Todos sabemos más del pasado que lo que hemos estudiado en la escuela. El conocimiento histórico nos llega por medios de comunicación, películas, visitas a museos o historias familiares. Y aunque la guerra de Marruecos nos queda lejos, tuvo el suficiente impacto en la sociedad española como para que todavía permanezca en el recuerdo colectivo. Un par de nombres, al menos: Annual, Alhucemas.
A grandes rasgos, la historia que ha prevalecido sobre los últimos años de la guerra del Rif (1911-1927) es la siguiente: la corrupción e ineptitud de los políticos y algunos líderes militares prolongó un conflicto impopular hasta la derrota de las tropas españolas en Annual en 1921, con cerca de 10.000 muertos. Tras el golpe de Primo de Rivera en 1923, hubo un giro estratégico decisivo. Su hito más importante fue el desembarco de Alhucemas dos años después, la primera operación anfibia de la guerra contemporánea. Para inicios de 1927, el territorio rifeño había quedado "pacificado". Fue un triunfo de la estrategia militar, la pericia de un ejército renovado y el valor de unos soldados en su mayoría profesionales.
Una historia épica de superación salvo por un detalle. Que no es del todo cierta. Es realmente la historia que Miguel Primo de Rivera y su gobierno quisieron contar y que Franco convertiría en oficial, con él de protagonista, tras la Guerra Civil. Desde hace más de dos décadas, la investigación ha dejado claro que la historia es bastante más compleja y menos épica.
La historiadora Susana Sueiro, por ejemplo, demostró documentalmente que el dictador nunca tuvo una estrategia clara sobre Marruecos. Fue improvisando sobre la marcha. Y, de hecho, su primera opción fue abandonar el protectorado. Se alineaba así con el sentir popular, que detestaba una guerra absurda y con costes humanos y económicos inasumibles. Por eso, durante el primer año y medio de directorio militar, lo que hubo en el Rif fue una retirada. El objetivo era reducir la presencia española en la colonia y evitar el despilfarro de vidas y dinero.
Primo de Rivera no solo no tenía clara la estrategia, sino que barajó opciones radicalmente incompatibles. El desembarco de Alhucemas era una de ellas. Otra, cambiar el Rif por Tánger o Gibraltar. Otra, ofrecerle a Abd El-Krim una autonomía en la mayor parte del protectorado que equivalía en la práctica a la independencia. Durante 1924 siguió tratando de encontrar una solución negociada al conflicto. Si finalmente optó por la vía militar no fue por convencimiento, sino por las circunstancias: la continua presión de los rifeños y sus ataques a territorio colonial francés, que motivaron la reacción del país vecino, hasta entonces reacio a colaborar con España.
Por otro lado, la guerra siguió siendo costosísima en términos materiales y humanos durante la dictadura. La retirada de fines de 1924 causó miles de muertos en las filas españolas y el coste económico de la ocupación siguió siendo exorbitado: en 1930, y sin guerra, 300 millones de pesetas anuales, el triple de lo que Primo de Rivera tenía previsto gastar. ¿Por qué no dio lugar a los escándalos públicos y resistencias populares de años anteriores?
Uno de los motivos es el progresivo reemplazo de soldados de leva por profesionales. Pero más importante es el hecho de que jamás se difundieron los desastres de la guerra: ni las bajas propias, ni los suicidios, ni las deserciones, ni la proliferación de enfermedades venéreas, ni el despilfarro económico. Sí en cambio, los bombardeos de poblaciones indefensas y las atrocidades contra civiles, incluidas violaciones y mutilaciones. Al fin y al cabo, se perpetraban contra africanos. Nada de lo que escandalizarse.
El historiador Alfonso Iglesias Amorín ha demostrado cómo una férrea censura y una maquinaria de propaganda no muy distinta de la de otros regímenes dictatoriales de la época consiguieron imponer un relato único y épico, al servicio de los valores tradicionales y el nacionalismo español. Desaparecieron los muertos y aparecieron los héroes.
La guerra de Marruecos se ha considerado precedente de la Guerra Civil como escenario de brutalización y violencia contra civiles y como forja de golpistas. Lo fue también como creadora de discursos. El lenguaje exaltado que se utilizó para describir los combates en el norte de África recuerda al de los sublevados en la Guerra Civil: epopeyas gloriosas y comparaciones con el Imperio de los Austrias. Se vuelve entonces habitual el término "caudillo", aplicado a Primo de Rivera y al general Sanjurjo (futuro golpista).
El relato del conflicto colonial que crearon el régimen de Primo de Rivera primero y Franco después sigue vigente en buena medida en el imaginario colectivo contemporáneo. Un retrato de moros salvajes y vengativos derrotados por un ejército valeroso y eficiente. Y hay quien se preocupa de actualizarlo de forma más o menos sutil, con estatuas, libros y exposiciones. En el momento actual, no se me ocurre nada más peligroso que seguir alimentando, consciente o inconscientemente, mitos coloniales de hace un siglo.
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