Otras miradas

A ti que te quiero tanto

Estudiante de Filosofía y Ciencias Políticas. Cofundadora de Filosofía en Los Bares

Leonor Cervantes Vargas

A ti que te quiero tanto
Un meme que circula en redes sociales

Te voy a escribir en público una carta de amor y pudor, porque sé que tú vas a disfrutar al leerla.  Para eso hacemos las cosas entre nosotros ¿no? para que el otro saboree. Luego te voy a escribir en privado otra carta, esta vez de amor y deseo, porque sé que tú vas a agradecer leerla. Para eso hacemos las cosas entre nosotros ¿no? para que el otro se recree al pensar en que, de todos los mundos posibles, vivimos en aquel en el que nos homenajeamos.

Me es muy difícil explicarte cómo te amo. Tú sabes que a mí no me gustan los esencialismos y que condenaría cualquier frase que comenzara con un "el amor es...", arguyendo además que las consecuencias de esas definiciones son peligrosas. También sabes que no quiero imitar el amor que Ya Ha Sido, porque en muchas ocasiones ha sido poco amor y mucha trampa: no quiero amar como amaron mis padres, tampoco como mis abuelos, no quiero amar Como Se Ha Hecho Toda La Vida. Porque se ha dicho que era amor y no era más que una forma de subordinar a las mujeres asegurando la Familia que necesita el capitalismo para reproducirse. Pero yo quiero escribirte una carta y me pregunto, sin modelos y con interés en negar los cimientos, ¿cómo escribirte acerca de que te amo? ¿Cómo se ama cuando quieres que El Amor caiga?

El Amor es el opio de las mujeres, eso está claro. Vivimos en un sistema que nos hace sentir que nada es tan determinante en nuestra biografía como ser merecedoras del amor de una pareja. Yo sé lo que es sentir que alguien se enamore de mí como el indicador más claro de mi valía. También sé lo que es implicarme menos en la vida de mis amigas a raíz de echarme pareja. Como sé lo que es responder con un "es que estoy muy enamorada" cuando alguna de ellas me ha insinuado los cuidados desiguales que se daban en mi relación de pareja. Y por supuesto, sé lo que es sufrir las consecuencias de un sistema que nos miente y nos convence de que todo esto es el amor.

Mis amigas y yo hemos tenido algunas conversaciones, y hemos decidido que no queremos volver a vivir así el amor. Yo siempre te he dejado esto claro y tú, asintiendo, me has regalado libros para que continúe pensando otra manera de relacionarme. Yo los he aceptado y beligerante he zanjado desencuentros con un: "Nosotros no vamos a caer en dinámicas patriarcales-monógamas-propiasdelamorromatico ¿eh?". Siempre con un punzante ¿eh?, ¿no?, ¿todo claro? Amenazante, como los perros que en el parque se relacionan con los nuevos chuchos rodeándoles en círculo, arqueando el lomo, olfateando y gruñendo, dejando claro que saben defenderse. Avizora y vigilante: Así he vivido el amor y he creído que hacía bien, porque tú eres algo parecido a un Hombre, algo parecido a una Pareja, algo parecido al Sistema.

Sin embargo, en algunos momentos me veo vivir, en algunas discusiones me veo amarte y me pregunto con ganas de decir la verdad: "En el día de hoy ¿he sido feminista o narcisista?" Te escribo una carta de amor y pudor para pedirte perdón, porque creo que tengo que aprender a diferenciar mejor qué conductas son propias de la sumisión a la que nos lleva el Amor Romántico a las mujeres y cuáles son, sencillamente, cesiones e incertidumbres inherentes al hecho de relacionarse. Tampoco te vengas arriba, sabes igual que yo que esta criba no es fácil.

No, no toda muestra de transigencia en un contacto con el otro es síntoma de no saber poner límites, ni tampoco de no ser capaz de priorizarse a una misma. Frenar aquello que no quiero en mis relaciones no es lo mismo que frenar cualquier incomodidad que pueda desencadenar una relación. A lo mejor el amor sí duele un poco, o, mejor dicho, quizás no se trate de negar la angustia en sí misma; sino de someter a crítica a las estructuras y a las relaciones que brotan de ellas, para depurar qué malestares merecen la pena porque son el precio a pagar por estar junto a los otros y no junto a una misma. ¿Cómo no va a doler algo tan desconcertante y difícil como intentar hacer encajar la disonancia entre las expectativas, las necesidades y los prejuicios que trae una de casa y los que acarrea el otro? No comprender duele. Chocarse con otra manera de hacer las cosas y de entender el mundo puede ser incómodo. Replegarse y dejar hacer, dejar pasar, dejar ser en ocasiones es molesto. Pero todo esto son los matices que se juegan en hacer que una coincidencia sea una conversación y no un monólogo. Relacionarse es ponerse en relación. Para ello es necesario salir de una misma y entrar en contacto con un Otro que va más allá de la idiosincrasia personal en la que una tan bien se desenvuelve. Y esto no siempre es agradable, porque no siempre lo es la pérdida de control. Te escribo una carta de amor y pudor porque en algunas ocasiones, ¡solo en algunas ocasiones!, cuando te he pedido que fueras mejor creo que en realidad lo que deseaba es que fueras más parecido a mí y con ello, más predecible.

¿A qué aspiro con todo este Imperio de Mí Misma? ¿A no renunciar nunca a nada? ¿A creer que por un lado existo Yo y por otro lado Los Otros que en poco me componen y de los que fácilmente puedo desligarme? ¿A vivir tan ensimismada como para sentir que de otras formas de estar en el mundo poco puedo aprender? Todas estas ideas me recuerdan a algo: a la ficción del hombre liberal al que tanto critico, a ese hombre que cree que se hizo a sí mismo y que no depende de nadie ni lo pretende. Si mi emancipación supone llegar a la versión más personalista y absoluta de mí misma, no la quiero.

A veces pienso en aquel día de verano en el que te llamé para saber si tú te encontrabas igual de desesperado que yo. Te dije que estaba frustrada porque llevaba días intentado escribir y no había sido capaz de concentrarme. Te conté que me era imposible porque no paraba de pensar en ti. Y te dije que cuanto más pensaba que no había pasado nada, -una inseguridad, una discusión, un problema-, que lo único que pasaba es que me gustabas y por eso no podía parar de imaginarte, más rabia sentía. Me pregunto si aquel día lo que le estaba pidiendo al amor es que fuera menos disruptivo, quizás menos apasionante, como para que mi tiempo, mi agenda, mi mente, mi cuerpo, fueran exactamente iguales que antes de haberte conocido. Cuando yo sé que jamás he vuelto ser la misma después de haber amado.

Amarte me recuerda a cuándo era pequeña y todo podía ser sorprendente porque aún no conocía mucho del mundo. Junto a ti me siento como cuando aún no había vivido siquiera una década y sentaba mi cuerpecito en un pupitre de un colegio andaluz con azulejos verdes a observar, con los ojos muy abiertos, cómo cada clase de los profesores me ensanchaba el mundo y me descubría que todo era mucho más inmenso de lo que yo creía: la historia, el cuerpo humano, los recursos literarios. Un día yo fui una niña y todo lo cotidiano pudo resultarme asombroso porque todavía no había vivido lo suficiente como para conocer los entresijos del día a día. Amarte es volver a estar frente a una pizarra, porque amarte se parece a volver a conocer el mundo.

Desde que te quiero todo aquello a lo que tú aún no has reaccionado a mi lado se ha vuelto virgen. Ahora soy consciente de que conozco solo una parte del mundo, la que yo había visto con mis ojos. Contemplo lo que existe a mi alrededor y me pregunto ¿qué verás tú en esto? y ningún otro tema me parece más interesante. Cuéntame: ¿qué supone este acontecimiento, esta respuesta, este libro, este sabor para ti? Ya no se trata de las cosas que suceden; sino de que cuando algo pase tenga la suerte de que me pille a tu lado para que lo interroguemos juntos. Ningún hecho en sí mismo es tan emocionante como las averiguaciones que hacemos cuando lo comentamos sentados en el metro que lleva a mi casa.

Quizás llegue un día en que no tengamos ganas de narrarnos el mundo. Ambos sabemos que lo mucho que nos gusta hacerlo ahora no es motivo para que nos forcemos a seguir haciéndolo cuando ya no nos apetezca. Ese día no nos moriremos, tampoco habremos perdido a nuestro único interlocutor, ni significará que dejemos de conversar -encontraremos nuevas formas, lugares y registros-. Pero nada quedará igual cuando ya no hablemos como lo hacemos ahora.

¿Te recuerdas de niño jugando con plastilina? Yo hacía las figuras intentando que no se mezclaran los tonos, para evitar que se formara una bola amarronada en la que mis distintas barras de colores se fundieran y fueran irrecuperables. Yo no sé qué es amar; pero probablemente tenga algo que ver con arriesgarse a quedar como esa masa redonda y manoseada. Algo parecido a estar dispuesta a mezclarse y transformarse en un gran mejunje de muchos cariños, rutinas, acentos, manías, muletillas e ilusiones. Así queda mi mundo, así quedo yo, cada vez que hablamos.

Ese día, aquel en el que cambie la intensidad con la que hablamos, aún no ha llegado; pero no le tengo miedo. Nosotros siempre hemos sido grandes charlatanes y, como en cualquier buena conversación, sabremos reconocer el momento en el que ya estemos rizando el rizo. Por ahora, no nos ata nada que no sea lo mucho que nos gusta hablar y aprovechar el momento en el que el otro coge aire para darle un beso. Yo no sé qué es el amor; pero quizás eso podría serlo.

Más Noticias