El viernes volverá la Feria del Libro al corazón de Madrid. Para hablar de eso me tomo un café con Ana Cristina Herreros Ferreira, la dueña de una editorial pequeñita llamada Malas Compañías.
El café se le enfría, se autoentrevista. La indignación y la lucha le salen incesantes, imparables y calmadas como una hemorragia lenta pero mortal. Esta "gitana", como se define, en el mejor sentido de la palabra, sabe vivir en precariedad, sabe buscar caminos, pasear historias, imaginar y lograr viabilidad y, sin embargo, está desesperada. Es consciente de que se arriesga a sufrir represalias por contarme lo que os voy a contar.
Ana es autora, editora y cuentacuentos. Ana cree que los libros pueden cambiar cosas en nuestras vidas, en nuestros barrios y en los rincones más recónditos. Ana lo cree y lo hace. Ha ganado ya tres premios nacionales y uno internacional. Acaba de volver de Senegal, donde ha puesto en marcha una bibliopiragua que forma parte de una red que también llega a Chile, Argentina y Colombia. Llevan libros y contadores de historias a lugares donde los niños no tienen nada. De vuelta se traen las historias que ellos les cuentan y las editan para que aquí nos enteremos de cómo son sus vidas y su valiosa cultura oral. De todo lo que edita que viene de lugares necesitados destina un 10% del precio de venta a proyectos sociales en el terreno. Eso hace que el beneficio muchas veces se acerque a cero.
Sobre la feria de este año me cuenta que después de mucha batalla las editoriales chiquitas que tienen más de veinticinco títulos vivos han conseguido entrar. Les han concedido un metro cuadrado a 750 euros. Las grandes editoriales ya no ceden ni un milímetro a las más pequeñas, como hicieron en postpandemia. El espacio de la feria está acotado por los ecologistas que amenazan con obligar a trasladarla a Ifema, convirtiéndola en periférica y enjaulada.
Este año, además, las presentaciones de libros se pagan a partir de la segunda. Las pequeñas se rascan el bolsillo porque necesitan la visibilidad. Los stands de las librerías intentan amortizar el gasto llevando los libros más comerciales, los que generan mejores expectativas de venta. Las grandes colas para firmar son las de los youtubers, futbolistas, influencers, mediáticos y los grandes que ellos no pueden o quieren alcanzar.
A esto hay que sumar que las pequeñas no pueden vender ni ahora ni nunca en las grandes superficies, como El Corte Inglés, porque les obligan a entregar el 50% del precio de venta, mientras el resto de librerías les cobran entre el 30 y el 40. Las grandes superficies, dice, encima utilizan estrategias de venta desleales: "Cuando les preguntan por un libro nuestro dicen que están descatalogados y muestran otro similar". A eso hay que añadir que la venta a instituciones en la Comunidad de Madrid también ha quedado en manos de una gran empresa como la Casa del Libro. El ayuntamiento de Pinto, por ejemplo, no ha podido comprar para sus bibliotecas en la librería del pueblo, que ha tenido que cerrar.
Y, sin embargo, –y éste es el sin embargo más gordo de este artículo– Ana se revela contra el pragmatismo capitalista del sistema. Ella se compromete con los autores a no destruir ni un solo ejemplar marcando la diferencia con todos los subidos a la política inabarcable de novedades infinitas. La mayoría retiran los libros a los tres–seis meses. Y, como almacenarlos cuesta dinero, los destruyen, incentivados por Hacienda, que devuelve el 4% del IVA por hacerlo. Hay muchísimos libros de los que no se venden más de 50 ejemplares. Y ahora están contentos, dice, porque ya no los queman. Producir, producir, producir es también el lema de los que comercian con las ideas, con la literatura y con los sueños impresos.
"Los pequeños editores apostamos por hacer libros en lugares donde hay legislación laboral y medioambiental, de proximidad, en papel que viene de bosques sostenibles, que se talan y se replantan, con tintas ecológicas que no contaminan, por eso nos llevamos los premios a los libros mejor editados. Utilizamos almacenes vinculados con proyectos solidarios, apoyamos a las pequeñas librerías, hacemos alrededor de ellas libros, acciones, eventos que conforman nuestra ciudad, como ahora paseos buscando el mar por Madrid, exposiciones visibilizando a las escritoras que han vivido en Malasaña, sobre los pigmeos baka exterminados por el aceite de palma... Con temas que nadie toca, con dinero detrás de que esas historias no sean contadas. Y nos premian, pero no nos ayudan. Durante la pandemia fuimos los únicos capaces de responder. Yo quedaba con la librera en el súper y de mi carrito al suyo para que pudieran seguir vendiendo. Las grandes se paralizaron. Sus grandes mecanismos no pueden reaccionar ante grandes crisis. Y ahora, que el papel nos cuesta el doble, no podemos subir el precio porque la gente que nos compra lo está pasando muy mal con la inflación. Nosotros claro que queremos vender más, pero no de cualquier manera. En nuestras presentaciones invitamos a libreros a vender a pesar de que perdamos porcentaje porque estamos con las libreras a muerte. Entendemos el negocio de otra manera".
Ana sabe mucho del negocio editorial. Antes de fundar la suya trabajó décadas en otras más grandes. Me sigue contando y contando cómo hicieron para recuperar el depósito legal de los libros, que había desaparecido porque casi todo se fabrica en China.
Escucharla es entender que también hay otro tipo de empresarios, otros emprendedores, que son ejemplo para los que solo consumimos. Si se puede producir así también se puede consumir de la misma manera.
Cuando damos por terminada la entrevista, pedimos que nos recalienten los cafés y nos deseamos feliz fiesta de los libros con un abrazo fuerte, como el que desde aquí os envío.
¡Feliz celebración de tod@s los que amamos a las palabras!
Comentarios
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