No parece que haya elecciones, no parece siquiera una campaña electoral. Los programas de los partidos parecen no importar, los debates televisivos son inanes o inexistentes, las calles no están llenas de propaganda... Es como si el discurso (en el sentido más noble del término) y los programas (la razón de ser de los partidos) estuvieran fuera de la propuesta electoral. Tranquilos, la melancolía no es uno de mis defectos, solo pretendo entender lo que pasa usando a uno de los filósofos más brillantes de nuestra época.
Se oye cada vez más el término "capitalismo de vigilancia". Desde un documental en Netflix hasta el Foro de Davos se alerta de los riegos del uso de datos para controlar o influir en personas y elecciones y eso es bueno. El problema está en que lo describen sólo como una indeseable consecuencia del uso de internet y de las redes sociales y por eso rescato a Byung-Chul Han, un pensador que va mucho más allá y que expone, con lucidez cegadora, que este capitalismo de la vigilancia lleva acoplado una forma de disciplina social, que él denomina régimen de la información y cuya definición extraigo de su ensayo Infocracia:
Es la forma de dominio en la que la información y su procesamiento mediante algoritmos e inteligencia artificial determinan de modo decisivo los procesos sociales, económicos y políticos. El factor decisivo para obtener el poder no es ahora la posesión de medios de producción, sino el acceso a la información que se utiliza para la vigilancia psicopolítica y el control y pronóstico del comportamiento.
Una encuesta reciente del Instituto DYM revela que a la mitad de los españoles nos preocupa compartir datos en internet y que las redes sociales invadan nuestras vidas. La cifra relevante es que un 91% considera que el uso de redes sociales tiene un impacto en sus vidas cotidianas. Y no van errados. Volviendo a Byung-Chul Han: El Big Data y la inteligencia artificial ponen al régimen de la información en condiciones de influir en nuestro comportamiento por debajo del umbral de la conciencia. Y esto tiene mucho que ver con las elecciones.
En estas, asistimos a un espectáculo en el que la derecha puede decir, desembozadamente, cualquier cosa (ETA está en el poder, la ley de vivienda sobre los muertos de Hipercor, Podemos te va a okupar la casa...) con la nítida intención de polarizar a la opinión pública. Lo que hace la extrema derecha (y el PP lo es cada vez más) no son discursos políticos, lo que hacen y de forma intencionada, son arengas a la tribu.
En las redes sociales es fácil verlo. En internet, el régimen de información hace que solo veas o leas lo que se parece a ti, de forma que acabes creyendo que tu visión del mundo (o la del que manipula esas redes) es mayor de lo que realmente es. Genera una identidad (una tribu, diría Han): en el campo de la derecha incluso las teorías de la conspiración son tomadas como ofertas de identidad. Las tribus digitales convierten la identidad en un escudo o fortaleza que rechaza cualquier alteridad [...] y que carece de toda racionalidad comunicativa.
Funciona porque, en este régimen de información, las emociones negativas son más efectivas que los argumentos. En realidad, los sustituyen: las fake news concitan más atención que los hechos y en las redes sociales se difunden seis veces más rápido que cualquier información contrastada. Así, para Han, ese precioso concepto heleno que designa la posibilidad de hacer un discurso valiente (la parresia) degenera en una libertad concedida a todo el mundo para decir cualquier cosa. Se hacen sin el menor escrúpulo afirmaciones que ni siquiera guardan relación con los hechos.
Eso hacen las derechas aquí y en EEUU y a eso ayudan inestimablemente los bots y las fake news. Demostrado está que el odio generado por ambos puede no influir directamente en la intención de voto, pero sí pueden cambiar el clima de opinión y hacerlo, además, sin que nos demos cuenta: No somos nosotros los que utilizamos el smartphone, sino que el smartphone es el que nos usa a nosotros, que diría Han.
No defiendo que haya que abandonar las redes sociales, pueden usarse de forma inteligente y útil, pero sí propongo utilizarlas mucho menos y, definitivamente, sospechar de la información que circula por ellas. Por cada información válida hay una miríada de falsedades y son el punto de fuga para alimentar los algoritmos que nos dan una visión distorsionada y muy estrecha del mundo.
Muchos de los que analizan el régimen de la información y la degeneración democrática que conlleva caen en una especie de fatalismo al que no le ven salida. Es el caso del filósofo de origen coreano, que no tiene ni móvil; pero no le reprocho su falta de soluciones, él solo pretende reflexionar sobre el mundo, los que además pretendemos transformarlo somos los que debemos sacar lecciones y la mía es no mirar el móvil para decidir qué votar y una defensa acérrima del aburrimiento.
No es solo el sesgo ideológico de los algoritmos, sino que el régimen de la información dispersa la atención, demanda una hiperatención adictiva a la sorpresa y a cambiar constantemente de foco. Usando de nuevo a Han: El móvil nos lleva a un torbellino de actualidad que reprime prácticas reflexivas que consumen tiempo, como el saber, la experiencia o el conocimiento. Es decir, para pensar necesitamos aburrirnos un poco, desconectar: sin relajación se pierde el don de la escucha, que dijera Benjamin en su defensa del aburrimiento.
Por cierto, este domingo votaré a Unidas Podemos y lo anuncio para ponérselo fácil al algoritmo de los bots que me van a mandar por escribir este artículo. Les pido además que no pierdan el tiempo: no me afectan, ni a lo que voy a votar ni a mi sentido de lo que es justo y bueno; aunque... la verdad es que no sé por qué estoy aclarando esto, a fin de cuentas, una máquina no me va a entender.
Comentarios
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