Tenemos ideas distintas de lo que es la cultura y la creación y también para qué sirve, cuál es su sentido. Eso está bien. No tenemos que tener las mismas ideas. El jueves escuché a la gran escritora Mariana Enríquez hablar de su enorme capacidad para distinguir autor y obra. A mi me cuesta muchísimo.
Un crítico de cine escribió tras ver Haz Lo que Debas, la obra maestra de Spike Lee: "Esta es una película hecha para provocar disturbios". Lo dijo como algo malo.
El guionista Jean Claude Carrere, habitual de Buñuel en una parte de su filmografía, dijo aquello de: "Un buen guionista cada mañana debe matar a su padre, violar a su madre y traicionar a su patria". Yo bastante tengo con sacar a pasear al perro tres veces al día.
Por su parte, Julia Ducornau, directora de Crudo y Titane dijo hace un par de años que las películas de terror le resultaban reconfortantes.
De eso va la cosa. No de reconfortarnos, sino de que hay visiones distintas, de que crear algo siempre es incómodo para alguien (aunque sea para uno mismo) y que siempre hay algo en la creación que supone un desborde. Algo que va más allá de la obra y que empieza cuando alguien la encuentra. Ese exceso es, en el mejor de los casos, nitroglicerina. Te explota por dentro. Hace que tu mundo cambie, que tu vida cambie, que tu mirada cambie.
A mi me cambió la vida leer Una Casa en el Fin del Mundo, de Michael Cunnigham; Sandman, de Neil Gaiman; o la Trilogía de El Señor de los anillos de Tolkien, y años después me la volvió a cambiar Shirley Jackson y su Siempre hemos vivido en el Castillo (Yo llegué tarde al terror. Leí mi primer Stephen King con 27 años).
A partir de estas ideas, creo que es razonable decir que un buen festival de cine es como un laboratorio químico a punto de explotar, o un contenedor de material inflamable, o un zoo de animales salvajes mezclado con un jardín exótico lleno de plantas carnívoras. Es también, y por todo ello, una plaza pública. Una posibilidad de ponernos en el lugar del otro.
A veces, es una herramienta tan poderosa que tumba un gobierno.
Se ha terminado el Gobierno municipal de Xixón tal y como lo conocíamos. Carmen Moriyón, alcaldesa de la ciudad, de Foro por Asturias, ha echado a Vox del Consistorio. Lo anunciaba con un tuit escueto que decía simplemente: "Se acabó".
Es el primer Gobierno que se rompe desde la conformación de los ayuntamientos tras las elecciones del pasado 23 de mayo y se rompe por las tensiones con el Festival Internacional de cine de Xixón, uno de los más relevantes y prestigiosos de nuestro país. Es la primera vez que Vox es expulsado de un Ayuntamiento.
La Concejalía de festejos, que llevaba Vox, pretendía cambiarle el signo al festival de diversas maneras. La más polémica era la inclusión de un premio que reflejara los valores de la formación de extrema derecha. Un galardón que refleje, literalmente, "lo que Vox quiere", pero es interesante también escuchar sus declaraciones sobre el festival en sí. Decía la concejala algo que recordaba a las palabras de otro dirigente de Vox sobre, en este caso, la Seminci de Valladolid. Ambos hablaban de sectarismo e inclusividad, de colectivos que no se veían representados por la programación del festival.
Estas tensiones son la prueba de varias cuestiones que no debemos dejar de lado. Vox ha pedido dos o tres tipos de responsabilidades políticas en los gobiernos de los que forma parte. Fundamentalmente, las de agricultura y las de cultura. En las dos va a desarrollar guerras culturales. En la primera, con el objetivo de intentar articular el miedo al cambio climático en los territorios rurales al servicio de las patronales agrarias (y por el camino convertirse en el partido de referencia de dichas patronales) En la segunda, con el objetivo aparente de desmontar uno de sus fantasmas particulares: la progresía cultural.
Lo sucedido en Xixón señala una línea de tensión que, debido a la particular composición del tripartito en el gobierno, ha dado con Vox fuera del Ayuntamiento, pero eso no tiene porqué pasar en otros territorios donde el PP gobierna con Vox y la retórica será siempre la misma: contenidos ideológicos, festivales sectarios y pocos inclusivos.
Si hay algo que hace grandes a estos festivales es, precisamente, la independencia de sus equipos organizadores y creativos, pero la segunda razón es que detrás de la retórica sobre lo ideológico, lo sectario y lo poco inclusivo siempre hay un deseo de estandarizar, de uniformizar.
El festival de Cine de Xixón es poderoso porque no se parece al de Sitges ni al de Sevilla ni a la Mostra de València ni a los Goya ni al Festival de cine de Málaga. Vox quiere un tipo de festival, un único tipo que se repite y estandariza. No es que no le interese la cultura, es que esa es su idea.
Una cultura única, uniforme, muy pegada al poder y que "reproduzca valores". Eso es algo que también comparte a veces con la izquierda, en un terreno peligroso y resbaladizo. En seguida, nos olvidamos de esa dimensión de exceso, de esa condición abierta e imprevisible, mutante e inflamable de la cultura. Esa que aspira a abrir el mundo, no a reproducirlo. Esa es la cultura que florece en los festivales de cine y por eso debemos cuidarla.
Y por eso es una buena noticia que, aunque sea de rebote, un festival de cine haya vencido esa pelea esta vez.
Comentarios
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