Hay quienes solo aceptan el juego democrático cuando no salen mal parados. Parece que ya va siendo habitual que la derecha comience a poner el parche antes de que salga el grano. Va preparando el terreno para sembrar la duda de la legitimidad. Lo han hecho para las elecciones del 28 de mayo, hablando sin parar de "pucherazos", compra de votos y corrupción con los sobres; y no nos puede caber la menor duda que lo volverán a hacer de cara al 23 de julio.
La figura de Pedro Sánchez la han enmarcado dentro de la ilegitimidad, a pesar de que la moción de censura es un mecanismo constitucional y que haya ganado unas elecciones. Con ese indicio es más sencillo caricaturizarlo como un okupa dentro del congreso. Alguien que está en un puesto que no le corresponde y que utiliza todos los chirimbolos para mantenerse en su lugar. Alguien a quien hay que desalojar de cualquiera de las maneras. Sin embargo, cuando el resultado es favorable para las derechas, todas las sospechas, de repente, desaparecen.
La sombra de su caricatura es alargada, tanto que ha conseguido tapar muchos de los avances que se han hecho desde el gobierno progresista, haciendo más visible la oscuridad que la luz. Y sí, esto puede ser culpa de los medios de comunicación y de donde colocan el foco, pero también de un gobierno que podría haber vendido más sus victorias, afinado más sus enemigos y meditado cuáles son las pulsiones movilizadoras del electorado.
A dos meses de los siguientes comicios no creo que deba de contribuir al río de tinta de los latigazos de martirizarse, autocríticas y balonazos al otro tejado. Creo que todos los esfuerzos deben centralizarse en devolver la esperanza a una población que no solo vive del miedo.
El miedo es una emoción que en ocasiones tiene una gran capacidad de movilización, pero no siempre. Desde la entrada de Vox en el Parlamento de Andalucía en 2018, el cuento de que viene el lobo ya se ha repetido muchas veces y el resultado no ha sido nada satisfactorio. Utilizando a la más grande, Rocío Jurado, el miedo "se nos rompió de tanto usarlo". El PSOE y las fuerzas de izquierda, tras la derrota en estas municipales y autonómicas y la consolidación de Vox como fuerza institucional, no pueden seguir recitando la misma cantinela. Porque el resultado ya lo conocemos.
Hay que coger la bandera de la esperanza y de la pertenencia. La esperanza de que un modelo de país más justo es posible y de que hay un proyecto factible, como ya se ha demostrado, en donde todo el mundo es bienvenido. Es mostrar las cartas. Es decir "esto es lo que tengo, lo que soy, vente conmigo". Se trata de votar por un proyecto firme, no en contra de un enemigo exterior que ya no da tanto espanto. Hay que agarrarse a los avances del gobierno progresista como un clavo ardiendo. Aterrizar las mejoras y que todas las personas puedan responder a la pregunta de en qué ha mejorado sus vidas durante estos años. Porque la respuesta es evidente. Debemos conseguir que hasta quienes le gritan al presidente "que te vote Txapote" se lleguen a pensar la respuesta, aunque su opción en las urnas sea diferente. Se trata de conseguir crear una atmósfera donde se hable más de lo concreto, de las medidas que han venido y que podrán venir, que de las banderas de odio y crispación de la derecha.
La gente está cansada de sentir miedo. El miedo paraliza, te deja en estado de shock y no puedes pensar con claridad. El miedo también es derrotista, te hace bajar los brazos. El miedo, cuando se tiene hacia un enemigo que se ha pintado como más grande y fuerte que tú, es desmoralizante. ¿Quién querría formar parte de una pelea que va a perder? ¿Quién querría ser humillado frente al resto? Nadie quiere formar parte de quienes se llevan las collejas. Alimentar al monstruo solo es hacerlo más fuerte y nadie quiere formar parte del grupo de los débiles y de los perdedores. Para que te aplasten, mejor quedarte en casa el 23 de julio.
Quedan 8 días para generar un proyecto y, lo que es más importante, un relato que de certidumbres y perspectiva de futuro. Un relato más fuerte que venza al que marcará la derecha tras todo el esperpéntico espectáculo de puñaladas, rupturas, segundas oportunidades y abrazos finales. Quedan dos meses para curarnos las heridas, quitarnos el polvo del camino y ponernos a pensar conjuntamente cómo ser los vencedores de toda esta historia, cómo ser los amigos que todo el mundo quiere tener. No hay tiempo para bucles de autocríticas y flagelaciones. Ya sabemos cuáles son nuestras debilidades, nos las repetimos demasiadas veces. Ahora es el momento de darle a España el orgullo de pertenecer a quienes organizan toda esta fiesta, quienes invitan a las copas y eligen la música. No se trata de que el miedo cambie de bando, sino de que la esperanza y el orgullo nos pertenezcan.
Comentarios
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