Otras miradas

La inviolabilidad del percebe

Rafael Cabanillas Saldaña

Escritor y autor de 'Quercus', 'Enjambre' y 'Valhondo'

El rey Juan Carlos saluda a su salida en coche de casa de Pedro Campos hacia el aeropuerto de Vigo, a 2 de octubre de 2023, en Sanxenxo, Pontevedra, Galicia (España). (Foto de Archivo). -ELENA FERNÁNDEZ / Europa Press
El rey Juan Carlos saluda a su salida en coche de casa de Pedro Campos hacia el aeropuerto de Vigo, a 2 de octubre de 2023, en Sanxenxo, Pontevedra, Galicia (España). (Foto de Archivo). -ELENA FERNÁNDEZ / Europa Press

Recuerdo que, en el último de mis viajes a Togo, uno de los países más pobres del planeta, situado en la llamada Costa de los Esclavos y, también, con esa paradoja toponímica, Costa del Oro, un taxista quiso engañarme. Su taxi era un viejo Toyota, todavía con matrícula suiza, CH de la Confederación Helvética – otra ironía de la adinerada suiza en ese secarral de la pobreza –, que calculo tendría cuarenta años y que, según me confirmó el conductor, superaba ya los dos millones de kilómetros. África es el desguace impúdico de todas nuestras miserias, el estercolero, el albañal de la abundancia y la riqueza: los coches, los neumáticos, la ropa vieja, los residuos nucleares, los desechos tecnológicos, las medicinas caducadas y las vacunas... que entregan caritativamente gobiernos y las ONG para lavar nuestras sucias conciencias. ¡Sin pudor!

El taxi era un motor con cuatro chapas que se caía literalmente a trozos: las manillas atadas con cuerdas, los asientos remendados con  parches de piel de cabra, las tuercas de los tornillos tapones machacados de botellines de cerveza. Un ejemplo despiadado de la más absoluta indigencia. ¡África!

Al pagarle, finalizado el trayecto, me dice que son 10.000 cefas (francos), cuando por ese viaje solían cobrarme 1.000. Entonces le suelto:

–Me estás engañando, hermano. Soy blanco, extranjero, pero no tonto. Que os hayamos estado robando desde siempre, no te da derecho a vengarte y ensañarte conmigo de esta manera.


A lo que contesta:

–Si el presidente de mi país roba, nosotros robamos todo lo que podemos.  Como una pirámide. De arriba para abajo. Cuanto más...  mejor.  Siguiendo su ejemplo, para no morirnos de hambre.

Y es este recuerdo el que me ha venido a la memoria al leer ciertos detalles de la última visita del rey emérito, que Dios tenga en su Abu Dabi de lujo y gloria, para participar en las regatas en Sanxenxo, que es a lo que viene siempre, a bordo de su velero o yate, no sé, pues de barcos no entiendo, aunque sé que se llama "Bribón" para más sorna, como otro se llamó "Fortuna". Días de mucho ajetreo tras aterrizar en un jet privado, con comidas y homenajes, siempre en las mejores marisquerías de la ría.  Destacando la fiesta celebrada en alta mar, en la propia cubierta de un barco. Una velada de fantasía, una noche de ensueño, con luna llena, atracón de percebes, bogavantes y mero.


Aunque, según cuentan, el rey padre estaba triste porque Felipe, el rey hijo, que cenaba a tan sólo unos kilómetros en el Gran Hotel de A Toxa, ni siquiera le llamó. Mucho menos se vieron o se dieron un abrazo de padre a hijo. Por lo que ahora duda si aceptar la invitación de la propia Casa Real para el acto de jura de la Constitución de la princesa nieta y futura reina, a celebrar en El Pardo, el 31 de octubre. Rey padre, rey hijo y futura reina.

El recuerdo africano, de esa África desoladora convertida en el muladar del planeta, me ha venido por la expresión "Sin pudor". El "sin pudor" de esa visita y de esas cenas. De sus yates gigantes y sus tristezas. ¡Qué pena! Y por mi conversación con el taxista: ¿Crees que soy tonto?

Ellos sin pudor; nosotros, los ciudadanos de a pie, los curritos con dos trabajos para poder subsistir, los abuelos a los que no les llega la mísera pensión, los desahuciados sin casa por la subida de los intereses de la banca, los enfermos que se mueren antes de que les toque operarse en la lista asesina de espera, los jóvenes riders cuyo futuro es pedalear una bicicleta repartiendo pizzas... Todos nosotros, unos gilipollas por aguantar lo que no está escrito. Con paciencia. Ellos sin pudor y sin vergüenza.

¿Por qué se fue don Juan Carlos? Todos lo sabemos. Se autoexilió él solito al oasis cinco estrellas deluxe. Allí sigue, a costa de los españoles. Y viene en un jet privado con sus escoltas a sus percebes y a sus regatas. Con todas sus demandas fiscales, por enriquecerse y no pagar a Hacienda como tú y como yo, pobres desgraciados, ya caducadas por la gracia del Espíritu Santo, podía volver a España. ¿Por qué no se viene ya y nos ahorramos una pasta? Porque no le dejan. ¿Y por qué no le dejan? Para salvar la monarquía. Que, para algunos, es como salvar la Madre Patria. Para que la rueda de esta atávica monarquía siga y siga y siga. Porque en esta película, alguien tiene que hacer de malo muy malo, para que otro sea bueno muy bueno. En la historia de España, el malo siempre es el anterior, el bueno el sucesor. Así tragamos y tragamos, con santa indulgencia, a lo largo de la historia.

Pero el problema, como ese presidente africano que sirve de ejemplo a su pueblo hambriento, no es personalmente él. Como aquí no son Juan Carlos, Felipe o Leonor, a quienes respetamos y no deseamos ningún mal como no se lo deseamos a ningún ser humano, incluyendo a los africanos ahogados en el océano. El problema es estructural y se llama monarquía. Una monarquía impuesta por Franco que dejó "todo atado y bien atado" y con un jefe del Estado de comportamiento nada edificante. Somos súbditos por deseo de Franco y no ciudadanos libres eligiendo a un jefe del Estado. Un monarca que se larga sin dar explicaciones a los Emiratos Árabes, como la mayor parte de sus antecesores Borbones tuvieron que largarse. Mejor no repasar todos los que nos salieron ranas, de Carlos IV a Fernando VII, a cuál más traidor, de Isabel II a Alfonso XIII, a cuál más inepto. Un problema sistémico que estuvo a punto – nunca vimos la República tan cerca – de irse al garete por culpa del rey Juan Carlos.  Del elefante de Bostwana a los millones de Corinna Larsen, de hija imputada y yerno encarcelado a la opacidad de las cuentas millonarias. Pero a pesar de las mil aberraciones incompatibles con una democracia sana, con igualdad de derechos y obligaciones... no pudo ser.

El guion de "Salvar la monarquía" se ejecutó con rapidez y precisión. Con la colaboración de los poderes fácticos y el apoyo fundamental del PSOE. Del PP ni hablo, es un partido monárquico y hace bien en defender sus principios e intereses. Pero ¿el PSOE? Nunca lo he entendido. Mira que han hecho grandes cosas por España. Muchísimas. Los grandes avances de este país llevan su sello, su paternidad, con el apoyo y la reivindicación de la mayor parte de los españoles que aman el progreso. Los mismos que nunca les vamos a perdonar su empecinamiento en proteger y mantener la monarquía. Una monarquía de reyes inviolables. Las bases del PSOE son republicanas, pero sus dirigentes los máximos protectores de los monarcas. Si ellos hubieran querido, la monarquía habría caído. O, al menos, habrían arbitrado los primeros pasos. Pero nada, ni mu, más de lo mismo durante casi medio siglo, ni un solo paso, ni un pequeño paso. Nos dieron el cambiazo de la noche a la mañana con Felipe, tirando de medios, de su manejo en las teles:  que si está muy "preparado, nada que ver con el padre, aunque sea más soso", que "si Leticia es de una elegancia suprema con esos trajes de reina", que si...

Ahora llevan tiempo "vendiéndonos" a Leonor: su bachiller en Gales, despreciando a todos los centros de enseñanza y profesores españoles, su formación militar, con imágenes arrastrándose por el barro o sumergida en el agua con su fusil en alto como un soldado cualquiera. "Tan guapa y tan lista" que diría María Jiménez, y, sobre todo, "tan sencilla" que dicen los televidentes delante del telediario. Hasta que llegue la fiesta de la jura de la Constitución, a la que han invitado hasta al abuelo del desierto.  Despacito. Partido a partido, como el Cholo Simeone.  Precisión milimétrica. Salvar la monarquía... como sea.

Y encima, en Sanxenxo, entre cigala y cigala, el rey emérito se atreve a decir:  "Vaya follón que tenemos en España".

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