Cada vez que me recuerdo a mí misma decretando que casarse era sinónimo de rellenar unos simples papeles que lo mismo se firmaban que se desfirmaban, me entra la risa floja. Otro argumento que usaba para justificar mi maltrecho matrimonio bebía de un artículo que supuestamente había escrito el periodista Manuel Jabois en relación a su propia boda. El aforismo de Jabois que llegó a mis oídos era el siguiente "yo me caso porque en esta vida hay que probar de todo". Jamás pude verificar si realmente había escrito esta frase, ni me he molestado siquiera en contrastarlo con el propio autor, porque el argumento me parece tan perfecto que lo sigo usando como un lanzallamas venga a cuento, o no. La realidad que me tocó saborear poco tiempo después es que desfirmar es bastante más difícil que firmar, y que, si para lo segundo ambos tienen que estar de acuerdo, para lo primero, muchísimo más. Habida cuenta de que el 70% de los divorcios son propuestos por una mujer, aquí empieza el primer escollo que tienen que sortear muchas: convencer a la otra parte contratante para disolver el matrimonio. No es un negocio fácil.
El divorcio exprés ha facilitado las cosas, eso desde luego. A día de hoy, entre dos personas civilizadas y sin hijos es común llegar a un acuerdo y solucionar la papeleta en unas pocas semanas. Pero hasta los acuerdos amistosos (8 de cada 10 divorcios ya son de mutuo acuerdo) esconden una realidad que no aparece en las estadísticas. La negociación de esa ruptura gasta y desgasta a las mujeres. Los divorcios cuestan dinero que a veces no tenemos. En una situación ideal, compartir abogados es lo mejor. Y, aun así, hay que dividir pertenencias en común, saldar posibles deudas, liquidar alquileres y gastos, vender el coche pagado con el dinero de la boda. Veo a mi alrededor demasiadas pruebas de la infinita generosidad que demuestran las mujeres en momentos de ruptura, algo sorprendente teniendo en cuenta que somos nosotras las que más poder adquisitivo perdemos con el matrimonio y las que más tiempo dedicamos al trabajo no remunerado en la relación de pareja. Lejos de los tópicos, son las mujeres las que más salen de casa con la sobrecarga económica derivada de alquilar o comprar una nueva vivienda.
El estudio Experiencias de Mujeres en Procesos de Separación y Divorcio señala que la posición de mayor vulnerabilidad de las mujeres en procesos de separación y divorcio es el resultado de la pérdida de autonomía y empoderamiento de las mujeres durante la vida en pareja. El estudio, realizado entre mujeres de 35 a 47 años, remarca la brecha de género en los cuidados y el empobrecimiento derivado de ello. "En casi todos los casos, durante la vida en pareja, debido a la falta de corresponsabilidad de los hombres, ellas se ven obligadas a reducir espacios y tiempos propios para dedicarse a los demás. Esto afecta a su vida laboral (reducción de jornada, excedencias, reducción de la cotización, menor desarrollo profesional y reciclaje, peores salarios, etc.) y relacional. En consecuencia, tienen una posición de menor poder en la pareja." El informe destaca que la sobrecarga de cuidados y la acumulación de cansancio y la falta de atención es lo que está detrás de la mayor parte de las demandas de separaciones y divorcios, y no tanto los motivos románticos. Una amiga recién separada me lo resume brevemente "estoy muy harta de ser la enfermera, psicóloga, madre y organizadora de la vida de todas mis parejas."
Las mujeres pierden no solo dinero, sino tiempo, salud física y mental. Muchas me cuentan lo mismo. Señores que no han experimentado una depresión en su vida ni atisbo de tenerla, que de repente amenazan con quitarse de en medio, hacer locuras y otras lindezas, en el momento exacto en el que la mujer decide romper la relación. El chantaje emocional y la guerra psicológica que empieza con los procesos de separación y divorcio alarga muchas relaciones más de la cuenta, y es un tipo de violencia machista poco reconocido. Hacer sentir a la mujer la peor persona del mundo, responsable de todos los males del otro, y convencerla de su absoluta irresponsabilidad es una estrategia común. El siguiente paso es la escalada de violencia pura y dura que no pocos sacan a relucir cuando ven amenazado sus privilegios y que, en última instancia, demuestran agrediendo o matando a sus exparejas.
Por supuesto, hay hombres que acatan elegantemente el divorcio y otros cuantos que también lo solicitan. Pero el sistema patriarcal es tan, tan perfecto que incluso cuando te dejan, la culpa es tuya. En la serie Fleishman está en apuros (en Disney+) el protagonista le pide el divorcio a su mujer Rachel (Claire Danes), pero se encarga de culparla a ella allí donde quieran escucharlo. Él y su entorno nos convencen de que ella es la que lo obliga a tomar esa decisión y los motivos son innumerables. Es una madre distante, una pareja poco dócil, se centra demasiado en su carrera laboral y, en última instancia, acaba siendo una zorra. Eso sí, en cuanto sale de casa, lo primero que hace Toby Fleishman es descargarse una app de citas y ponerse a follar con todo Manhattan. Los cuarenta y la paternidad le han sentado de maravilla y cuidar de sus dos hijos no es incompatible con tener sexo con desconocidas a cualquier hora del día o de la noche. Ella, la mala, infinitamente más atractiva y exitosa que él, sabe que ha sido demasiado ambiciosa y también sabe que merece un castigo. El precio a pagar para todas las mujeres que se atreven a romper el orden patriarcal es siempre el mismo: quedarse solas. La pesadilla se cumple porque ella misma se ha tragado el cuento ¿quién va a querer a una cuarentona divorciada y con hijos? Todo lo que cuenta la serie acerca de las expectativas sobre las relaciones amorosas en esa etapa vital y de lo que callan las mujeres es imperdible.
No olvidemos tampoco que un 20% de los casos de divorcio acaban en un proceso contencioso, sobre todo, cuando hay hijos menores. Cada vez más, ellos solicitan custodias compartidas para zafarse de los gastos de manutención, incluso cuando previamente no se han hecho cargo de los hijos e hijas. Al contrario de lo que ocurre con las mujeres, los hombres no solo consiguen seguir con sus proyectos profesionales y formativos, sino que pueden consolidar sus carreras gracias al sostenimiento emocional de las mujeres y a que tienen la cena hecha. "Respaldados por una mejor posición económica, amenazan con pedir toda la custodia, dando por supuesto que será compartida", apunta el informe. Una de cada dos personas que viven en hogares monomarentales está en riesgo de pobreza o exclusión social y el 83% están a cargo de una mujer. Sólo en casos contados, se tiene en cuenta la inversión emocional, temporal y física de la mujer en la crianza, con compensaciones económicas que ocupan titulares. La realidad es que la mayor parte de las mujeres no consiguen las compensaciones económicas por trabajo doméstico lo que no quiere decir que sea vital seguir reclamándolas.
Además, y lejos de lo que yo pensaba, hasta el más breve de los matrimonios sin hijos ni patrimonio en común tiene consecuencias legales. En el último resquicio de la misoginia institucional te verás recién parida, con tu hija de apenas cuatro días en brazos, y en el hospital en donde estás ingresada te negarán el registro de filiación con su padre porque, amiga, estás divorciada y te toca ir al juzgado. Ahora que venga Feijóo y me hable de más señores con divorcios duros.
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