Otras miradas

Hombres

Noelia Adánez

Doctora en Ciencias Políticas y Sociología. MBA en gestión cultural. Editora y ensayista. Acaba de estrenar ‘Emilia’ en el Teatro del Barrio

Noelia Adánez
Doctora en Ciencias Políticas y Sociología. MBA en gestión cultural. Editora y ensayista. Acaba de estrenar ‘Emilia’ en el Teatro del Barrio

En su artículo Mujeres, Aníbal Malvar se queja de la tibieza con que se afrontan el patriarcado y sus consecuencias, y sugiere que, tal vez, el matriarcado sea la única alternativa a un mundo neofascista. Alternativa cuyo advenimiento -nos advierte con pesar- quizá tardará en verificarse todavía algunos siglos ... Qué difícil me parece confiar, a estas alturas, en que la reversión del patriarcado sea una cuestión de tiempo. No nos pertenece el tiempo, que de nadie es patrimonio, y la noción misma de progreso despierta verdadera desafección en plena era de la globalización desigualitaria.

Algunas ni siquiera creemos que el patriarcado sirva para explicar gran cosa, así en las décadas primeras de un siglo XXI que de momento nos empeñamos en que sea una sucesión de consecuencias más que una concatenación de nudos explicativos, con lo que sigue siendo en gran medida un misterio este tiempo nuestro de progresos estancados. Nos domina la impaciencia, en parte porque el horizonte de la emancipación, de la igualdad, no parece llegar nunca y, en parte, porque algunas comenzamos a sospechar que este objetivo ha perdido el carácter de utopía; lo que es gravísimo, porque nos priva de imaginación y habrá que ver hasta qué punto de alternativas reales. El patriarcado, explicar, lo que se dice explicar, no explica, pero es cierto, sigue siendo coartada con la que justificar a cada tanto faltas de consideración y respeto de índole muy diversa, que afecta a registros tan distintos como la ética laboral, sexual, afectiva...  Falta de consideración y respeto que colocan a las mujeres en una situación de inferioridad -y de vulnerabilidad, por ejemplo, frente a la violencia- que no es ni causal ni incidental,  sino estructurante, o sea, importante, o sea, imprescindible para el desorden que habitamos. Pues entonces el patriarcado es cosa mala, pero no sabemos, ni está demostrado científicamente (expresión tan romántica como ingenua) que la otra cosa -el matriarcado-  vaya a funcionar.

Estos días arden la prensa y las redes con temas de mujeres, géneros y feminismos. Todo así mezclado y sin que apenas tengamos tiempo de tomar aliento ante tanta cosa que, por lo visto, pasa. Sobre sexualidad, sin ir más lejos, se suscitan debates en torno al libre albedrío en la prostitución y en la pornografía, a los estereotipos que cosifican a la mujer y la privan de su propio deseo o, por el contrario, el empoderamiento a través de la industria y el comercio de la carne ... Desde Podemos se habla de cuidados, se trata de pasada el asunto de las cuotas ... No se habla con la misma pasión de derechos reproductivos o de conciliación, de brecha salarial o de feminización de la precariedad; ni se menciona si quiera el tema de la paridad, que lejos de ser machismo edulcorado es caballo de batalla de enorme importancia política. La lucha por la paridad introduce un eje político de gran riqueza. La paridad no son cuotas. La paridad es un argumento político que trata de desexualizar la representación política sexualizando al individuo: y esto, en España, es una cuestión pendiente. Personalmente no veo a la nueva política "afectada" por ese debate. No la veo discutiendo cómo hacer para remediar la exclusión basada en la identidad sin hacer de la identidad el fundamento de la inclusión. No veo a casi nadie haciendo en la esfera pública o en las instituciones feminismo político; mucho menos abanderándolo. No veo, pero oigo: mucho ruido ...

La paridad está al alcance de la mano. La paridad incluye a los hombres en el debate porque no se argumenta desde esencialismos ni separatismos -nosotras, las mujeres-, sino desde un universalismo político que facilita la fijación de criterios con los que medir el avance hacia la igualdad de unos con otras y otras con unos. No es ni será la solución al problema de la desigualdad (el sexismo hunde sus raíces en la cultura y combatirlo exige inventar una cultura igualitaria, por supuesto), pero introduce una perspectiva interesante en el debate político en un contexto de crisis de representación, o sea, introduce un objetivo aquí y ahora. No confío en una política de mujeres, sino en el potencial transformador del feminismo político al servicio de una sociedad de mujeres y hombres, al menos mientras sigamos pensando el mundo en clave de género, y, de momento, mal que nos pese, es así como tenemos montada la cosa.

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