Otras miradas

Ministerio de Censura

Carla Berrocal

Ministerio de Censura
El presidente de Vox, Santiago Abascal, en un acto. Xuan Cueto / Europa Press

Un hombre de unos 65 años está abstraído en una mesa. Hace algunas anotaciones muy concentrado mientras un gran crucifijo le vigila. No muy lejos hay un retrato del rey Juan Carlos. Entra en la habitación su hijo. Se nota que el ambiente es espeso, el aire parece moverse despacio, como los últimos sorbos de un coñac en una copa. Hablan, no recuerdo qué dicen, pero sé que discuten. El padre con un gesto abre y cierra el primer cajón. Un plano detalle nos deja ver cómo dentro guarda otro marco, uno con una foto de Franco. Alguna vez se mostró con orgullo pero ahora acecha escondido.  

La escena que describo pertenece a la película Me siento extraña (1977) protagonizada por Rocío Dúrcal y Bárbara Rey. Se la considera una de las primeras representaciones de amor lésbico del cine español y aunque no es del todo cierto, sí que puede presumir de ser uno de los primeros relatos con final feliz entre mujeres homosexuales y una muy acertada representación de la transición: todo parece que cambia, pero en realidad no cambia nada. Ese es el problema fundamental de España, que mientras el señor que esté sentado sea el de siempre, en la mesa seguirá escondida una serpiente.  

Un ensayo de lo que viene si no se vota el 23J sucede en Valdemorillo. El esbozo del futuro Ministerio de Censura de Vox ha decidido que Orlando de Virginia Woolf (¿sabrán quién es?) no se puede representar. El motivo que dan es presupuestario, pero tras una conversación telefónica, la propia compañía, DeFondo, deja ver que todo se trata de un veto de la concejala de cultura de ese Ayuntamiento. En algún artículo he leído su nombre, pero prefiero no decirlo y confiar en el tiempo, que siempre ayuda a olvidar a los infames. En realidad parece que les molesta que un personaje cambie de género, todo debe estar definido, nada es cuestionable, sólo se obedece. El cajón se abre despacio y con timidez. 

Por desgracia, no es la primera vez que sucede. El año pasado, Paco Bezerra y su Teresa de Jesús fueron expulsados de los Teatros del Canal. Ver las imágenes de su comparecencia en la Asamblea, defendiendo su obra como un animal acorralado, me recuerda a algunos de los momentos más oscuros de nuestra historia, aquella que aplica la tijera a lo que no le gusta, a lo "moralmente reprobable". Mientras, algunos columnistas con olor a esmegma siguen acusando al movimiento feminista y LGBTIQ+ de formar parte de la "cultura de la cancelación". No. La diversidad y el feminismo no cancelan, pero sí cuestionan, critican y reflexionan. No prohíben, porque entienden y protegen la libertad de expresión, y al contrario de lo que muchos piensan, se puede disfrutar de Bret Easton Ellis, de su violencia y misoginia porque no es incompatible: se puede ser feminista, tener una visión crítica y disfrutar de machiruladas. A los ultras no les pasa lo mismo. Lo que sucede es que ellos sacan el polvo a la foto del cajón, la colocan despacio sobre la mesa, con el pecho henchido, pero por la ventana se ve cómo queman a las mismas brujas de siempre. 


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