Otras miradas

La derecha española como factor de calentamiento global

Pablo Arangüena

Diputado autonómico del PSdeG-PSOE. Ex diputado en el Congreso

La derecha española como factor de calentamiento global
El líder del PP y candidato a la Presidencia del Gobierno, Alberto Núñez Feijóo, saluda a su salida de la segunda votación de la investidura del líder del Partido Popular, en el Congreso de los Diputados, a 29 de septiembre de 2023, en Madrid (España).- Eduardo Parra / Europa Press

Cuando quedan aún casi tres meses para que termine, puede decirse ya que 2023 no solo va a ser con gran diferencia el año más cálido de la historia de la humanidad, sino el año en el que se pulverizaron simultáneamente todos los récords climáticos de temperatura terrestre, marina, deshielo, incendios, inundaciones, etc. Y lo que es peor, también de emisiones a la atmósfera, que en lugar de reducirse aumentan. No es solo que se hayan batido récords, algo que venía sucediendo cada cierto tiempo en una paulatina senda de calentamiento global, es que este año se han desbordado de manera constante y persistente todos los indicadores, provocando que los científicos climáticos (gente tan seria, escéptica y poco dada a aspavientos como el propio método científico) se declaren "asombrados", "alucinados" o, en el mejor de los casos, "seriamente preocupados".

Su preocupación se acrecienta por el hecho de que no saben muy bien a qué se debe lo que está pasando, aunque especulen con la influencia combinada de factores como el Niño, la variación de determinados aerosoles en la atmósfera por cambios en la normativa de contaminación de buques, la erupción de un volcán submarino en Tonga, etc. También se agudiza porque son conscientes de que hay muchos puntos de no retorno que podrían desencadenar en cualquier momento procesos que ya no se puedan controlar (como el derretimiento del permafrost y otros conocidos y desconocidos). Domina la sensación de que el calentamiento va bastante más rápido de lo esperado y de que sus consecuencias son peores de lo previsto.

Algunos ejemplos de esas consecuencias, que se están produciendo en todo el mundo, son las inundaciones catastróficas de Grecia, que apagaron el incendio más extenso de la historia de la UE pero han dañado su agricultura; las riadas de Libia que han causado más de 11.000 muertos; las pérdidas en las cosechas en medio mundo o los grandes incendios de Canadá, que se mantienen desde hace más de tres meses, o de Hawaii, con más de 100 muertos. La organización meteorológica mundial dice en un reciente informe que el cambio climático "compromete la consecución de casi todos los objetivos de desarrollo sostenible".

La gravedad de lo que está pasando a nivel planetario se refleja en la impactante portada del periódico The Guardian del 6 de octubre, con imágenes de humo sobre un gráfico en forma de escalera ascendente que se vuelve vertical al final; con un titular que dice "los científicos, asombrados por el récord de calentamiento en septiembre" y una frase entrecomillada de uno de ellos: "Todavía me esfuerzo en comprender cómo en un solo año puede dispararse tanto comparado con los anteriores". Si en julio Antonio Guterres, secretario general de la ONU, afirmaba que "es aterrador, y es sólo el principio: la era del calentamiento global ha terminado, la era de la ebullición global ha llegado", hace unos días decía que "la humanidad ha abierto las puertas del infierno".

Ante esta situación, llama poderosamente la atención que en el discurso de Núñez Feijóo como candidato a la presidencia del Gobierno, la única y exclusiva mención al problema (sin ninguna duda, el mayor al que se enfrentan España y la humanidad) y a sus posibles soluciones fuera una frase: "transición ecológica sí, dictadura activista en ningún caso". En su turno, el ultraderechista Abascal reforzó esta idea cuando dijo "celebro que se haya atrevido a denunciar la dictadura activista".

Pero España no tiene ni por asomo un problema de dictadura activista sino de especial exposición a un problema climático y ecológico grave y global. Además de sus muchos kilómetros de costa potencialmente afectada por la subida del nivel del mar, cuando las riadas son cada vez más intensas y repentinas y afectan especialmente a áreas como la mediterránea, se estima que en España hay más de un millón de viviendas en zonas expuestas a inundaciones fluviales o marítimas. También somos un país especialmente expuesto a la desertificación. El impacto de una sequía que tiende a volverse crónica se concreta, por ejemplo, en el disparatado encarecimiento del aceite de oliva tras dos años de pésimas campañas o la previsión de un descenso en la cosecha de cereales de más del 80% este año. Los problemas de suministro de agua potable se agudizan en muchas localidades y muchos acuíferos están al límite como ejemplifica el caso de Doñana.

Ante esta situación, la receta de las derechas españolas es una apuesta segura y delirante por empeorar las cosas: aumentar regadíos y legalizar los ilegales, eliminar carriles bici, paralizar o entorpecer zonas de bajas emisiones y, en suma retardar y retrasar la toma de decisiones cruciales para la supervivencia colectiva.

No es casualidad que en un reciente estudio que analizó el efecto isla de calor en varias ciudades del mundo, Madrid resultase ser la que se llevaba la palma con hasta 8 grados de diferencia entre la ciudad y su periferia. Tampoco es casualidad que Galicia sea el farolillo rojo de España en materia medioambiental, la comunidad que tiene la superficie de Red Natura 2000 más pequeña entre las 17 comunidades autónomas (un 12% de su superficie teóricamente protegida cuando la media estatal es del 27,5%). O que la UE afirme por escrito que su plan director para esa Red Natura no cumple la función de protegerla. O que fomente que una especie forestal que provoca problemas medioambientales disminuyendo la biodiversidad como el eucalipto haya experimentado una expansión descontrolada con los gobiernos de Feijóo. O que la gran mayoría de sus valiosísimos humedales estén desprotegidos ante el aluvión de proyectos eólicos.

No es anecdótico que el primo de Rajoy relativizase lo del cambio climático diciendo aquello de "¿cómo alguien puede saber lo que va a pasar en el mundo dentro de 300 años?". Ni que Aznar se mostrase en su momento contrario a gastar dinero en "un problema que quizás, o quizás no, tengan nuestros nietos", siendo hoy miembro del consejo de administración de News Corp, fábrica de desinformación global y escepticismo climático.

El calentamiento global, que es una manifestación del más amplio colapso ecológico al que se enfrenta ya la humanidad, interpela todos los aspectos de nuestras vidas, desde la alimentación al transporte, y lleva a una impugnación total del neoliberalismo que ha defendido la derecha en las últimas décadas.  La existencia de límites biofísicos, que hemos traspasado ya y de los que depende la vida en la Tierra, pone en cuestión el capitalismo salvaje y en jaque la misma idea de crecimiento ilimitado. Por eso juegan a retrasar y sembrar dudas sin negar abiertamente lo que suscita un amplio consenso: una actitud delirante derivada de una ideología que ha quedado trasnochada pero aún domina el mundo, con consecuencias muy dañinas.

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