Otras miradas

Hay bastardas y bastardas

Irene Zugasti

Periodista, politóloga y técnica de igualdad

Hay bastardas y bastardas
El Rey Juan Carlos embarcando en 'El Bribón' en el Real Club Náutico de Sansenxo, a 20 de abril de 2023, en Sansenxo (Galicia, España). Raúl Terrel / Europa Press

Emily Davidson tenía 40 años cuando murió aplastada a los pies de los caballos durante una carrera en el Derby de Epson, Inglaterra. Era el año 1913 y la intención de Emily era, según dicen, colgar la bandera sufragista de las riendas del corcel del Rey Jorge V, pero un error de cálculo acabó con su vida. Dicen también que en ese momento, el rey bajó de tribuna y pasó de largo sobre el cuerpo de Emily, para preguntar cómo estaba su caballo.

En esta semana en la que Victoria Federica también pisotea gente a caballo, pero en la Feria de Sevilla, y mientras el Gobierno agita los huesos de Primo de Rivera para enterrar con ellos el debate sobre la memoria democrática, conocemos la existencia mil veces rumoreada de una hija bastarda del Rey Juan Carlos I. 

Se trata -dicen, dicen- de Alejandra de Rojas, y a estas alturas de la jornada informativa ya hemos googleado todas las crónicas rosas posibles jugando al quién es quién con los datos que poco a poco, filtraba la prensa. El trasfondo es el lanzamiento de un libro sobre los negocios del Rey Emérito, que se suma a los documentales y series que van desgranando la estructura de poder en torno al ex monarca y que paradójicamente, pueden llegar a convertirse en el mejor cordón sanitario para legitimar la monarquía actual. Al fin y al cabo, frente a semejante saqueador, todo lo demás nos parece perdonable.

Volviendo a lo que nos ocupa, porque la indignidad regia también puede contarse a través de Bárbara, Corinna o los despechos de Sofía -y es mucho mas divertido- sabemos hoy que Alejandra es hija de Charo Palacios, condesa de Montarco, musa de la alta costura patria y chica rebelde del régimen. De "perfil liberal e independiente", como dicen las crónicas, Charo era de esas jóvenes guapas del Viso que te estampaba un cuadro en la cabeza en un ataque de ira, o te arrojaba una copa de vino si se terciaba, una mujer que destacó por su belleza, su inteligencia y su elegancia, como todas esas chicas modernas del franquismo que según nos cuentan, deben su gloria a ser ellas mismas, y no a su red de privilegios y contactos o a que el abuelo ganara la guerra.

Los de Charo, en concreto, venían por supuesto de cuna y de hacer, como suele decirse, "buenas bodas": se casó con Eduardo de Rojas Ordóñez, quinto conde de Montarco, y fundador de La Falange. Ah, y que también fue Teniente Alcalde de Madrid. Hay cosas que no cambian. Él tenía sesenta años y ella era todavía una treintañera (Bertín, calienta, que sales), y hubo, como suele pasar en estas nupcias, problemas con herencias, marquesados y matrimonios previos, aunque eso siempre queda en casa, o en el Viso. De ese matrimonio nacería Alejandra, nuestra supuesta bastarda, que también es, por supuesto, musa, guapa, lista y hecha a sí misma. Es pareja de un familiar de Esperanza Aguirre aunque de entre todos sus ex novios, malabaristas del Registro Mercantil, quizá nos suena más Luis Medina, sí, el señorito de cortijo y cole de jesuitas, hijo de otra de esas chicas pizpiretas y elegantes que podían saltarse los mandatos de la Sección Femenina. Y sí, presuntamente envuelto en el caso de estafa por la venta de mascarillas defectuosas en el Ayuntamiento de Madrid. Lo decimos poco: que mientras nuestros familiares morían en la soledad de un hospital con un respirador improvisado clavado en los pulmones, que mientras lavabas aterrada la fruta con lejía y salías a la calle conteniendo el aliento,  Medina, Luceño, San Chin Choon y unos cuantos altos cargos municipales  se llenaron los bolsillos con comisiones y contratos públicos que cerrarían en algún salón donde el miedo se quedaba en la puerta.

Podría seguir narrando genealogías, allí donde el ¡Hola! y el BOE se pegan revolcones, y hablar también de los Primo de Rivera, esa discreta saga que también se mezcla con Entrecanales, Urquijos, Sainz de Vicuña, y cada uno de esos apellidos nos llevarían a una historia familiar de señoritos que extrajeron de sus esclavos hasta el último de sus alientos, de paredones y galones militares, de todos y ferias y mantones de manila y de fiestas sin mascarilla que se cuelan en tu Instagram. Pero eso ya lo sabemos, y mientras escribo esto, a saltos entre paradas de metro yendo hacia el trabajo, me abruma pensar lo extenso de ese árbol genealógico, y lo profundo de sus raíces, y el tiempo que no tengo para escarbarlas.

A mi me importaría poco la diferencia entre ser hija secreta del rey que de un terrateniente falangista, Condesa de Montarco que Duquesa de Palma, pues, a fin de cuentas, serían los mismos posgrados en Estados Unidos los que podrían ofrecerme, la misma fina farlopa, las mismas sociedades limitadas. Pero qué sabremos nosotras, las que vamos en metro, las que no podíamos comprar mascarillas en pandemia, las que no tienen caseta en la feria de Sevilla.

Y así pasa otra semana, entre bastardas y bastardas, al trote de feria en feria, metiéndonos, como dice Vanitatis, "bajo los pies" del caballo de Federica, que surca en su calesa otra generación de infamia y que, como el Rey Jorge V, ni siquiera se molesta en descabalgarse. Pero algún día, digo yo, tendrá que acabarse la fiesta de marqueses, condesas y bastardos, y que seamos otras jinetas las que enunciemos: arre, caballo. 

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