Otras miradas

¿Sumar y Podemos son dos proyectos diferentes?

Daniel V. Guisado

Politólogo. Asesor político

Desde la irrupción de Sumar se han sucedido numerosos debates en redes y medios. Algunos versan sobre su capacidad electoral, otros sobre la ya manoseada unidad, y en las últimas semanas, sobre la supuesta diferencia entre Sumar y los morados. En las siguientes líneas exploraré esta hipótesis para comprobar si realmente ambos actores han de ser reconocidos como proyectos diferentes o no.

La tesis tiene eco en el resto de Europa. Desde hace décadas se vienen configurando en la mayoría de los países de nuestro entorno una suerte de bloque progresista articulado en tres velocidades. Una socialdemócrata, otra con raíces poscomunistas (o New Left) y una más reciente ecologista. Las tres existen en países muy diferentes como Francia, Italia, Alemania, Finlandia o Bélgica. Las tres se han formado durante años de militancia. Las tres con sus acentos propios en asuntos compartidos como el trabajo, la igualdad o el medio ambiente. Y las tres bajo formas electorales que respetan sus respectivas autonomías (en Italia bajo coaliciones, en Francia compartiendo grupo parlamentario, pero presentando candidatos propios, en Alemania como tres fuerzas distintas).

Es un proceso paulatino que tiene que ver con la creciente complejidad de las sociedades occidentales, donde nuevos temas y valores influyen en la competición partidista; a demandas más variadas, ofertas también más dispares. Sin embargo, en algunos países las características mecánicas del sistema electoral y la evolución de los partidos políticos han dificultado el desarrollo de esta complejidad en la arena electoral. En lugares como Grecia, España o Portugal no se ha llevado esta traslación de valores sociales a papeletas electorales. Desde el punto de vista de quienes repiten que Sumar y Podemos son diferentes, se está subrayando que ambos responden a almas de izquierda distintas. Sin embargo, la realidad puede ser un muro sobre el que choca esta hipótesis.

Si pusiéramos a disposición de un analista extranjero, alejado de las vicisitudes del día a día, las características que presentan los electorados de ambas opciones, deberíamos esperar sentados a que encontrara diferencias significativas. La irrupción de Sumar no ha provocado el surgimiento de ninguna frontera sociológica entre aquellos que manifestaban querer votar a Unidas Podemos entre 2019 y 2023 con aquellas personas que expresan querer votar por Sumar en la actualidad.

En el último CIS hemos visto que hasta el 36% de los votantes de Unidas Podemos optarían por Sumar en un escenario de obligada selección entre ambos. Y de aquellos que no lo harían, hasta un 23% lo haría como segunda opción. Estos datos invitan a pensar que, desde la óptica de los simpatizantes de los morados, Sumar se ve como algo más que una marca hermana, quizás como algo complementario o intercambiable, pero de ningún modo algo disruptivo a su propia identidad.

Además de la marca, el liderazgo de Yolanda Díaz no es discutido por los votantes morados. A priori, la cabeza de un partido diferente encontraría resistencias en otros electorados, aunque estos fueran cercanos ideológicamente. Ocurre en otras coordenadas políticas como en Francia, donde el electorado socialista o verde puede aceptar a Mélenchon, pero nunca al mismo nivel que a sus propios candidatos.

Por ejemplo, y estos datos van más allá de un estudio demoscópico concreto, los votantes de Unidas Podemos valoran más a Yolanda Díaz que a Ione Belarra o Irene Montero. Incluso tras el anuncio de Magariños, cuando Díaz oficializó su candidatura bajo las siglas de Sumar, vemos cómo estas cifras, lejos de descender, han aumentado. Los simpatizantes morados, además de percibir Sumar como algo propio y no ajeno, también ven la figura de Yolanda Díaz como su apuesta política personal y más predilecta.

También podemos explorar la tesis desde el lado de la oferta para encontrar esas diferencias. Aunque la fase primitiva de Sumar dificulte la comparación exhaustiva de propuestas y programas, hasta donde uno puede comprobar no existe una diferencia mayor entre Sumar y Podemos en materia laboral, climática o feminista que la que han evidenciado Unidas Podemos y el Partido Socialista la última década. Aquí algunos mentarán la gestión de la guerra de Ucrania y la Ley Solo Sí es Sí como ejemplos paradigmáticos de la diferencia, pero sería aventurado hacerlo cuando ni desde Sumar se ha enmendado la ley de libertad sexual ni desde Podemos se han bloqueado votaciones parlamentarias concernientes al envío de armas, gasto en defensa o posicionamientos estratégicos internacionales. Sin embargo, se puede conceder la disconformidad comunicativa en estos dos casos.

Este último aspecto es en lo que una buena parte de la opinión política se basa para acentuar que Sumar y Podemos son dos formaciones distintas políticamente, pero condenadas a aliarse electoralmente. Llegado a este punto, habría que preguntarse si la disparidad estratégica sobre cómo abordar la arena electoral es una razón de peso para dicha declaración. Allá por el 2015, algunos también lo creían cuando Podemos e Izquierda Unida se diferenciaban en sus métodos y no tanto en sus fondos; cuando las formas se enunciaban como lo diferencial, y no tanto los contenidos.

Años después hemos comprobado que esas supuestas diferencias no eran lo suficientemente relevantes para evitar que poco después de anunciar la candidatura de Unidos Podemos (hoy Unidas Podemos) se creara una marca interiorizada en tiempo récord por una parte sustantiva del electorado de izquierdas, que conscientes o no de esas disparidades se aunaron bajo una identidad superior y común a la que representaban Podemos e Izquierda Unida por separado. Demostrando que cuando hay facilidad por parte de la élite, concordia entre la militancia y conformidad entre los simpatizantes, las transiciones políticas suelen ser más armónicas que disonantes.

Otro caso que se pondrá encima de la mesa es todo el proceso de Más País, como cuando se enuncia que Sumar está más cerca de esta formación que de Podemos. Sin embargo, este ejemplo demuestra precisamente lo contrario, esto es, que bajo la construcción artificial de la diferencia desde ambas élites partidistas, se puede inducir la idea entre la militancia de que un mismo espacio son en realidad dos distintos.

Conforme las relaciones entre Sumar y Podemos más se difuminan, más aparece la hipótesis de la diferenciación en redes y medios. A tenor de lo expuesto anteriormente, y de los casos recientes, no parece realista sostener que ha habido tiempo ni características suficientes para sostener esta visión.

Por el contrario, si la hipótesis no es una constatación sino una profecía autocumplida, es decir, si busca más adelantar escenarios futuros que demostrar realidades actuales, se estaría incurriendo en una situación irresponsable levantando fronteras identitarias virtuales allí donde no existen reales. Como explicaba en un artículo reciente, fomentando la sociología de la frontera que asegura la supervivencia actual a cambio de condenar la suma (y posible multiplicación) futura. La historia está repleta de ejemplos de comunidades que acaban odiándose por la acción arbitraria de los de arriba. Esperemos que en los próximos meses la lista de casos no se alargue.

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