Desde adolescentes, la cultura popular y muchos hombres han intentado convencernos de lo que nuestro papel en el sexo es el de la pasividad y la docilidad, ya que si algo teme el patriarcado es que las mujeres tengamos el control sobre nuestro propio placer, especialmente, si lo disfrutamos solas o en compañía de otras mujeres. No he conocido a ningún hombre antes de ser padre que tenga la más remota idea de cómo afecta el ciclo menstrual a la libido de las mujeres, y eso a pesar de que la ovulación está íntimamente ligada a nuestro deseo y a nuestra capacidad de lubricación. Sin embargo, todos y todas llegamos a la edad adulta con millón de escenas porno montadas en la cabeza, ya que la pornografía es la principal fuente de erotización para la mayoría de los hombres y también para buena parte de las mujeres. No son pocas las mujeres que siguen teniendo sexo con sus parejas masculinas solo por complacerlos, que ocultan que se masturban, o que fingen los orgasmos durante sus relaciones. Y, aun así, los medios nos recuerdan con frecuencia que nuestro placer merece ser estudiado, analizado y publicitado si lleva alguna carga de sumisión encima, o si somos entendidas como un conjunto de agujeros.
A raíz de la publicación en un periódico de un reportaje sobre el sexo anal en mujeres calificándolo como "el último tabú", se generó una polémica en los círculos feministas que saltó de las tertulias digitales a las analógicas. El otro día, debatía con un grupo de señores y señoras estupendas sobre este tema, ¿de verdad es un tabú? Las feministas, entre las que me incluyo, nos sorprendemos ante este tipo de titulares, no por puritanas, sino porque esta práctica pertenece a una de las categorías más populares en las páginas porno según sus propias estadísticas, porque cada vez más jóvenes lo practican en sus relaciones heterosexuales (hasta un 40%) y porque muchas chicas declaran hacerlo obligadas. Parece que el sexo anal es una práctica bastante normalizada en parejas heterosexuales, siempre y cuando la mujer sea la penetrada. Así que si hay un tabú no es precisamente el de la práctica, sino el de ser debidamente informadas de sus consecuencias. En los últimos años, se ha producido un incremento de más de un 1000% de las ITS en mujeres, un aumento íntimamente relacionado con la popularización del sexo anal, ya que las parejas no usan el preservativo en igual medida al descartar la posibilidad de embarazo. Y sí, todos coincidimos en señalar el auténtico tabú: el sexo anal en los hombres heterosexuales.
Exigir a los medios que adviertan de las consecuencias sobre la salud de las mujeres de una práctica ya de por sí extendida no es ser mojigatas, sino fomentar una parte fundamental de la educación sexual tan necesaria en estos tiempos. Además, y por más excitante que resulte cualquier práctica, no está de más recordar que para que una mujer tenga un orgasmo se debe estimular siempre el clítoris, directa o indirectamente.
De educación sexual habla habitualmente una conocida influencer que compartía recientemente un post en donde la protagonista de una animación daba las gracias a todas las mujeres que la habían precedido antes de acostarte con su amante por enseñarle a follar. "Yo le enseñé dónde estaba el clítoris" decía una bajada de entre la bruma en la noche oscura del alma y "yo que si quiere escupir antes debe preguntar" apuntillaba la otra. Tenemos un problema si entendemos que la sororidad va de educar a los hombres en la cama por el bien de otras mujeres. Pero, sobre todo, tenemos un problema si los hombres llegan a la vida adulta sin saber dónde está el clítoris y creyendo que echarnos un escupitajo encima es algo erótico. La estúpida ingenuidad femenina repetida una y otra vez en películas, libros y revistas ha dado paso a la normalización de las humillaciones que nos ofrece la pornografía online.
Escribía Anaïs Nin en Delta de Venus que "la sexualidad pierde su fuerza y su magia cuando se hace explícita, automática, exagerada, cuando se convierte en una obsesión mecánica". Fuera del porno, las mujeres no nos excitamos pensando en penes, en anos, o en vulvas. El deseo sucede siempre en la concreción de un cuerpo. Deseamos a un hombre o a una mujer, y nos imaginamos disfrutando con esa persona. "No hay dos pieles que tengan la misma textura, nunca hay la misma luz, ni la misma temperatura ni las mismas sombras, ni tampoco el mismo gesto; porque el amante, cuando está encendido por un verdadero amor, puede recorrer la interminable historia de tantos siglos de cuentos de amor", señalaba la autora de novela erótica más conocida de todos los tiempos.
De la pasión de las mujeres escribió también Annie Ernaux, ganadora del Nobel de Literatura en 2022. "Quería recordar a toda costa su cuerpo, desde el cabello hasta los dedos de los pies. Conseguía ver con precisión sus ojos verdes, el movimiento del mechón de pelo sobre su frente, la línea redonda de los hombros. Sentía sus dientes, el interior de su boca, la forma de sus muslos, la textura de su piel. Mediaba muy poco, pensaba yo, entre esa recreación y una alucinación, entre la memoria y la locura." Para la autora de Pura Pasión, lo difícil no es llegar al orgasmo, sino acercarse al límite que nos separa del otro, ser capaces de todo.
Como mujer que desea, que ha deseado y que también ha dejado de hacerlo, dudo mucho que la pasión se pierda por falta de acrobacias o de malabares (aunque pasarse cinco años haciendo el misionero, no ayude a mantener la mecha). Creo que se pierde por todo lo intangible que rodea al acto sexual con una persona. Al amante le pedimos intimidad, la totalidad, la pasión absoluta que escribía Nin en sus Diarios Amorosos, pero también un adecuado equilibrio con las condiciones materiales en las que vivimos, la sensación de igualdad y de cooperación, el cuidado y el respeto. Tampoco podemos escapar de nuestro momento vital a la hora de erotizarnos (a qué mujer no le ha pasado por encima la maternidad, la menopausia, el cansancio absoluto, el odio al propio cuerpo).
La complejidad del acto erótico es tal que una no puede eludir la realidad en la que vive ni cómo le hace sentir la persona que le acaba de producir un orgasmo. Como recuerda la sexóloga Sylvia de Béjar estar excitada no es lo mismo que tener deseo. "Excitarse puede ser algo muy mecánico" comentaba en esta entrevista a Jot Down. A la larga puede suponer un auténtico suplicio acostarse con un señor que no se responsabiliza emocionalmente, y, sin embargo, qué injusto nos parece siempre que ese sepa exactamente lo que nos pone.
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