Otras miradas

Atención al horizonte Bukele

Antón Gómez Reino

Exdiputado en el Congreso

Seguidores del actual presidente y candidato a la presidencia de El Salvador, Nayib Bukele, se reúnen a las afueras del Palacio Nacional, hoy en San Salvador (El Salvador). EFE/ Bienvenido Velasco
Seguidores de Nayib Bukele frente al Palacio Nacional, en San Salvador (El Salvador). EFE/ Bienvenido Velasco

El Salvador será un lindo / y (sin exagerar) serio país / cuando la clase obrera y el campesinado / lo fertilicen lo peinen lo talqueen / le curen la goma histórica / lo adecenten lo reconstituyan / y lo echen a andar. 

Roque Dalton

El 16 de enero de 1992 entraron en vigor los Acuerdos de Paz de Chapultepec entre la guerrilla del FMLN y el gobierno salvadoreño. Un día de celebración, alivio y avance para la sociedad salvadoreña. 

Tras años de golpes de Estado y militarismo, de cruenta guerra, de escuadrones de la muerte y de intervencionismo estadounidense en el menor de los países de mesoamérica, el proceso de paz abrió, al fin, un tiempo democrático en El Salvador. Un tiempo democrático lleno de dificultades y desigualdad, que se cerró definitivamente este pasado domingo 4 de febrero de la peor manera, confirmando el autoritarismo distópico de Nayib Bukele. 


Después de unas polémicas elecciones, el pasado domingo 4 de febrero Nayib Bukele se autoproclamó ganador absoluto de los comicios salvadoreños. Tras irrumpir en el Congreso con militares, tras declarar el Régimen de Excepción sobre su propia población, perseguir a la prensa, impedir la investigación de la corrupción en su Gobierno, situar el Bitcoin como moneda de curso legal (aumentando la pobreza extrema y el hambre y disparando la deuda del Estado); tras convertir a El Salvador en el país con la tasa de encarcelamiento más alta del mundo, realizarse selfies frivolizando desde el atril de la ONU (donde hablaron de paz de Arafat a Nelson Mandela) y sobre todo, tras acumular todo el poder del Estado y violar la constitución para poder presentarse a la reelección, Bukele cierra el periodo democrático en El Salvador y abre al país a un tiempo postdemocrático e iliberal.

Un tiempo de impredecibles consecuencias tanto para su propio país, como para la región y, si el experimento Bukele consigue irradiar su nocividad, puede que para el mundo. 

Y es que el de Bukele es un experimento social y político tan vanguardista como aterrador. Ha conseguido desmontar el Estado de Derecho sin que su popularidad se haya resentido, muy al contrario, consiguiendo que se haya disparado. 


¿Cómo lo ha conseguido? La receta de Bukele tiene todos los ingredientes del nuevo universo pretendidamente posideológico al que nos enfrentamos. Retórica antipolítica ("anticasta", a pesar de haberse aliado en su momento con quien fuera preciso para llegar al poder), sublimación de derechos y del concepto de libertad en un cóctel de populismo punitivo e individualismo liberal, un uso perverso y sin mecanismos de control y verificación de los nuevos dispositivos comunicativos y redes sociales y una suerte de "mesianismo catch-all" que genera un campo emocional que pulveriza todo raciocinio.

Al calor de la coyuntura de un país quebrado por la desigualdad y la violencia y en un continente atravesado de crisis e incertezas su púlpito se dirige eficazmente a nuevos evangélicos, fundamentalismos católicos y todo tipo de iluminados milenaristas. Mientras sentenciaba los resultados Bukele dijo el domingo: "Dios quiso sanar nuestro país y lo sanó. Gracias a Dios y gracias a este pueblo noble y unido. Déjennos ahora dar la gloria si así lo queremos".  

La gloria, parece señalar, de perseguir a todo el que se oponga a su libertad liberticida 


Y es que Bukele maneja lo que puede ser la (pos)ideología del siglo XXI. Un discurso aparentemente desprovisto de ideología, que presenta los consensos democráticos (igualdad, respeto a los derechos humanos,..) como prescindibles obstáculos, que seduce con promesas de individualismo de mercado y seguridad y que penetra en las capas sociales populares y jóvenes a golpe de fake y algoritmo. 

Este despliegue posideológico que lo libera de límites y corsés es el elemento central que nos indica el riesgo de lo que acontece en El Salvador. ¿No es la de Bukele la más avanzada expresión del dibujo del mundo que pretenden algunos viejos y nuevos poderes no democráticos?  

Sin derechos civiles y libertades, sin separación de poderes, con un manejo prodigioso de la comunicación y con (hasta ahora) elevadas cifras de apoyo, ¿no es la democracia iliberal de Bukele el experimento más avanzado de lo que muchos desean implantar en sus países? 

Volviendo a la historia, al igual que pretenden hacer los Orban, Meloni o Milei, el presidente Nayib Bukele ha catalogado como una "farsa" los pactos que sellaron el fin de una guerra civil que dejó más de 75.000 muertos. Borrar o tergiversar la historia es la clave de bóveda de todo proyecto totalitario. Burlarse de la historia le permite incluso frivolizar con su propio autoritarismo instalando un marco que dota sus excesos de atractivo anti establishment "soy el dictador más cool del mundo", dice en su propio Twitter. 

Tras el metaverso Bukele, se despliega un viscoso manto de pactos con élites y jefes de clanes ("maras"), violaciones de derechos humanos, vulneración de todo orden democrático, legislativo y constitucional. Y en ese metaverso se ve a lo lejos el "Horizonte Bukele", que es probablemente una de las mayores alertas que quienes creemos en la democracia y en los derechos humanos tenemos delante: el paraíso autoritario en el que muchos think tanks, mandatarios y gobiernos, querrían sumergirnos en Europa y en el mundo, en un tiempo no muy lejano. 

Es bien probable que la institucionalidad existente en los países de la Unión Europea nos haga creer que un despliegue similar es imposible aquí. Pero ignorar que los muchos adversarios de la democracia que operan hoy aquí desde poderes económicos, mediáticos y políticos no ven en los dispositivos discursivos y normativos del Horizonte Bukele una caja de herramientas para su proyecto autoritario, el patrio y el europeo, sería un descuido demasiado inocente por nuestra parte. 

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