Otras miradas

La nada nos acecha

Marta Nebot

Marta Nebot

Imagen de Gero Arias, el joven que se propuso el reto de conseguir 365 dominadas seguidas. — Instagram
Imagen de Gero Arias, el joven que se propuso el reto de conseguir 365 dominadas seguidas. — Instagram

Es tan difícil escribir de ninguna otra cosa que no sea el asedio a Gaza que se estará produciendo cuando este artículo salga.

Es tan difícil decir algo que valga la pena al respecto después de tantos días diciéndose todo tipo de cosas.

Es tan difícil como cada vez que se produce alguna catástrofe internacional fruto de la injusticia. Si te informas y lo piensas bien, lloras un rato, lamentas la impotencia de las instituciones y luego sigues con tus cosas.

Las mías son la actualidad nacional y los pormenores de una madre y compañera que cría y cuida.

El miércoles pasado cenábamos en familia y surgió la conversación sobre si los jóvenes de antes soñábamos con cambiar el mundo y los de ahora solo con cambiar su situación personal. ¿Antes queríamos ser héroes y ahora solo quieren ser ricos y famosos?

Por muy documentados que fueran nuestros argumentos al joven de trece años no le hicieron gracia nuestras conclusiones sobre lo que consumen en las redes sociales los de su generación y para contraargumentar nos contó la historia de Gero Arias, del que los mayores no sabíamos nada.

Nos explicó que este joven argentino, que tiene casi cuatro millones de seguidores en Tiktok, se había propuesto llevar a cabo un reto que consistía en hacer una dominada más por cada día de este año hasta completar los 365. Las dominadas resultaron ser unas flexiones de brazos colgado de una barra. Su abuela –la de Gero–, antes de morir, había declarado en un vídeo que creía mucho en él y que lo conseguiría. El chico peleó hasta el día 281 en que no pudo más por las heridas brutales que tenía en las manos.

Para terminar nos mostró el vídeo en el que abandonó en directo, después de caerse de la barra por el dolor insoportable por colgarse y colgarse de sus manos llagadas. Después de la 150, se tiró al suelo entre gritos y sollozos, dejando la barra cubierta de sangre.

Terminada su exposición y viéndonos las caras, nuestro joven se enfadó porque no pensáramos que lo que había hecho este chico fuera tan admirable ni digno de tamaño seguimiento.

A su modo adolescente, con varios "es que no sé explicarlo", contó que hay gente en Tiktok con esos números de followers que no hacen nada valioso. Al menos este chico enseñaba perseverancia y sacrificio e inspiraba a otros a hacer deporte.

Le reconocimos lo que decía y empecé a reflexionar sobre escribir este artículo. Seguro que en las redes hay historias valiosas, ejemplos dignos que no estamos valorando.

A la mañana siguiente googleé a Gero Arias. Es un joven argentino de 20 años que se gana la vida hace ya algunos haciendo dominadas.

Había pocas noticias sobre él, pero compensaban con la cantidad de faltas de ortografía. El texto que él mismo ha colgado también tiene muchas faltas; allí cuenta que está neurótico perdido solo pensando en volver a subirse a la barra, cosa que planea para el 1 de enero de 2024, cuando reintentará su gesta. Los vídeos con más visitas del momento del abandono son puro gritos y llantos. Las informaciones añaden que está en tratamiento médico por la infección que tiene en las manos.

Lo único que me gustó de la declaración de Gero es que siente "un gran vacío interior". Yo siento lo mismo por el culto extremo al cuerpo, al emprendimiento y a la exposición mediática que denota el éxito de esta historia y de otras parecidas.

No creo ser la única madre que se está encontrando con estos nuevos ídolos juveniles. En nuestros tiempos, la pobreza empujaba a unos pocos a jugarse el cuerpo delante de un toro o en un ring de boxeo porque de eso dependía un vuelco en sus vidas sin otras posibilidades. Ahora hay una inmensa mayoría buscando su lugar en el mundo ante un futuro laboral incierto en el dorado y los flashes, como el único camino seguro hacia porvenires prometedores.

Aún así, no estaba convencida de publicar este artículo: me dije que tal vez estaba exagerando y que lo de uno no es extrapolable al resto.

Entonces una amiga me contó que su hijo venía emocionado del centro comercial porque él y sus amigos se habían encontrado a un influencer con 22 millones de seguidores. Se había hecho una foto con ellos mientras "temblaban", según su relato. Cuando la madre preguntó, descubrió que los chavales no sabían bien qué hacía "pero tiene 22 millones de seguidores", insistían entusiasmados.

Pensando en las noticias de esta semana, mezclándolo todo en la coctelera de mi cabeza, estuve a punto del corto circuito. De repente, caí en la cuenta de que en el ataque de Hamás asesinaron a 1.300 israelíes y los ataques de Israel a Gaza ya han asesinado a 1.800 palestinos, a la hora que entrego este texto; muchos menos que los 7.291 que murieron solos y abandonados en nuestras residencias de mayores, solo en la comunidad de Madrid, y de momento nadie ha sido juzgado por ello. Si al estado no le importaron nuestros viejos que murieron solos y torturados, como han contado los testigos, aferrados a los barrotes buscando oxígeno, ¿cómo va a actuar por otros torturados más lejanos? Y si a nosotros, que queríamos cambiar el mundo, nos resulta imposible conseguir impedir que estas cosas sucedan o, al menos, que sean castigadas cuando ocurran en casa, ¿qué pasará cuando estén al cargo los que nunca soñaron con mejorar ni el mundo, ni el país, ni su barrio?

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