Otras miradas

Pedro Sánchez no quiere ser un aguafiestas

Octavio Salazar

Catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Córdoba y miembro de la Red Feminista de Derecho Constitucional

Pedro Sánchez no quiere ser un aguafiestas
Pedro Sánchez, durante la entrevista con Carlos Alsina.- Onda Cero

He tenido que escuchar varias veces las declaraciones de Pedro Sánchez en el programa de Carlos Alsina del lunes porque me resistía a aceptarlas como auténticas. Al ver una referencia en Twitter pensé que eran exageraciones o una interpretación interesada en el contexto, nada amigable por cierto, de una entrevista en plena contienda electoral. Sin embargo, una y otra vez he constatado que Pedro Sánchez ha dicho lo que leí en las redes sociales que había dicho.

Su alusión a que tiene incluso amigos, esos varones de entre 40 y 50 años que continúan siendo, que continuamos siendo, los reyes del mundo, que se han sentido incómodos por ciertos discursos feministas, da para un profundo análisis sobre por qué el próximo 23 de julio nos jugamos, entre otras muchas cosas, el futuro de las políticas de igualdad. Me sorprende, y me indigna, que un presidente del gobierno que se ha dicho siempre comprometido con la igualdad se alinee de esta manera con el discurso de quienes ven al feminismo no como una conquista sino como una amenaza. De esta manera,  se le hace al juego a una derecha que está haciendo del cuestionamiento de las políticas de igualdad uno de sus pulsos, en un contexto reactivo en el que con tanta facilidad estamos viendo propagarse discursos misóginos y eslóganes de hombres agraviados  y cabreados. En lugar de darle valor  a todo lo bueno que el gobierno ha hecho en estos difíciles años, y aún reconociendo los errores y discrepancias dentro de la coalición, el Presidente ha optado por empatizar con esos machos alfa que me temo todavía hoy son la mano que mece la cuna. Todo un clásico además que en momentos críticos, en los que el tablero se tambalea, las mujeres sean las primeras sacrificadas, y que nosotros, que con tanta facilidad nos autocalificamos como aliados, nos pongamos del lado de nuestra fratría, en la que también, por cierto, militan mujeres que han entendido a pie juntillas que aquí las reglas que valen son las masculinas.

No solo me ha sorprendido esa implícita negación de lo conquistado por el Ministerio de Igualdad, y de forma también transversal por otros Ministerios, sino también que, en lugar de ponerse en el lugar de las que hoy por hoy siguen siendo las que sufren más discriminación y violencia, el Presidente se haya situado en el lugar de quienes seguimos estando en posiciones de privilegio. Esas que precisamente cuestiona y erosiona el feminismo desde hace siglos y que en las últimas décadas se han visto felizmente zarandeadas por la potencia de un movimiento que es el único que hoy por hoy puede prometernos otro mundo posible. Es por lo tanto inevitable, y yo diría que hasta saludable, que el feminismo incomode, moleste, interpele. Porque lo que pretende es subvertir un orden de cosas que a una mitad nos reconoce todos los derechos y a la otra, la de las mujeres, todavía hoy, tan solo le abre una pequeña rendija para seguir peleando.  En este sentido, ser feminista, como bien dice Sarah Ahmed, es ser un "aguafiestas". Algo que por sus declaraciones de hoy Pedro Sánchez no quiere ser, por si acaso sus amigos se le amotinan o lo persiguen por los grupos de WhatsApp acusándolo de traidor.

Me gustaría creer, sin embargo, que cada vez hay más hombres que nos damos cuenta de que el feminismo, tan manoseado desde la falta de conciencia pero también desde las confrontaciones partidistas, es una propuesta emancipadora que plantea otra forma de relacionarnos como seres interdependientes, de organizarnos como sociedad de equivalentes, de distribuir de manera más justa recursos y oportunidades. Superando al fin lo estrechos márgenes del marco heteronormativo y patriarcal que siempre  ha dejado a sujetos en los márgenes, empezando por las mujeres que todavía hoy parece que tuvieran que justificar que está reclamando, nada más y  nada menos, que la igual ciudadanía. Confío también en que dentro de la izquierda, no por izquierda menos machirula, existen hombres que, como mínimo, están tomando conciencia de lo injusto de nuestra centralidad y de nuestro poder, de cómo la masculinidad genera tantísimas violencias hacia las mujeres y hacia otros hombres y de la urgencia de cambiar un modelo productivo y político basado en una individualidad que no es otra que la del varón adulto, blanco, propietario y depredador. Para desmontar esa cultura y esta estructura de poder, señor Presidente, claro que hay que incomodar, y mucho más a quienes se siguen beneficiando de un estatus privilegiado a costa del subordinado de las mujeres.

El feminismo incomoda para transformar, debate y conversa para proponer alternativas, llama a las cosas por su nombre y desvela el verdadero rostro de quienes se suman a él solo porque es una moda o porque confían en que puede proporcionarle votos, aplausos o likes.  Todo lo que no provoque esos efectos, señor Presidente, me temo que feminismo no es. Algo que a estas alturas debería bien haber aprendido de tantas mujeres feministas que llevan siglos luchando en su partido y de las que con valentía y un elevado coste han hecho de su gobierno, pese a sus errores y debilidades, una oportunidad para que este sea un mejor país. Para todos y para todas. Aunque eso le pese a algunos de sus amigos.

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