Otras miradas

Había ganas

Noelia Adánez

Doctora en Ciencias Políticas

El PP celebra un acto contra la amnistía en Madrid. -ALEJANDRO MARTÍNEZ VÉLEZ / Europa Press
El PP celebra un acto contra la amnistía en Madrid. -ALEJANDRO MARTÍNEZ VÉLEZ / Europa Press

Ayer se celebró en Madrid un acto del Partido Popular contra una posible ley de amnistía y contra la formación de un nuevo gobierno de coalición presidido por Pedro Sánchez. Los apoyos que Alberto Núñez Feijóo necesitaría para la investidura no los tiene en el Congreso, que es donde le hacen falta, aunque ayer parecía buscarlos en la calle. A primera hora en un periódico ayusista de Madrid una voluntaria afirmaba: "hay ganas, hay ganas". Y desde luego que las había. Ganas de tribuna, de hacer públicamente una demostración de unidad y de fuerza, de manifestar un enfado monumental por haber rozado el gobierno quedándose a las puertas y de revestir todo lo anterior de una preocupación genuina, legítima e ideológicamente transversal por evitar que se rompa España y que con la quiebra de su unidad se pierdan también la Constitución, la democracia, el Estado de Derecho y el principio político rector de todo esto: la igualdad de los ciudadanos ante la ley.

El PP de Alberto Núñez Feijóo sabe muy bien cómo retorcer los símbolos. Un plano aéreo de la concentración mostraba la pantalla en la que se proyectaba el lema "por la igualdad de los españoles" en pleno corazón del Barrio de Salamanca mientras el rojeras de Bruce Springsteen sonaba de fondo. El alcalde de Madrid, en calidad de anfitrión del encuentro, arengaba a las multitudes concentradas entre Narváez, Goya y Alcalá, una zona de la ciudad con la que nos familiarizamos cuando los cayetanos asaltaron las calles después del confinamiento para aporrear farolas y demás mobiliario urbano porque también tenían ganas, aunque entonces era de salir a tomarse unas cervezas.

El PP no ha hecho otra cosa en los últimos tiempos que plantearle a la ciudadanía dilemas. Comunismo o libertad, Sánchez o España y, ahora, y de cara a la investidura previsiblemente fallida del martes, Feijóo o amnistía. La sensación que crece es la de que, como demostraron las pasadas elecciones generales, puede quedar dramáticamente atrapado en estos juegos de suma cero. Aceptar que la política trata de escoger entre una cosa y la contraria es asumir que implica un estado de guerra permanente y desde el 23J se evidencia que hay una mayoría social que no da por buena esa idea. La pérdida de apoyo electoral de Vox y la expectativa insatisfecha del PP, que esperaba conseguir unos resultados muy superiores a los logrados, lo evidencian. La ciudadanía quiere que le resuelvan los problemas y quiere acuerdos.

Y, sin embargo, y a pocas horas de la investidura, Feijóo dobló su apuesta. Lo hizo acompañándose de dos expresidentes de gobierno y de la presidenta de la Comunidad de Madrid, cuyo protagonismo no pudo medirse con aplausómetro en este caso, pues todo en el mitin estaba muy pensado para evitar una situación como la que se produjo la noche del 23J, cuando los votantes concentrados en la sede de Génova gritaron espontáneamente "Ayuso" y "presidenta". Gracias a unos tiempos aquilatados y a una escenografía ágil diseñada para que el mitin no se fuera más allá de la hora del vermú, es decir, la una y media, Ayuso no tuvo más protagonismo que el que se abrogó con un discurso en el que, como siempre hace, marcó la diferencia. Tenía que dejar un titular y lo hizo, proponiendo a los asistentes que corearan, a las preguntas sobre entregar España a los traidores a la patria, una única y misma respuesta: "de ninguna manera". Ayuso no iba a perder, una vez más, la oportunidad de singularizarse y dejar su impronta en un evento al que podían haber asistido españoles y españolas de diferentes lugares del Estado, pero que a la postre tenía lugar en el Madrid que se siente más identificado y encandilado con la presidenta. En suma, a Isabel Díaz Ayuso le marcaron el ritmo, pero, como acostumbra a hacer, ella bailó sola.


José María Aznar intervino muy enfadado estableciendo las líneas maestras, como viene haciendo, de la estrategia que el PP ha decidido adoptar. Con una oratoria áspera acusó al gobierno de mentir y de perpetrar toda clase de infamias. En ningún momento de su intervención contra una posible ley de amnistía el expresidente sintió la necesidad de recordar los casi seis mil indultos concedidos durante su primer gobierno, entre ellos, a 16 miembros de Terra Lliure. Aznar fue quien arrastró a España a una guerra sobre la base de una información intencionada y maliciosamente falsa y quien mintió acerca de la autoría de los atentados del 11M en 2004 para evitar que se pusiera de manifiesto que la invasión de Irak liderada por Estados Unidos había colocado a nuestro país en la diana del terrorismo yihadista. Resulta asombroso y un tanto insoportable que un individuo como él, que presenta semejante hoja de servicios y que, por lo demás, pactó cuando lo necesitó con nacionalistas catalanes y vascos, ocupe una tribuna pública para hacer cualquier cosa distinta de pedir perdón por los errores con consecuencias catastróficas que cometió en el pasado. Que el PP no solo lo reivindique, sino que además le reconozca autoridad y poder en esta etapa con Feijóo al frente, indica que busca posicionarse lanzando un órdago que va más allá de Pedro Sánchez. Bajo la inspiración de Aznar, el PP busca imponer una idea de España excluyente, vociferante y teñida de autoritarismo.

Rajoy, con un estilo algo más distendido que quienes le precedieron en el uso de la palabra, fue el único que arrancó gritos espontáneos desde el público. Interrumpido por quienes quisieron corear "Puigdemont a prisión" en un par de ocasiones, conectó con unos asistentes que, lejos de considerarle corresponsable del desaguisado que envuelve al procés por su incapacidad manifiesta para darle al conflicto una salida política, le ven como un continuador y valedor de esa idea de España que pasa el rodillo por la diversidad ideológica y la heterogeneidad territorial; un gran presidente del que poco importa que saliera huyendo del gobierno tras hacerse pública la sentencia de la Gürtel; un hacedor de políticas de Estado contra toda clase de disidencias.

Y es que el PP no admite más disidencia que la que "verdaderos socialistas" como Felipe González o Alfonso Guerra plantean al todavía presidente de Gobierno que, aunque lo es en funciones porque así lo establece nuestro ordenamiento jurídico, ocupa la Moncloa, según dijo Feijóo, de manera ilegítima. Frente a un Sánchez que traiciona hasta a la causa de los socialistas, el gallego opuso su liderazgo y la fortaleza ideológica de los populares, el respeto a la libertad y la igualdad ante la ley y la defensa de una artificiosa conciliación entre modernidad y tradición. Con la ultraderecha en el parlamento, estas medias tintas no pueden convencer a nadie. Por cierto, que a Vox el líder de los populares le reconoció un apoyo que, por adelantado, agradeció. Como buen gallego, Feijóo templó gaitas.


El líder del PP puso asimismo en valor los gobiernos dirigidos por su partido en las distintas autonomías en las que lo hace, de cuyas victorias en alguna medida dijo sentirse responsable. Que muchos de esos gobiernos se hayan formado sin haber ganado los populares las elecciones -como presumiblemente sucederá con el PSOE en el gobierno de España- es algo, por lo visto, irrelevante a efectos de criticar a Pedro Sánchez.

En el discurso de Feijóo, como en el de Aznar, planeó con insistencia el llamamiento a quienes, a pesar de tener una orientación ideológica distinta, comprenden el gravísimo momento en el que se encuentra España y quieren sumarse a la propuesta de los populares. Las preguntas que cabe hacerse son: cuál es esa propuesta a escasas horas de la investidura en principio fallida de Feijóo; qué se pretendió conseguir ayer con la celebración de un mitin fuera de campaña electoral o a quién iba dirigido el mensaje machacón sobre el carácter transversal de la defensa de la unidad de España. Es evidente que, caso de una nueva convocatoria electoral, el PP colocará el asunto de la amnistía en el centro del debate, pero si como Sánchez asegura tal cosa no sucederá la concentración de ayer, celebrada días después de comparecer públicamente González y Guerra para criticar a Sánchez y de paso vendernos un libro, puede parecer un llamamiento a diputados socialistas para que apoyen a Feijóo. ¿Se quedarán con las ganas?

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