Otras miradas

El peinado de Milei, la crisis de atención y la España cansada

Guillermo Zapata

Guionista y escritor.

El presidente electo argentino, Javier Milei, en el Congreso, en Buenos Aires. REUTERS/Agustin Marcarian
El presidente electo argentino, Javier Milei, en el Congreso, en Buenos Aires. REUTERS/Agustin Marcarian

La campaña electoral Argentina nos trajo un video de Milei que causo estupor, zozobra y cachondeo en las filas progresistas españolas. En el video, el hoy presidente de Argentina, decía "Frente al anuncio de Bulllrich, yo posteé un meme. Hago una pregunta. ¿Alguien vio las métricas de ese tuit? Tiene más de doscientos cincuenta mil likes, tiene casi dieciséis millones de impresiones. Sólo en mi cuenta de Instagram, el posteo tiene un millón de likes. Lo que quiero decir es... Así como hay un salame o tres salames opinando desde una computadora... ¿Sabes qué? Mientras ellos miran a la señorita por Internet, yo estoy en el medio de sus sábanas".

Mientras él va hablando los comentaristas del programa en el que está (en la televisión) le dicen que "los likes no son votos". En esa interacción, en ese breve parlamento de Milei, está reducida una época.

Es otro lugar común de internet preguntarse por qué los líderes de extrema derecha tienen peinados que se salen de la norma.

Decía Fernando Trueba que el estilo no es algo que uno elige, sino aquello que no puede evitar. Que lo ideal sería tener un estilo cada vez, para ponerse totalmente al servicio de lo que se cuenta, pero que el estilo es esa cosa tuya inevitable que te hace reconocible a pesar de lo que estás contando.

La época es un poco como el estilo. No es exactamente una casualidad que todos los líderes de la extrema derecha tengan peinados que se salen de la norma, pero tampoco es una conspiración. No quedan y lo eligen y tampoco se copian. Es posible que ni siquiera sea cierto. Seguramente haya líderes de extrema derecha con peinados perfectamente asimilables al común de los mortales... Pero tenemos sesgos de atención. Y lo que sin duda sí es un peinado estrafalario es algo icónico y fuera de la norma.

Ese pelo dice: "No soy cómo los demás".

Milei dice en su monólogo muchas cosas interesantes, las dice también de una forma interesante. Dice que él se comunica a través de memes donde los demás hacen discursos. Dice que gracias a ello recibe una enorme cantidad de atención y luego describe a las comunidades a las que habla. Salame es una forma coloquial de decir idiota. Milei dice muy claramente que se dirige a idiotas (sus palabras) que ven chicas por internet y que se cuela en medio de sus fantasías eróticas.

El que tiene el pelo "raro" es el que viene de fuera, habla con el lenguaje que no reconocemos y rompe con las mediaciones tradicionales de la política. Rompe con los intermediarios y se comunica directamente con el "el pueblo". Hay dos formas de interpretar por qué pasa esto.

Una tiene que ver con lo tecnológico. La aparición de las nuevas tecnologías favorecen esa desintermediación, las nuevas formas de comunicación modifican la forma en la que se constituyen los afectos políticos y el lenguaje tradicional de la política se ve adelantado por formas de comunicación más ligeras, agresivas y más conectadas con lo popular.

La otra explicación tiene que ver con rupturas sociales, con sociedades con una enorme crisis de confianza en las instituciones, unas instituciones que son incapaces de resolver los problemas de la sociedad y su vida cotidiana.

El Proyecto Una, en su fundamental libro Leia, Rihanna, Trump, explica todas estas dinámicas que mezclan cultura popular, memetización, redes, etc de la extrema derecha y señala que no es algo que haya inventado la extrema derecha. Más bien es una parasitación y una perversión de las formas de organización política, de trabajo sobre las redes y la comunicación que durante años han desarrollado otros proyectos de transformación social.

En el caso de España, es especialmente evidente porque forman parte de la historia de los movimientos y las organizaciones políticas progresistas que eclosionaron en 2011, el 15M y la posterior irrupción de Podemos.

Lo que me parece interesante es preguntarnos qué sucede cuando vives en un espacio-tiempo posterior a estos experimentos y experiencias. Qué tipo de sociedad queda tras años de activación emocional muy intensa.

Tienes a Ayuso, por ejemplo, una versión pastiche del trumpismo pero en el interior de un partido tradicional. Tienes también la memetización de Pedro Sánchez durante la campaña electoral de julio de 2023, pero sobre todo tienes una sociedad que ya no está sincronizada emocionalmente con procesos emergentes que obtienen su valor por ser lo exterior. Ya no existe "afuera" de los lenguajes de la política tradicional. La nueva política y la política tradicional se han contaminado.

Hay quien lo vivirá como una derrota, hay quien lo vivirá como una mentira. Hay quien lo vivirá como un éxito. Es menos importante la valoración del hecho que su constatación. No hay pelos locos metiéndose entre las sábanas de nadie y viniendo de ninguna parte a acabar con todo. La constante política es más bien la de una sociedad agotada, con muchísimos frentes abiertos en su vida cotidiana y una enorme dificultad para la persistencia. Eso explica también porque el voto vuelve a ser un elemento central. Son momentos que capturan una enorme cantidad de atención en forma de evento. Porque es difícil mantener la atención lejos de tus preocupaciones cuando tienes dificultades a fin de mes o cuando estás agotado trabajando o cuidando.

Todas las herramientas que creamos en ese tiempo. Los lenguajes de los que luego se apropió la extrema derecha para devolver violencia donde había construcción de derechos. Nada de eso vale.

La idea de que lo importante hoy es tener "lugares de visibilidad" y que en eso va todo el capital político, toda la organización, toda la hipótesis política es, en mi opinión, muy poco productiva. Y no hablo de abandonar ningún lugar. Hablo de organizarse en torno a otras cuestiones. Fundar, vaya, una cultura política nueva, para un tiempo nuevo.

Volver a producir algún afecto para volver a producir algún efecto.

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