo XIX, las clases acomodadas criticaban en público la prostitución y las relaciones sexuales extramatrimoniales, aunque después sus miembros varones acudieran a prostíbulos y violaran a la criada. Hubo un momento, sin embargo, en que la burguesía decidió acabar con la doble moral. Pero no lo hizo tratando de ser coherente con los principios morales que defendía en público, sino todo lo contrario: prescindiendo de cualquier principio y abrazando la amoralidad general. Ese momento fue el fascismo. Lo cuenta Hannah Arendt en Los Orígenes del Totalitarismo.

La celebración reaccionaria de la libertad individual sin límites y a toda costa (a costa de quienes tienen menos recursos, a costa de la salud de los demás, a costa incluso de la vida en el planeta) representa otro momento amoral de la derecha. Y no es casualidad que coincida con el auge del populismo -al fin y al cabo, la ideología heredera del fascismo-. Lo que defiende la derecha populista es su derecho a la irresponsabilidad. Y una sociedad que renuncia a la responsabilidad es una sociedad en la que todo lo malo es posible.

En España hemos confundido el hedonismo con ser progresista, porque durante 40 años tuvimos una dictadura extremadamente represiva. Desafiar la moral nacionalcatólica le otorgaba a uno inmediatamente el carné de izquierdas, aunque su compromiso emancipador se quedase en las drogas y el sexo. Ha sido así como los miembros de la Movida han pasado durante años por exponentes del progresismo. Nacho Cano ha tenido que arrodillarse ante Ayuso para que quedara claro que el único proyecto que defendían era su derecho a hacer lo que les diera la real gana. Anarcocapitalismo de mercadillo.

Está bien que nos caigamos del guindo. Que volvamos a recuperar la tradición ética de la izquierda. Porque ahora más que nunca necesitamos una ética de la responsabilidad. Ante la crisis ecológica y social a nivel planetario, de ella depende nuestra supervivencia.

Más Noticias