Otras miradas

La democracia neomilitante, ¿la respuesta para frenar a la extrema derecha?

Anna I. López

En crisis. Retrocediendo. Muriendo. Estas evaluaciones inquietantes del estado actual de la democracia han despertado un renovado interés en el concepto de "democracia militante", acuñado por Karl Loewenstein en 1937 como una de las respuestas pragmáticas al fascismo del siglo XX. El jurista alemán desarrolla la idea de que los regímenes democráticos pueden reprimir de manera preventiva a los actores políticos que buscan subvertir la democracia desde el interior.

Si bien puede haber sido razonable exigir garantías constitucionales contra el fascismo de entreguerras, no podemos olvidar que la democracia militante también entró en las constituciones de la posguerra. Su impacto hoy sigue siendo significativo. Se han utilizado cláusulas de este tipo para justificar prohibiciones de partidos en al menos 20 países solo en Europa y en países como Alemania, Bélgica, Turquía, la República Checa y Ucrania.

En el actual escenario de gobiernos de derecha y extrema en toda Europa y desde la crisis de 2008 aparecen teóricos como Alexander Kirshner, Malkopoulou y Norman que introducen el concepto de "democracia neo militante" porque, según los autores, constituye la mejor -y única- alternativa para conservar y proteger el Estado democrático de derecho de manera efectiva y completa.

Los académicos tratan de responder a cuestiones tales como ¿de qué sirve una democracia que no es capaz de defenderse?, o ¿puede una democracia tolerar aquellas ideas que, en caso de aplicarse, llevarían al fin de la democracia misma?

Los análisis de los programas de las formaciones de extrema derecha en todo el mundo y de la evaluación de sus políticas de gobierno evidencian una transformación de la democracia que aspira, como fin último, a reducirla a un régimen político que mantiene formalmente el acceso al poder mediante elecciones (más o menos limpias), pero vacían de contenido todo el sistema de libertades y recortan los derechos de las minorías, hasta convertir la democracia en un "cascarón de huevo".

Hungría ha sido el primer país de la Unión Europea que, tanto el Parlamento Europeo el 15 de septiembre de 2022, como su propio presidente, Viktor Orbán en 2014, han definido este modelo de democracia como "iliberal". Un proyecto político que, además, el líder de Vox, Santiago Abascal, lo ha presentado como única propuesta para España durante su primer mitin de campaña en El Éjido el 6 de julio. Para Vox, Hungría es un ejemplo de "defensa de la soberanía nacional, de la familia y de la vida".

En este escenario de gobiernos con partidos de extrema derecha que aspiran (y algunos lo han logrado) a modificar las democracias representativas, ¿los principios básicos de esta democracia neomilitante pueden ser la respuesta para contener la deriva autoritaria?

El mensaje más fuerte que emerge de los trabajos de esta escuela es que una democracia que no es capaz de protegerse es completamente inútil. Haber logrado el reconocimiento de derechos fundamentales y mecanismos de control del poder y de participación ciudadana en el proceso de toma de decisiones no garantiza que estas conquistas se perpetúen por sí mismas a lo largo del tiempo. Es decir, no hay ningún elemento intrínseco a la democracia que garantice la estabilidad de sus logros.

Además, los teóricos proponen que las autoridades estatales y supraestatales puedan reprimir legítimamente a los partidos y movimientos que se oponen a los principios democráticos liberales básicos, como suelen hacer estas formaciones. Por ejemplo, se debería recortar su financiación estatal, no deben recibir permiso para reunirse en espacios públicos, ni oportunidades para presentarse a elecciones, ni invitaciones a comités, coaliciones de gobierno o de votación. Y, en las redes sociales, deberían ser eliminados de las plataformas.

Por otro lado, no se pueden obviar la principal crítica a la democracia neomilitante que acusa dicha teoría de ser "autoritaria" y "antidemocrática". Según este razonamiento, toda política soportada por la voluntad popular expresada por la mayoría de electores y electoras es legítima, incluidas decisiones como derogar ciertos derechos humanos.

En definitiva, el interés del tema es evidente debido a la fase histórica que están viviendo las democracias representativas. Partidos políticos y gobiernos que en sus políticas  defienden la ‘democracia’ o ‘el pueblo’ y  ponen en abierta discusión aquellos elementos que, en cambio, son considerados tradicionalmente los pilares fundamentales de los sistemas políticos europeos nacidos tras la victoria de los aliados sobre el nazi fascismo durante la II Guerra Mundial.

Como recuerda Loewenstein en sus memorias sus compañeros profesores en Estados Unidos se sorprendieron de lo fácil que había sido para los nazis llegar al poder en la República de Weimar (en las elecciones de noviembre 1932, el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán logró el primer lugar con el 33,1% de los sufragios)

El jurista concluyó que la principal causa fue la democracia tradicional al ser derrotada por fuerzas políticas que usaron los canales que el propio sistema les había dado y, además, acusó a los conservadores de convertirse en cómplices del fracaso.

Más Noticias