Otras miradas

¿Las noticias o la realidad?

Marta Nebot

¿Las noticias o la realidad?
Decenas de personas celebran la entrada del año nuevo en la calle Ferraz, a 1 de enero de 2024.- Diego Radamés / Europa Press

Tengo malas noticias para los consumidores de las mismas: las noticias son perjudiciales para la salud mental, según decenas de estudios muy serios. El pionero en ese campo de investigación, George Gerbner, lo definió en los 90 como "el síndrome del mundo cruel". Según sus conclusiones, quienes las seguimos tendemos a pensar que la gente solo piensa en sí misma y que los actos de un individuo no contribuyen a mejorar el mundo y, de rebote, sufrimos más estrés y depresión. Eso cuenta el ensayo de Rutger Bregman titulado Dignos de ser humanos, el regalazo que me trajo un rey mago anticipado.

Dejando a un lado la vertiente patológica de este asunto, lo que quiero enfocar es que la información ha dejado de ser lo que era. La información es poder, me decía mi padre cuando era niña. La información cuenta el mundo, me decía mi profe en la universidad cuando estudiaba para periodista. Empiezo a pensar que ni lo uno ni lo otro, que el mundo en el que ellos vivían y creían se ha esfumado en la persecución del click, del suscriptor, de la audiencia, del cliente más que del ciudadano.

En otro de los estudios que recoge Bregman se concluye que en más de 30 países, desde Rusia hasta Canadá, desde México hasta Hungría,  creemos que el mundo va peor de lo que iba cuando la realidad es justo lo contrario: la pobreza extrema, el número de víctimas de guerra, la mortalidad y el trabajo infantil, el crimen, el hambre, los muertos por catástrofes naturales, el número de accidentes de avión han descendido exponencialmente en la última década. Sin embargo, tenemos más miedo, ansiedad y desconfianza que nunca.

En los periódicos no se lee "El número de personas en extrema pobreza descendió ayer en 137.000", aunque este titular debería haber aparecido en todas las portadas todos los días los últimos 25 años.

El sesgo de negatividad del que hablan los psicólogos ya no tiene el sentido que tenía. Durante cientos de miles de años en que fuimos cazadores y recolectores era preferible temer cien veces más que lo necesario a una araña o a una serpiente que confiar en que fueran inofensivas y esa confianza nos costara la vida. Ya no estamos en las cuevas y existen los antídotos y los insecticidas, pero siguen llamándonos mucho más la atención los agoreros que los que señalan esperanzas realistas.

He pensado en todo esto estos días porque tenerlo presente lo cambia todo y observando el panorama nacional, esta Navidad, los hechos han demostrado una vez más que los medios de comunicación de este país también se fijan más en lo excepcional que en lo importante.

¿Cuánto tiempo y espacio hemos dedicado en los medios patrios al muñeco de Sánchez golpeado por trescientos idiotas y cuánto a que el año pasado más de medio millón de personas en paro encontraron trabajo? ¿Cuánto hemos reflexionado sobre que hay más gente trabajando que nunca, más mujeres afiliadas que jamás, más jóvenes con contratos fijos (cuatro de cada cinco)?

Como no encontremos la manera, entre políticos y periodistas, de contar la realidad más que lo extraordinario, de contar la política más que el politiqueo, el debate público será cada vez más gritos y palabras, en vez de hechos y pedagogía; la opinión pública será cada vez más miedosa y boba;  los salvapatrias y los gurús que excitan las tripas y aprovechan la indigencia intelectual ganarán más partidas; y la evolución a mejor de las últimas décadas decaerá y decaerá como en toda buena profecía autocumplida.

Dice este investigador holandés que en las noticias gana por goleada el lado malo del ser humano porque lo malo es excepcional y llamativo mientras que lo bueno es corriente y aburrido. Sí, las cifras son muy aburridas. El reto debería ser poner nombres y caras a todas esos números que sin carne no significan nada. El desafío es no aburrirse de contar la realidad –por aburrida y repetitiva que sea– y buscar nuevas maneras de contarla porque tiene nombres y apellidos e hijos y nietos y sueños y alegrías y esperanzas. De que la contemos como es y no como mejor se vende depende que las personas la tengan presente, la valoren en su justa medida y actúen en consecuencia.

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