Otras miradas

Gol de oro

María José Landaburu

Doctora en Derecho

Gol de oro
Ana Tejada levanta el trofeo junto al resto del equipo. EFE

Va en nuestra carga genética. Todas hemos ido sedimentando en nuestra memoria celular la necesidad de aprovechar cada pequeña oportunidad si es que esta nos llega. Nosotras tenemos las cartas marcadas desde el principio. Al margen de las dificultades de clase, tuvimos y tenemos un conjunto enrevesado de obstáculos que impedirán o dificultarán nuestra capacidad de elegir, de evolucionar, de crecer y por supuesto de liderar. No es algo que se nos tenga que decir expresamente, no es que nuestras madres nos lo expliquen entre nanas. Es una certeza heredada que se hace visible desde bien pronto y que explica nuestra existencia como distinta y subordinada en los diversos ámbitos de la vida.

De hecho, desde la primera infancia en los procesos de educación y formación las estrategias que se nos enseñan son distintas y diferenciados a las de los hombres. Para nosotras el trabajo silencioso, la discreción y casi la clandestinidad. Para ellos la valentía, la fuerza, el liderazgo, la confrontación, la rivalidad. Para nosotras la sumisión. Se nos ha enseñado que solo si eres sutil, si no haces ruido, solo sin que casi no se te note puedes alcanzar los objetivos marcados.

Romper los estereotipos, formar parte de una dialéctica de superación de un heteropatriarcado que se ha enraizado en nuestra estructura social, es una aventura difícil a lo largo de la historia. Brujas, locas, histéricas, niñatas. Ha habido mujeres científicas, artistas o deportistas magnificas, pero invisibilizadas. Y cada movimiento hacia adelante, cada espacio de reivindicación ha sido proscrito, despreciado y desde luego reprimido

Por eso ha llamado tanto la atención la reivindicación más que justa y justificada de las campeonas del mundo de fútbol. No esperaban nada más allá del silencio de estas mujeres frente a los abusos y la discriminación. No es propio de chicas para esos ojos miopes y anticuados conformarse en un bloque de lucha. Serias, firmes, indomables, hartas. No concuerda con los cánones encabezar un conflicto profesional, ético, social y desde luego político reivindicando la igualdad. Y de ahí viene la reacción: ridiculizar primero, ignorar y minimizar después, y desde luego combatir como un solo hombre lo que han interpretado como una agresión frente a un estatus que va más allá del androcentrismo de una federación deportiva caduca, que se ha convertido en un movimiento feminista imparable, en un símbolo vivo que adquiere la condición de referente para el futuro.


Frente a la solución fácil y esperada de no dar importancia, de tragar una vez más, de olvidarse, seguir y sonreír, han asumido una responsabilidad colectiva poniendo su cuerpo, su cara y su carrera profesional al servicio de todas, con una inmensa dignidad que ha conseguido resquebrajar las estructuras de una poderosa maquinaria que nos acorrala sin excepción. De la importancia de su rebeldía dan cuenta las reacciones de aquellos que se resisten a perder su pequeña parcela de poder, su superioridad y su sensación de dominio.

Las futbolistas, que han conseguido una estrella para su camiseta, ahora están luchando por algo más, por un triunfo colectivo. Están aprovechando su gol de oro para ganar un partido que tiene una trascendencia evidente para todas. Ellas quieren su sitio, su dignidad, su espacio y saben que es ahora o nunca, que ha llegado la oportunidad. Ellas piensan en todas. Nosotras también jugamos.

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