Otras miradas

Los cuatro fracasos de Núñez Feijóo

Agustín Moreno

Exdiputado de Unidas Podemos en la Asamblea de Madrid

El líder del PP y candidato a la Presidencia del Gobierno, Alberto Núñez Feijóo, a su salida de la primera sesión del debate de investidura. -A. PÉREZ MECA / Europa Press
El líder del PP y candidato a la Presidencia del Gobierno, Alberto Núñez Feijóo, a su salida de la primera sesión del debate de investidura. -A. PÉREZ MECA / Europa Press

Resultado de la votación de la sesión de investidura de Alberto Núñez Feijóo: 172 votos a favor y 178 votos en contra. Este resultado es el reflejo de su fracaso, pero no el único ni el más importante. Veamos.

1º. La derrota en las elecciones del 23 de julio. A Núñez Feijóo le ha pasado en las últimas elecciones generales como a esos ciclistas que ganan un par de etapas, pero pierden la vuelta ciclista y se quedan con un palmo de narices viendo que no suben al podio. Al PP le fue realmente bien en las elecciones municipales y autonómicas del 28 de mayo, y el 23 de julio fue la fuerza más votada con un 33% de los votos. Pero las elecciones generales solo se ganan en la medida en que permitan armar una mayoría parlamentaria para ser investido y formar gobierno. En un sistema parlamentario y no presidencialista, como el que hay en España, es muy peligroso insistir en el relato falso de que el partido más votado tiene legitimidad para gobernar porque, como es el caso, se puede tener más votos en contra que los demás.

Este fracaso de Feijóo, cuando casi todas las encuestas le daban ganador, se produce por tres razones: a) la audacia de Pedro Sánchez adelantando la convocatoria de elecciones; b) la agrupación electoral de la izquierda del PSOE en Sumar que la permitió convertirse en decisiva tras los malos resultados del 28-M por su falta de unidad; c) la inteligencia del electorado que, ante el riesgo de un Gobierno del PP y Vox, reaccionó movilizándose para impedirlo.

No asumir su derrota -y las presiones internas- le han llevado a aplicar una estrategia profundamente equivocada.

2º. La fuga adelante de la "rebelión nacional". Cuando no se tiene fuerza política suficiente se recurre el radicalismo callejero. La concentración de militantes del PP en el barrio de Salamanca de Madrid el 24 de septiembre ha sido un bramido de impotencia. Primero, porque los datos de asistentes son muy modestos:  40.000 personas de toda España es poca cosa en términos políticos. Solo de Madrid, se manifestaron en defensa de la Sanidad Pública 670.000 personas en noviembre de 2022 y un millón en febrero de 2023. Y, por citar, otra manifestación con carga simbólica, participaron 55.000 personas en Madrid en contra del juicio del "procés" el 18 de marzo de 2019. En segundo lugar, porque ha sido muy evidente que Aznar y Ayuso le han marcado el paso de lo que tenía que hacer, dejando patente su débil liderazgo después de llamarle bisoño.

Por último, el contenido del acto no había por dónde cogerlo. Un partido monárquico y al servicio de las élites convocaba en nombre de "la igualdad de todos los españoles" y contra una posible amnistía que, en su caso, buscaría recuperar la convivencia y la desjudicialización de la política que hizo el PP con Cataluña. Hay que recordar que en España ha habido amnistías legales y por la vía de los hechos. Como la de franquistas asesinos y torturadores, evasores fiscales, señores X del GAL, golpistas del 23-F, miembros de Terra Lliure, políticos bipartidistas corruptos y todo lo que ustedes conocen. Y han sido por ley, por olvido, porque lo afina un juez o por acuerdo político tácito o explícito. Por ello, es cínico decir que se hunde España si se amnistiaran a 1.432 personas por colocar urnas y defender el derecho a decidir. Lo mismo habría que hacer con las personas afectadas por la ley mordaza que ha supuesto una represión de las libertades.

3º. La pérdida de los papeles y de la investidura. La derrota de Feijóo en la sesión de investidura expresa los resultados del 23 de julio, la soledad del Partido Popular y el absurdo planteamiento con el que la ha encarado. Ha sido demencial apostar por un tamayazo, como única posibilidad de obtener los votos que les faltaban para ser investido. Habría sido un vergonzoso acto de piratería política que Feijóo fuera investido presidente por el voto de unos tránsfugas que traicionasen al PSOE. Sería una corrupción de la democracia. En este sentido, ha sido tremenda la deslealtad de viejos dirigentes del PSOE criticando a Pedro Sánchez y echando una mano al PP en su estrategia, al cargar contra una supuesta amnistía y apostar descaradamente por recuperar el bipartidismo. Estoy hablando de Felipe González, un narciso ensimismado cada vez más de derechas; y de Alfonso Guerra, sobre el que el amigo Rafael Chirbes dejó escrito: "vicepresidente del Gobierno de la nación en los años de la desmemoria ("a mi izquierda no hay nadie", decía, mientras se encargaba de que así fuera. Pocos sabían pronunciar con tanto desprecio como él la palabra comunista)" (Rafael Chirbes, Anagrama 2010).

Es patético que Feijóo haya convertido su investidura en una moción de censura a un Gobierno inexistente y en un acto de propaganda política trufado de numerosas mentiras. Se siembra miedo porque se espera que de él nazca la sumisión o, peor aún, la estupidez.

4º. La incapacidad para articular una derecha democrática y europea. Está siendo su principal fracaso. Bien es verdad que no lo tenía fácil ya que su legitimidad como líder nació después de una defenestración. El principal obstáculo para encontrar un perfil de partido conservador y democrático es su relación con la ultraderecha. Al PP le pasa como en la copla: ni contigo ni sin ti tienen mis males remedios, sin Vox porque me matas y sin Vox porque me muero. Pero las presiones del sector partidario del pacto con Vox (Ayuso, Aguirre...) le han echado en sus brazos después de una estrategia errática. Ha alcanzado acuerdos con la ultraderecha en ayuntamientos y comunidades autónomas y ha asumido sus banderas.

Así las cosas, su liderazgo y continuidad no está asegurada y no es difícil imaginar a Isabel Díaz Ayuso y a Miguel Ángel Rodríguez intrigando este verano en su gran mansión de Penagos. Mientras tanto, el desaparecido Pablo Casado se sentará ante la televisión armado con una gran bolsa de palomitas para ver el final de la serie.

Ahora, si el bloque progresista lo hace bien, deberá formar un Gobierno que permita que las leyes y medidas de la anterior legislatura echen raíces y se consoliden. Tendrán que apostar por una agenda de profundas reformas que ataque la galopante desigualdad social y avanzar en la resolución de cuestiones territoriales históricas. Y, sobre todo, abordar cuestiones absolutamente estratégicas como la lucha contra el cambio climático, el avance de las propuestas feministas y la apuesta decidida por la Educación Pública, actualmente saqueada por la derecha. Todo esto, solo se conseguirá con ambición y determinación política, movilización social sostenida y con unidad de la izquierda que supere los sectarismos.

Más Noticias