Otras miradas

Cooperar para cambiar el mundo

Irene Bello Quintana

Presidenta de La Coordinadora de Organizaciones para el Desarrollo

Temporeras marroquíes de la fresa. -EFE
Temporeras marroquíes de la fresa. -EFE

Por un mundo donde seamos socialmente iguales,

humanamente diferentes y totalmente libres.

Rosa de Luxemburgo.

Hace apenas unos días, presentamos el Índice de Coherencia, una herramienta que muestra claramente que lo que ocurre en un lugar del mundo tiene mucho que ver con lo que pasa en rincones lejanos y que las decisiones políticas no se quedan dentro de las fronteras, sino que tienen impacto en la vida de personas que viven a miles de kilómetros. El índice deja muy claro que el modelo que rige el planeta es insostenible y que ningún país lo está haciendo del todo bien; ni siquiera Noruega, ese Estado que siempre pareció un modelo a seguir.

Muy a menudo, las ópticas arraigadas se entienden como incuestionables y, entonces, acabamos llegando a los mismos lugares, a las mismas soluciones, incapaces de desenmarañar los nudos que conectan realidades distantes. Si cambiamos la mirada, tal vez podemos cambiar el mundo y, de este modo, entender que las fresas que adornan nuestras tartas se producen a costa de la vida de mujeres marroquíes explotadas de sol a sol en condiciones inhumanas. Tal vez podamos entender que la hambruna que ahoga a millones de personas en el Sahel no cae del cielo sin más, sino que se genera, en gran medida, por la contaminación que producen nuestras fábricas y modos de producción. Entenderíamos que las dentelladas del cambio climático las sufren quienes menos responsabilidad tienen en su generación. O que miles de personas mueren buscando una vida mejor huyendo de conflictos alimentados por armas fabricadas en nuestro territorio. Entenderíamos, en suma, que las políticas deben ir mucho más allá de análisis puramente nacionales. Esa fórmula ya no funciona.

Los datos mundiales de pobreza, feminicidios, hambre, violencias... son insoportables. También lo son las cifras de desigualdad, de las que no son ajenos nuestros pueblos y ciudades. Debería escandalizarnos. Mientras tanto, los discursos de odio aumentan de forma asustadora y los gastos militares crecen y crecen sin freno. Cuando más se necesita la paz y los cuidados, más se alimentan el odio, el conflicto y la guerra en todo el planeta.

Políticas que pueden cambiar el rumbo

La fotografía que arroja el Índice de Coherencia lo deja muy claro: necesitamos respuestas globales a desafíos globales. De nada sirven las recetas aplicadas exclusivamente a un Estado nación cuando sus políticas van mucho más allá de sus fronteras y habitantes. Desde esta evidencia, toca repensar los modelos; toca ir de la mano y construir formas de gobernanza global democrática. Toca apostar por propuestas políticas que contribuyan a cambiar el mundo y desatar esos nudos que asfixian la vida de millones de personas. En ese sentido, la cooperación tiene mucho que aportar: su esencia debería empapar las relaciones internacionales y esas políticas que, aparentemente son domésticas, pero con sombras muy alargadas.


Hace cinco meses, todos los partidos políticos, menos uno, lo tuvieron claro: aprobaron la Ley de Cooperación en las Cortes y, con ella, la apuesta por la defensa de los derechos humanos, por el enfoque feminista y ecologista, por la justicia global. Pilares estos de lo que deben ser propuestas que cambien el rumbo, protejan la vida y garanticen derechos de todas las personas en todo el mundo

Los compromisos deben cumplirse

Ahora, a las puertas de unas elecciones, es hora de reafirmar esos compromisos. La aprobación de la Ley nos compromete con ello y supone un primer paso de un largo camino que aún hay que recorrer. Aún queda pendiente aprobar reglamentos, llevar a la práctica las reformas que contempla, alcanzar el histórico 0,7% y fortalecer el sistema para que sea capaz de responder a los retos actuales con políticas responsables. No continuar esa senda significaría no cumplir los consensos alcanzados con todos los actores de la cooperación; significaría dar la espalda al apoyo ciudadano que históricamente recibe esta política pública -no podemos olvidar que la ciudadanía española está siempre a la cabeza de la solidaridad en Europa-.

La cooperación no es una dádiva en tiempos de bonanza, es un compromiso político que muestra la responsabilidad de un país en el mundo por encima de intereses partidistas. Salga quien salga en las urnas, tanto el nuevo Gobierno como la oposición, tendrán la oportunidad de mostrar qué tipo de país quieren construir, cuáles son sus valores y cuál su contribución al bienestar del planeta. La presidencia de la UE será una buena oportunidad para ello; muchos focos estarán mirando hacia España. Ojalá sean capaces de avanzar hacia ese cambio de rumbo que marca la recién aprobada Ley de Cooperación. Nos va el futuro en ello.

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