Otras miradas

No recuerdo cuándo le conocí

Lucila Rodríguez-Alarcón

El periodista Ramón Lobo, en una rueda de prensa en la ciudad gazatí de Khan Yunis, en una imagen de archivo el 8 de enero de 2005.- Said Khatib / AFP
El periodista Ramón Lobo, en una rueda de prensa en la ciudad gazatí de Khan Yunis, en una imagen de archivo el 8 de enero de 2005.- Said Khatib / AFP

No recuerdo cuándo lo conocí, pero siempre estuvo ahí, con esos ojos azules pero chiquitos, almendrados y esa sonrisa grande de dientes pequeños, y esa narizota divertida que le dejaba la marca de fábrica inglesa. Era redondo y de voz cascada, como el que fuma y bebe y canta canciones después de comer. Y la barba blanca, con su pelo, blanco. Si, yo lo conocí hace unos veinte años, no antes.

Era muy divertido Ramón. Tenía conversación para la mayoría de las cosas y opinión contundente para muchas de ellas. Hablamos mucho de tres cosas, política internacional, historia de España y periodismo. También era una mezcla de persona común y reportero famoso, es esa mezcla rara que componía todo su ser, inglés-español, grande-pequeño, humilde-chulillo.

Hicimos muchas cosas juntos. Fuimos amigos de Enrique Meneses, al que visitamos mucho durante sus últimos años de vida. Nos reíamos mucho con Enrique, con el que hablamos, cómo no, de política internacional, historia de España y periodismo. Cuando Enrique murió fuimos un grupito a su entierro. Le incineraron en la Almudena, en el cementerio civil. Ramón llevaba claveles rojos que estuvo distribuyendo por las tumbas de los caídos por defender la República. Yo le acompañé de tumba en tumba, no conocía esa parte de la Almudena y fue un privilegio descubrirla de su mano.

Cuando iniciamos el proyecto de periodismo comprometido con Oxfam Intermon, Ramón fue una de las grandes estrellas que lo apoyó y viceversa. Lo mandé con la preciosa y poco convencional Mar de Marchis a Guatemala, que estaba revuelta como siempre. Hicimos un triplete los tres locos, porque Mar respetaba muchísimo a Ramón, pero tenía su forma peculiar de gestionar las colaboraciones con los periodistas.


Hubo algún pique, algún drama y un final feliz, y un precioso reportaje seguido de una súplica: "Sacadme más por ahí", porque Ramón, a sus 58 años, solo quería seguir viajando sin parar. Yo le saqué a dar charlas, le subí y le bajé cuanto pude para defender el periodismo de calidad al lado de más gente como Virginia Pérez Alonso, Gumersindo Lafuente y otros referentes incuestionables. Todas amigas de Enrique Meneses también, que en cierta forma fue una argamasilla de muchas cosas que ocurrieron en aquellos años.

Luego creamos porCausa y Ramón se convirtió en uno de nuestros primeros apoyos incondicionales y gran habitual de nuestras fiesta de encuentro, porque a Ramón le encantaba encontrarse con gente, y cuanto más diversa mejor. Y cerraba las fiestas y hablábamos y nos reíamos y me contaba sus planes de mejorar su vida de esta forma o aquella, y yo le tomaba el pelo y le decía que "a estas alturas ya no me creo nada", y así hasta recoger toda la oficina y echar el candado.

De Ramón me separó la covid. Esa peste que llegó y acabó con las fiestas, los cafés y los abrazos. Nos vimos alguna vez más, pero no dio tiempo a recuperar, no había acabado la nueva normalidad cuando le dijeron que estaba malo. Y todo ha ido muy rápido. Y ahora ya no está y deja una ristra enorme de gente triste que le echaremos mucho de menos.


Y todo esto sin hablar de lo gran profesional que fue y demás.

Yo imagino que está en el cielo, pero en el de las nubes y el sol, con Enrique Meneses, muchos republicanos y muchos periodistas.

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