Otras miradas

Las preguntas que debe hacerse la izquierda ante el 23J

María Corrales

Politóloga y asesora política

La vicepresidenta segunda del Gobierno y líder del proyecto Sumar, Yolanda Díaz, participa en un acto de Unides Podem, a 24 de mayo de 2023, en Alicante, Comunidad Valenciana (España). JOAQUÍN P. REINA / Europa Press
La vicepresidenta segunda del Gobierno y líder del proyecto Sumar, Yolanda Díaz, participa en un acto de Unides Podem, a 24 de mayo de 2023, en Alicante, Comunidad Valenciana (España). JOAQUÍN P. REINA / Europa Press

Los cierres de ciclo suelen tener siempre ese sabor agridulce que bascula entre la tristeza y la proliferación desordenada de voces que vuelven a emerger cuando se detiene en seco la inercia del rumbo que se llevaba. Todo el mundo tiene algo que decir porque todo el mundo está buscando respuestas. Sin embargo, después de un tiempo de desorientación para la izquierda y antes de empezar a construir los documentos electorales que guiarán las campañas del próximo mes y medio, creo que es más necesario que nunca partir de algunos diagnósticos que nos permitan formular las preguntas correctas. Por si pueden ser de ayuda, aquí van las mías:

- ¿Y después del Gobierno de coalición, qué? No deja de ser paradójico que una de las mejores herencias que ha dejado este ciclo, la de dejar de ser una izquierda de resistencia para pasar a ser una izquierda que asume el reto de gobernar con todas sus contradicciones, haya acabado por ser, a su vez, uno de los mayores talones de Aquiles para el vaciamiento ideológico del espacio.

Para entender esto, hay que remontarse a 2019, cuando Pablo Iglesias, después de volver de su baja de paternidad, situó que el gran objetivo estratégico de Unidas Podemos era llegar al Gobierno superando el veto que el poder económico, mediático y político había impuesto a Izquierda Unida y al independentismo desde la Transición. Esta hipótesis que fue compartida a posteriori por el conjunto de aliados de Podemos fue, sin duda, la que consiguió conformar el primer Gobierno de coalición desde la Segunda República, sí, pero a costa también de ligar el destino de todo este espacio a la suerte de este nuevo Ejecutivo. Y es que al presentar la entrada en los Ministerios como un fin en sí mismo con el acuerdo programático con el PSOE como único horizonte disponible se educó al conjunto del votante y la militancia en la imposibilidad de romper la coalición en pro de un objetivo superior que hasta el día de hoy no se ha puesto sobre la mesa.

Hasta el lunes, esta era una cuestión que se daba por sentada y por eso todos los discursos de campaña del conjunto de los ministros y ministras han estado enfocados en los logros del Gobierno. Pero ¿qué pasa?, ¿cómo ha pasado, cuando el socio mayoritario da por amortizada la coalición? Pasa que después no hay nada. Y aquí aparecen los dos retos principales que a partir de ahora habrá que construir en un tiempo récord: por un lado, cuál es el objetivo político de la izquierda ahora que la coalición ha sido amortizada por decreto y, por el otro, qué es esa izquierda más allá de su relación de subalternidad con el PSOE, sea esta de cercanía o de diferenciación.

- ¿Cómo se da la batalla cultural contra la derecha? La campaña electoral a nivel estatal ha servido para dibujar las dos grandes estrategias que han liderado el bloque de izquierdas y de las derechas durante los últimos años. Por un lado, hemos visto a un Pedro Sánchez haciendo anuncios inconexos desde el Gobierno para intentar marcar la agenda desde las mal llamadas "cosas del comer" que no son nada más que la pretensión sin fundamento de que existiría algo así como una agenda objetiva, asexuada y despolitizada que al impactar directamente en lo "material" debe estar libre de relato o marco alguno. Por el otro, el momento culminante de la guerra ideológica de las dos derechas basada en ETA, la libertad entendida como impuestos bajos, la ocupación y la afirmación identitaria contra la guerra de sexos y el "borrado de las mujeres".

Vistos los resultados electorales, no hace falta explayarse en señalar qué estrategia ha funcionado mejor y quién lleva la delantera, pero sí me parece necesario detenerse a pensar qué consecuencias tiene afirmar, como se ha afirmado, que: "España ha girado a la derecha". En primer lugar, porque la izquierda y la derecha no operan nunca como un conjunto donde si compras una cosa, te llevas el pack completo. Es decir, uno puede votar a la izquierda porque defiende la sanidad pública y estar legítimamente preocupado porque no quiere que le ocupen la casa después de toda la vida trabajando para comprarla en un momento en el que, además, todo el mundo sabe que poseer un hogar propio forma parte más de la excepción que de la normalidad.

Dicho esto, mi opinión es que frente a este diagnóstico del avance de las derechas hay dos posibles respuestas que serían erróneas. La primera es la de aceptar estoicamente que el sentido común se ha movido a la derecha y que, por lo tanto, hay que asumir lo políticamente disponible como irremediable. Por volver al ejemplo anterior, sería decir que sí, que hay un problema con la ocupación y endurecer las leyes para combatirla. La segunda respuesta es la de confundir la guerra ideológica con un vanguardismo prefabricado desde los laboratorios de izquierda de forma ajena a, efectivamente, ese sentido común que existe y opera de forma incoherente en nuestras sociedades.

Frente a estas dos posiciones, hay una tercera que es la de dar las batallas de forma estratégica, aunque algunas de las mismas no impliquen réditos electorales ahora mismo. Es decir, para que la izquierda esté en disposición de dar siquiera la batalla cultural, lo primero que hace falta es una agenda política que pueda discernir claramente qué es lo nuclear y qué es lo secundario, en qué peleas estamos en disposición de avanzar y en cuáles no, pero también, y eso es lo más difícil, hay que asumir que ciertas posiciones son una mala decisión electoral y una buena decisión política a la vez porque significan sembrar hoy para estar en mejores posiciones pasado mañana. Barriendo para casa, un ejemplo de esto último sería, para mí, la necesaria reclamación de la plurinacionalidad del Estado como bandera irrenunciable sin la cuál va a ser imposible pensar otra España.

- ¿Y la unidad, para qué? Es bastante llamativo como en todas las contiendas electorales, suceda lo que suceda, hay siempre un análisis que se repite: nos va mal porque vamos separados. Poco importa que también se haya tenido un mal resultado electoral en muchos municipios o comunidades autónomas donde había candidaturas conjuntas, la unidad de la izquierda es el mejor ejemplo de cómo hay relatos que operan con una fuerza extraordinaria más allá de los datos empíricos.

Con esto no quiero decir que la unidad me parezca mal, de entrada, no me parece ni mal ni bien, lo que sí tengo claro es que es muy sintomático del escenario de repliegue que las grandes apelaciones que se lean hoy tengan que ver con la unidad de la izquierda y no, por ejemplo, con la incorporación de las medidas como la renta básica en un programa común. Comparto que a estas alturas, viendo como ha avanzado el debate, no ir juntos a las elecciones podría ser una decepción de entrada para mucha gente, pero lo que seguro que no va a pasar es que la unidad en sí vaya a ilusionar a nadie. Una papeleta conjunta a la izquierda del PSOE es una condición de partida, el problema, siguiendo la misma lógica que planteaba sobre el Gobierno de coalición, es que la unidad sea vista como un fin en sí mismo.

A mi modo de ver, esta visión tiene siempre las patas muy cortas, pero mucho más en un escenario donde el centro de gravedad de la candidatura está formado por un partido nuevo llamado Sumar cuya función es, precisamente, abrir una brecha electoral que necesariamente va a ser diferente a la de las partes que componían el espacio anterior. ¿Quién va a formar parte de ese nuevo espacio sociológico y por qué? Ese es, sin duda, el mayor reto de Yolanda Díaz y del resto de organizaciones políticas: construir un espacio electoral, político y organizativo que partirá de los simpatizantes del Gobierno de coalición, pero que en un escenario de victoria de las derechas puede disolverse como un azucarillo sin un liderazgo político que más allá de la buena gestión pueda ofrecer, también, la cohesión ideológica y emocional necesaria que todo espacio necesita.

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