Otras miradas

Un feminismo transformador

Antonio Antón

Miembro del Comité de Investigación de Sociología del Género de la Federación Española de Sociología (FES)

Carlos Alsina entrevistando al presidente del Gobierno Pedro Sánchez en Onda Cero.
Carlos Alsina entrevistando al presidente del Gobierno Pedro Sánchez en Onda Cero.

En los últimos días se ha reavivado el debate sobre el carácter de los feminismos. Ha sido al calor de unas declaraciones del presidente del Gobierno para defender un feminismo ‘integrador’ y de ‘mayorías’ frente a lo que denomina feminismo ‘confrontativo’ que generaría ‘incomodidad’ a algunos varones y sería de minorías. Este lo asocia con la orientación del Ministerio de Igualdad... y, por extensión, al grueso del movimiento feminista protagonista de la cuarta ola de activación feminista de todo este lustro desde 2018, que ha alcanzado una gran legitimidad social.

La idea de Pedro Sánchez parece pensada, y no improvisada, para distanciarse de las mayoritarias exigencias feministas y los avances en sus derechos de la última etapa; por tanto, prefigura, en el caso de que ganen las elecciones generales del 23 de julio las fuerzas progresistas, una reorientación moderada de la estrategia gubernamental en esta materia.

En el supuesto de que ganen las derechas, la ofensiva anunciada por la ultraderecha y la contemporización del Partido Popular ya adelanta el riesgo de una involución contra el feminismo y los colectivos LGTBI que deberán abordar, precisamente, con una firme, masiva y democrática confrontación en defensa de los derechos y condiciones adquiridos.

En estas páginas ya he explicado El conflicto sobre la ley del ‘Solo sí es sí’, el tema y momento más conflictivo en esta materia entre el Partido Socialista y Unidas Podemos, así como en el movimiento feminista y la propia sociedad. Tal como explico en profundidad en mi reciente libro "Feminismos. Retos y teorías", aquí voy a valorar sintéticamente el sentido general de las relaciones desiguales entre varones y mujeres y el papel del feminismo para su superación, así como las estrategias moderadas que se apuntan en esas afirmaciones.


En las últimas décadas se han producido grandes avances, lentos y costosos, pero significativos en términos de emancipación e igualdad de las mujeres (y los colectivos LGTBI), en particular, en las nuevas generaciones y en las relaciones interpersonales. No obstante, en esta última década, especialmente, con la crisis socioeconómica y sanitaria ha habido retrocesos, sobre todo en las mujeres precarizadas y de las capas populares, y mayores riesgos de involución de sus avances y derechos adquiridos, junto con una reafirmación conservadora y reaccionaria.

El contrapunto es la mayor sensibilidad feminista, especialmente entre las mujeres jóvenes, con mayor conciencia de la situación de injusticia de su bloqueo, subordinación y amenaza de las desventajas existentes y una actitud más proactiva para su transformación. Es el contexto de la actual activación feminista, por una transformación sustantiva y real de las relaciones de desigualdad y dominación impuestas.

En la acción por la igualdad hay que incorporar y convencer a todos y todas y demostrar sus ventajas colectivas, conformando personas libres e iguales. La actividad pedagógica y cultural entre los varones, especialmente entre adolescentes y jóvenes, es fundamental. Pero los procesos transformadores requieren considerar las desigualdades y subordinaciones diferenciadas por sexo (y otras categorías) y dar pasos efectivos admitiendo la existencia de desiguales puntos de partida, condiciones sociales y trayectorias vitales. Eso no es buscar falsos culpables entre varones o caer en el victimismo por las mujeres, sino realismo respecto de la persistencia de la desigualdad de poder y de ventajas (mayores o menores y en proceso) y firmeza para cambiarlas desde la justicia compartida de los derechos humanos.

Frente al machismo no basta el feminismo moderado

Lo sustantivo a transformar es el cambio de las desiguales relaciones sociales, culturales y de poder, en múltiples campos con el reparto igualitario de los papeles sociales o estatus; desde la distribución desigual de las tareas de cuidados, familiares y reproductivas (con la ampliación diferenciada en la crisis sanitaria pasada) hasta la segmentación profesional y la precariedad laboral (consolidada en el crisis socioeconómica y las políticas neoliberales), los estereotipos discriminatorios en el ámbito educativo y cultural o el acoso y la violencia machista como presión por su control y dominación, llegando a la paridad representativa en las instituciones públicas y privadas.

O sea, el problema de fondo al que se enfrenta el feminismo es la desigualdad (en este caso por sexo/género) de las relaciones sociales y su reproducción, con el amparo del poder establecido, asentado en un orden social divisivo con varias categorías sociales interrelacionadas (por sexo/género, clase social, raza-etnia-nación...). Y la diferenciación estratégica en el feminismo está en el grado de profundidad del proceso igualitario-emancipador, en este campo de las personas sometidas a desventajas por su condición de sexo/género. Luego está su conexión con la acción por la igualdad y la libertad de otras situaciones de discriminación y, especialmente, por su opción sexual y vinculado a los colectivos LGTBI.

El punto analítico clave es el reconocimiento de la existencia (o no) de esa desigualdad de estatus, incluido estereotipos, que reproduce ventajas de unos y desventajas de otras, aunque no de forma homogénea. Y ello exige medidas prácticas diferenciadas o compensadoras, es decir, retirar ventajas (privilegios) y reducir desventajas. Hay un conflicto de intereses y de poder que necesita el refuerzo de una acción institucional y pública complementaria a la mera acción individual. El control o el dominio en las relaciones interpersonales, amparado por la desigualdad de poder derivado de dinámicas patriarcales, reporta beneficios a los hombres, muy diversos según otras categorías sociales y sus trayectorias vitales. Hay desigualdad de oportunidades según el sexo, con avances y retrocesos, con una pugna sociohistórica.

Los privilegios de muchos varones son sustantivos, y valorarlos y combatirlos no es comprar el marco discursivo y de acción de la ultraderecha, ni empujarlos a la reacción derechista. Es verdad que también algunos varones sufren por su papel tradicional impuesto, a veces con muchos lastres personales. Es cierto que sus males no derivan solo del avance feminista, y existe una profunda modificación de las masculinidades (y las feminidades), así como de las relaciones interpersonales, sexuales y familiares. Y esa transformación produce incertidumbres y desarraigos personales y grupales, también de sus identidades, papeles sociales y reconocimientos públicos. En ese sentido, es bueno politizar sus malestares, reconducirlos hacia la convivencia y la democracia y dirigirlos contra los de arriba, el 1% del poder establecido. El objetivo del feminismo no es producir incomodidad a los varones; es promover la igualdad y la emancipación de las mujeres y avanzar en una sociedad más libre y solidaria con la colaboración de los varones.

Pero el tema de discusión es que siguen existiendo ventajas relativas, materiales, relacionales y simbólicas, cuya renuncia para muchos varones es costosa y exige presión transformadora feminista, con pérdida de ventajas. Es decir, es imprescindible una acción igualitaria feminista frente al machismo como orden institucionalizado que discrimina y reparte ventajas y desventajas por sexo. Es imprescindible una acción pedagógica y explicativa entre los varones (y también entre las mujeres), basada en esos grandes valores de igualdad, libertad y solidaridad y en la resolución de conflictos con tolerancia y buenos tratos. Es necesario partir de intereses comunes frente a los grupos poderosos, así como fortalecer criterios éticos compartidos.

La finalidad es cambiar esa dinámica desventajosa femenina, contrarrestando resistencias o simplemente recelos e inercias de los varones que tienden a conservar esas ventajas con una actitud acomodaticia o resistente, a veces incluso coactiva y violenta. Hacerles entender que unas relaciones más libres e igualitarias también les reportan beneficios, con una nueva masculinidad basada en la colaboración y la reciprocidad y no en el dominio y la jerarquía de estatus.

Ello supone partir de la constatación de un estatus desigual que da lugar a un conflicto social profundo y la necesidad de una política feminista transformadora de las desventajas femeninas que lleva a rebajar los privilegios masculinos y las estructuras de poder beneficiadas por esa desigualdad y la división de papeles sociales desiguales.

Es fundamental el refuerzo feminista

No cabe una contemporización con la situación de privilegios masculinos, con el pretexto de evitar su distanciamiento o su incomodidad, pues ello conlleva a la difuminación de las desventajas femeninas y la renuncia a los avances igualitarios. El refuerzo de la identidad y el sujeto feministas es fundamental en este proceso liberador. Diluir esa identificación feminista, en aras de un postfeminismo retórico o una ética abstracta, sin reconocer las desigualdades de sexo/género y su necesaria transformación, dificulta la conformación del sujeto feminista, como eje articulador de la liberación femenina desde hace más de dos siglos.

Una posición moderada corre el riesgo de confluir con otras ideas del feminismo socioliberal, algunas retóricamente esencialistas o deterministas, que infravaloran la acción transformadora de las estructuras de desigualdad. El riesgo es quedarse en ‘guerras culturales’ en las que suelen polarizarse posiciones muy encontradas, pero que tienen en común la infravaloración de la realidad de desigualdad y dominación, así como la desvalorización de una estrategia transformadora de fondo de las relaciones desventajosas por sexo/género.

En consecuencia, ante realidades desiguales de estatus y poder no cabe un trato igual, sino compensador de las desigualdades. El trato igual presupone condiciones iguales. Se trata de superar el enfoque liberal de la igualdad de trato para todas las personas independientemente de las circunstancias de desigualdad, de origen, trayectoria y contexto que caen en la oscuridad. Un enfoque transformador parte de ese hecho no equitativo, para cambiarlo y garantizar la igualdad.

Hay que ligar situación desigual y objetivos igualitarios, combinar políticas específicas feministas con objetivos generales igualitario-emancipadores (o derechos humanos), favorecer identificaciones feministas contra la discriminación específica de las mujeres con procesos generales, identidades múltiples, sujetos globales y dinámicas universalistas.

En definitiva, es insuficiente un feminismo moderado, retórico o superficial; no se puede contemporizar, ser neutral o ambiguo con el machismo y la desigualdad. Hay que reafirmar el feminismo frente al machismo; puede haber distintos grados, pero no transversalidad sino oposición. La identificación y la acción feminista se concretan contra la discriminación y las desventajas de las mujeres (y por supuesto contra todas las de todos los seres humanos). Hay que valorar las desventajas y las ventajas de género que están repartidas de forma desigual, conformando esa estructura de desigualdad y dominación que perjudica más a la mayoría de las mujeres.

Es necesario un feminismo transformador y crítico respecto de esa estructura de poder y división que reproduce las desigualdades (de sexo/género), con la perspectiva de favorecer a toda la humanidad, con unas relaciones justas, igualitarias-emancipadoras.

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