He visto Barbie y amenazo con volver a hacerlo. Fui a ver un producto de marketing con la intención de sacarle los ojos, las tripas y el cerebro –en caso de tenerlo–. Pensaba encontrarme con un torpe intento de resignificación de la quintaesencia del estereotipo femenino. Porque Barbie es parte del veneno que nos hizo esclavas de modelos físicos enfermizos. Se infiltró a partir de 1959 en el inconsciente femenino de al menos 1.000 millones de mujeres. Es decir, una de cada cuatro jugó con ese cuerpo de medidas imposibles (91–46–84), pies deformados para solo calzar tacones y los rasgos arios más obvios y menos comunes en la mayoría de los 150 países que la han comercializado. O dicho de otra manera: una cuarta parte de las niñas del mundo soñó con ser lo que no serán nunca y con tener cuerpos inhumanos.
Sin embargo, saltando por encima de eso, dos mujeres inteligentes han fabricado un artefacto de entretenimiento cuasiperfecto que parodia quién fue, quién es e incluso quién quiere ser aquella muñeca que hace mucho que dejó de tener sentido. Greta Gerwig, su directora, y Margot Robbie, su protagonista y productora han pergeñado una película digna de estudio y, desde esta semana, la más taquillera de la historia, a pesar de haber sido censurada en Oriente Medio.
Y es que esta peli está hecha sobre todo de fantasía, de pura fantasía feminista. Es un cuento que -como todos– es modelado desde lo ya creado, con el barro del imaginario colectivo que nos habita. Porque las obras son primas, hermanas, madres o parientes lejanas, hermanastras o madrastras de otras. Siempre conviviendo, mezclándose, contaminando. Subidas en los hombros de los gigantes o pateándoles las espinillas.
En esta ocasión, lo han hecho casi todo y le han puesto a su coctelera el ingrediente mágico que en muchas ocasiones a las feministas se nos olvida: la risa. Se ríe de nosotras, de ellos, de las muñecas, de la empresa que las fabrica, de sus dueños, de todos juntos –es una parodia coral–; de las nuevas masculinidades y de las viejas, de las nuevas feminidades y de las otras, con mil guiños y cortes de manga a la cultura que nos habita y nos destroza.
Hizo que me acordase de cómo el juego favorito de mi infancia era jugar con una Barriguitas o con la cabeza de la Nancy al voleibol con la cortina como red y mi hermano dentro de la bañera como contrincante. En esta peli destripan y desmembran a Barbie para inventarse un juego nuevo con sus vísceras, sus trozos y nuestra memoria.
Y, por si fuera poco, al puro entretenimiento audaz y provocador también le han echado unas gotitas de arte y ensayo. Esas niñas imitando la escena de 2001, Odisea en el Espacio de Kubrick son algo que no se olvida. En la de Kubrick los primates descubrían que con un hueso grande estaban armados y por lo tanto podían controlar al resto de las especies. El mono descubridor con un hueso, en aquella epifanía, se lía a huesazos con los restos de un mamut. En Barbie imaginaos lo que pueden hacer unas niñas que solo habían podido jugar con muñecos bebés a ser mamás al descubrir a la muñeca mujer de las mil profesiones.
La peli tiene hasta silencios y un monólogo maravilloso de una madre latina de más de cuarenta, bajita sin tacones, que viste la talla 42 y que hace llorar hasta a la última fila.
Es posible que mi entusiasmo tenga que ver con la falta de expectativas con que fui a ver esta maravilla pero, sobre todo, con que terminé de leer hace poco Maldito Estereotipo de Yolanda Domínguez. Cuando lo acabé me sentí como cuando en Matrix se tomaban la pastilla que te hacía ver el mundo como realmente es. Domínguez describe con detalle el bombardeo de imágenes perniciosas que nos ataca por tierra mar y aire y nos lo pone a cámara lenta para que –como en Matrix– podamos esquivar las balas.
¿Cuántas series podemos ver sobre mujeres asesinadas, violadas, maltratadas? ¿Cuántas en las que los papeles de mujer o no están o solo están para cuidar o ser folladas? ¿En cuántas escenas salen mujeres sexualizadas? ¿Qué ingresamos en nuestro banco de referentes positivos, de mujeres ejemplares a nuestros ojos, cuyos ejemplos nos parezcan referenciables, dignos, hermosos?
Maldito Estereotipo aboga porque cuidemos nuestra dieta de imágenes tanto como la que comemos porque lo que vemos, leemos y escuchamos alimenta cómo pensamos y quiénes somos.
Desde que lo leí mi dieta está mejorando mucho y me hice consciente de que no soy culpable de mis esclavitudes estéticas, de que son el síntoma del virus que me rodea. Saberlo me hace más libre aunque no me cure del todo de mis vicios ridículos, de mis concesiones a mi cultura y al ecosistema.
Tal vez el síndrome de la impostora solo sea el reflejo de las fracasadas irredimibles que vemos y re-vemos en esta dieta femenina universal de referentes de mierda.
Tomaos la pastillita de Yolanda y fliparéis como yo he flipado.
Por eso fui a ver a Barbie y por eso me ha gustado. Y, sin embargo, soy consciente de que lo que está ocurriendo con esta película es un expediente X que solo mejorará en algo al mundo cuando consigamos descifrar su incógnita.
¿Cómo es posible que la gente salga de la sala de cine loca por comprar todos los complementos rosa, todas las muñecas, todo el merchandising exclusivo después de ver una denuncia sobre cómo el consumismo nos mata?
¿Será que ya estamos tan enfermos que no hay ni antídoto ni cura? ¿Será como pasa con las bibliotecas públicas –que tienen todos los libros– pero ya no son ningún peligro, ya no cambian nada porque casi nadie lee, porque las ideas ya solo nos entran como imágenes y las imágenes se borran unas a otras?
¿Será que ya lo único que sabemos hacer cuando una idea o una experiencia nos gusta es comprar un souvenir que nos haga sentir que la hemos hecho nuestra, aunque no vayamos a hacer nada para aplicarla más que comprar otra cosa?
Barbie ya se estudia como fenómeno de marketing. ¿Para cuándo su estudio cómo fenómeno social, para cuándo el análisis con lupa que explique por qué al salir de ver una película que pregona la superioridad de las ideas sobre las cosas la gente se va de compras? ¿Será la constatación de la muerte del pensamiento, de la victoria del consumismo sobre todas las cosas? ¿O solo una prueba más de que comprar es mucho más fácil que pensar y que cambiar y que ir contracorriente?
Comentarios
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