Otras miradas

Yo lloré con Barbie

Diana López Varela

Periodista

Yo lloré con Barbie
Escena de Barbie, la película

Hace unos cuantos años, cuando empecé en esto del activismo feminista y me creía muy moderna, iba diciendo por ahí que el "nuevo feminismo" (un feminismo rosa surgido en mi timeline de Twitter de 2010) tenía que ser, sobre todo, divertido, y que lo más importante era que te hiciese feliz. Con el tiempo, la teoría y la práctica cotidiana, descubrí que el feminismo sirve, sobre todo, para encabronarte, y que la emancipación de las mujeres pasa necesariamente por ser conscientes de las opresiones que el patriarcado nos impone.

Mientras la evidencia del cabreo constante enraizaba en cada una de mis células y en casi todas mis relaciones de pareja, caía en la cuenta de que sería imposible aspirar a aquella felicidad soñada si no me permitía desconectar de vez en cuando y disfrutar de los pequeños placeres con los que nos entretiene el capitalismo al margen del análisis marxista-feminista-abolicionista. Me arriesgo a decir, a riesgo de sonar esquirola, que intentar disfrutar de un artefacto cultural pensado para la diversión y el puro entretenimiento es un acto de autocuidado muy necesario para las mujeres, especialmente, para las feministas. Aunque haya quien considere que la película de Barbie dista mucho de merecer tal calificativo.

El mismo día del estreno de Barbie, el 20 de julio de 2023 en sesión de tarde, me planté en la cola de Cinexpo Pontevedra siguiendo a una estela de adolescentes que vestían de rosa y comían palomitas entre gritos y risas con total complicidad. Yo me dejé mi sudadera rosa con letras de purpurina pescada en las rebajas de Tezenis encima de la cama, aun sabiendo que si el estreno me hubiese pillado con 16 yo sería la primera en encabezar la fila con look rosa, pelo incluido. Fui sola al cine, que es como hay que ir cuando una quiere emocionarse sin sentir vergüenza ni culpa, y en cuanto empezaron a pasar los títulos de crédito yo ya no era la madre que huye del parque a media tarde, sino una de aquellas chavalas que van al cine uniformadas y en pandilla. Porque estar con amigas es lo más, como bien sabe cualquier Barbie.

Sin querer hacer nada de spoiler, sirva esta pequeña lista para enumerar algunas de las virtudes de la cinta de Greta Gerwing:

-Barbie funciona dramáticamente y tiene una gran calidad audiovisual. La fotografía y el color son una fantasía y la música pegadiza como una legión de ladillas.

- Margott Robbie y Ryan Gosling son guapísimos y le alegran la vista a cualquiera.

- Explica el valor de la amistad entre mujeres. Por eso, las mejores noches son las noches de chicas.

- Muestra a mujeres que trabajan juntas en todos los ámbitos y que viven al margen del poder de los hombres.

- Explica de una manera divertidísima el patriarcado a los más jóvenes.

- Ridiculiza a los señores resentidos con el feminismo.

- Asume la imperfección como parte del proceso de maduración.

- Barbie rara es una genialidad.

- Hay Barbies de muchas razas, tamaños y formas, pero no hay Barbies que representen a religión alguna.

- Hay mucho margen para la autocrítica. En cuanto te despistes, cualquier empresa querrá meterte en una caja y convertirte en un lindo objeto.

- Destaca la rebeldía de las mujeres y cómo la unión les permite echar abajo un sistema que les ha robado la voz.

- No se corta en ridiculizar la masculinidad ni tampoco el amor romántico.

- Da estrategias para vengarse de los machirulos sin perder la elegancia.

- Explora las relaciones entre madres e hijas en la adolescencia y es una película que fomenta la complicidad entre ellas.

- Un dardo que me petó la cabeza fue el "todo el mundo odia a las mujeres". Y no diré más.

La película me encantó, pero reconozco que no soy objetiva: me echaron del Club Barbie a través de una carta que llegó a casa de mis padres el mismo día que cumplí los 18 años, cuando ya estaba empaquetando las cosas para irme a vivir a una residencia universitaria. Supongo que Mattel consideró que Barbie tendría que pasar a formar parte de mis recuerdos -no tan- infantiles, y de esa nostalgia se alimenta hoy la película más taquillera de los últimos años en todo el mundo.

Y sí, yo lloré con Barbie. Porque Barbie, pese a todos sus defectos y estereotipos (sexistas, racistas y seguramente clasistas) fue la muñeca de mi infancia y ya sabemos que la infancia es la auténtica patria. Mis Barbies me salvaron de tardes de invierno soporíferas en la habitación de un piso sin ventanas al mundo, mientras mis hermanos (chicos) jugaban entre ellos y mis amigas sobrevivían al tedio en situaciones similares. Mi mayor aspiración en aquellos momentos no era ser rubia, ni tampoco guapa, ni mucho menos tener un novio, mi mayor deseo era que todas las noches fuesen noches de chicas. El sueño mejor guardado en cualquier maleta de universitaria se parece bastante a Barbilandia.

Pero Barbie también llora y lo hace cuando le pasan cosas que no puede entender y que le parece profundamente injustas. Como nos ha pasado a todas. Por eso, y porque Barbie pasa a la acción, la película es mucho más que un simple entretenimiento amable, también es una declaración antipatriarcal divertidísima que incomodará a más de uno. Estamos ante una parodia inteligente que, cuanto menos, permitirá a millones de jóvenes acercarse al feminismo con alegría y saber que hay mujeres haciendo activismo desde muy diferentes ámbitos, también desde la cultura mainstream.

Mientras hay quien solo verá el oportunismo del capital (sabemos que la estrategia transmedia venderá muñecas por un tubo), yo veo también una oportunidad. La oportunidad que el feminismo necesita de vez en cuando para volver a la agenda mediática y a la conversación entre las más jóvenes, en un momento clave para el movimiento, con un aumento del negacionismo y de la violencia sexual. No subestimemos la inteligencia de todas esas chicas que van juntas al cine para divertirse y que salen de las salas con unas cuantas preguntas (y respuestas) sobre cómo las trata este mundo por haber nacido mujeres. Que quizá lloraron un poco con Barbie, y que puede que ya no lloren tanto por Ken.

Ojalá haberla visto a mis 14. Ojalá.

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