Otras miradas

Rubiales, quítate de en medio

Nagua Alba

Rubiales, quítate de en medio
Las futbolistas de la selección española celebran el triunfo en la final del Mundial. AAP Image/Dan Himbrechts / Dpa / EP

No pisé un estadio de fútbol hasta pasados los 20, cuando mi madre y una amiga me convencieron de ir a ver un partido de la Real Sociedad femenina, yo acepté a regañadientes. No me gustaba el futbol, jugué en el equipo del colegio en primaria y me pasé un año entero alejándome del balón y suplicando silenciosamente que nadie me lo pasara. Me daba miedo hacer el ridículo. Ser mala. Jamás me divertí. Asumí que eso no era lo mío, y nunca supe si era verdad o no, porque el miedo me paralizaba a tal nivel que ni siquiera lo intenté. Salí de aquel estadio (ganamos) como si de una aparición mariana se hubiera tratado. Resultaba que ir al fútbol no solo era divertido, sino tremendamente emocionante. De repente comprendí todos los gritos de alegría que mi pareja le lanzaba a la televisión los domingos, entendí las lágrimas cuando tu equipo pierde, viví esa comunión que se genera entre personas desconocidas que, durante hora y media, sienten intensamente y al unísono, y me pareció precioso (con todo lo que puedan tener de criticable algunas otras dinámicas que también empapan al fútbol). Estoy segura de que el domingo fueron muchas las mujeres que se sintieron como yo aquel día, que de repente supieron que sí podían ser partícipes de algo tan bello, que desde pequeñas nos habían dicho que ese no era nuestro lugar, pero ahora se mostraba tan nuestro como de los hombres. Puede que este sea el regalo más bonito que la selección nos ha hecho: invitarnos a participar. Y lo han hecho, además, con un mérito enorme, no solo futbolístico, sino también político. Lo han conseguido después de años de lucha incansable por lo que, a pesar de ser de justicia, parecía un imposible: condiciones laborales dignas (aunque aún bastante inferiores a las de los hombres).

Por eso me cabrea tanto que (para sorpresa de nadie) tengan que llegar los señores a estropearlo. Ellas son las heroínas de la semana, pero acabamos teniendo que hablar de ellos. Creo que el horizonte último del feminismo debe ser una sociedad en la que las mujeres no tengan que ser heroínas imbatibles para que se las admire y se hable de ellas. De hecho, será síntoma de que hemos ganado cuando haya el mismo número de mujeres mediocres ocupando puestos de visibilidad o poder como lo hay de hombres. Esa es la verdadera meta, porque significará que ya no somos la excepción, sino la norma. Pero por el momento, es que encima no basta con ser las mejores, ni siquiera consiguiendo lo imposible hay manera de que ellos se echen a un lado y nos dejen recibir respeto y aplausos, aunque solo sea por unas horas. Aún entonces, aparecen (con la mano en la entrepierna) y nos devuelven a nuestro lugar. Cuenta Despentes en su teoría King Kong que cuando la violaron llevaba una navaja en el bolsillo, una navaja que no había dudado en utilizar en otras ocasiones, pero que ni siquiera pensó en sacar entonces, cosa que sí habría hecho si por ejemplo la hubieran tratado de atracar. Dice la escritora que: "En ese momento preciso me sentí mujer, suciamente mujer, como nunca me había sentido antes y como nunca he vuelto a sentirme después. [...] Era el proyecto mismo de la violación lo que hacía de mí una mujer, alguien esencialmente vulnerable". Ese fragmento me vino a la cabeza en cuanto vi las imágenes de la celebración tras el partido. Porque eso es lo que la agresión de Rubiales a Jenni Hermoso hizo, arrancarla de la categoría de campeona del mundo y devolverla a la de mujer. Mujer de cuyo cuerpo se puede disponer sin preguntar, mujer como posesión del hombre (padre, jefe, seleccionador, novio, presidente de la RFEF, qué más da). Al igual que le pasó a Sara Carbonero en 2010 (sí, eran pareja, pero eso no le daba derecho a Casillas a estamparle un beso en la boca mientras ella estaba trabajando), en el momento en que un hombre dispone de nosotras como mujeres, dejamos de ser profesionales para pasar a ser simplemente algo suyo.

Rubiales tuvo la ocasión de ser una persona un poquito más decente y disculparse por lo sucedido en la COPE, pero en vez de eso, dijo que se había tratado de "un pico de dos amigos celebrando algo, que ha habido más" (no le he visto yo darle muchos picos de amigos a los jugadores de la selección masculina) para añadir "yo con todo lo que he pasado..." (pobre víctima de vete tú a saber qué) y "vamos a disfrutar de lo bueno". Ha vuelto a perder otra oportunidad con su lamentable vídeo posterior hablando de que "ocurrió sin mala fe por ambas partes". Y me recordaba horrores a todas las veces en que una mujer se ha quejado de una actitud machista para recibir un "exagerada", "no tienes sentido del humor" o "siempre estáis amargándonos a todos con lo mismo". Pienso que muchas cosas han cambiado (este fin de semana ha quedado claro), pero no todas, que cuando Rubiales dice eso de que "no hagamos caso a los tontos, hagamos caso a los que no son tontos" en realidad está más cerca de aquella pieza del NO-DO en la que anuncian con esperanza que cuando las jugadoras se casen cambiarán el fútbol por una batería de cocina, que de lo histórico de este domingo. Pero también me doy cuenta de que en realidad los "tontos" son esos que, como él, no se han enterado de que el cambio es imparable y les va a pasar por encima. Nosotras celebraremos muchos más goles y comeremos palomitas viendo cómo el futuro es cada vez más nuestro. Ya hace tiempo que recorremos ese camino. Les estamos dejando atrás y no vamos a detenernos. Así que, Rubiales, hazte un favor y quítate de en medio.

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