Otras miradas

La protesta verde que la extrema derecha quiere teñir de gris

Daniel V. Guisado

Politólogo y asesor político de Sumar

Agricultores en protesta.- EFE/ Javier Blasco
Agricultores en protesta.- EFE/ Javier Blasco

El 1 de octubre de 2019 más de 2.000 tractores ocasionaron el bloqueo de varias ciudades en Países Bajos. Los agricultores se levantaron contra la medida del gobierno holandés para limitar la contaminación de nitrógeno a costa de cerrar numerosas granjas ganaderas. Aunque las demandas en su estado más puro eran razonables (vivir, y no malvivir, de su trabajo) y generaban un consenso mayoritario (tres cuartas partes de la población estaba de acuerdo), rápidamente las imágenes de los kilométricos atascos atrajeron la mirada de la extrema-derecha.

Elementos como la protesta social, la crítica a la política y la nostalgia formaron un coctel demasiado atractivo para no mirar dentro. La empresa de marketing ReMarkAble vio su oportunidad y construyó en tiempo récord el Movimiento Campesino-Ciudadano (BBB en sus siglas holandesas), escogió a una periodista especializada en temas agrarios para liderarlo e irrumpió en el Parlamento de Países Bajos.

Aunque se presentaban como un partido del ciudadano común, defensor de los trabajadores del campo y alejado de las lógicas tradicionales partidistas, el BBB votaba en bloque con la derecha del país, cuestionaba el cambio climático y fue ahondando su discurso antisistema. Con el tiempo salieron a la luz sus profundos vínculos políticos y económicos con multinacionales de la alimentación cuyos intereses pocos dudaban que no estaban alineados con los del agricultor común holandés que el partido decía defender.

El BBB ganó las elecciones regionales en 2022 con el 20% y muchos se preguntaron si de verdad había tanto agricultor desafecto en un país cuyo sector agrícola empleaba al 2% de la población activa. La respuesta llegó cuando se observó cómo el BBB, aunque partido agrícola de origen, trascendió a partido protesta posterior. Ya no era meramente el movimiento agrícola, sino el movimiento contra la élite, las organizaciones supranacionales y el modelo urbanita de la superioridad moral. Su voto comenzaba en los trabajadores del campo, pero se extendía a todo aquel que sentía desafecto con el statu-quo. El trabajador del campo se convirtió en ese significante vacío donde incorporar toda crítica al sistema.


No es extraño que de las protestas del 2019 hayamos llegado a una situación donde la extrema derecha del Partido de la Libertad (PVV) ha ganado las elecciones del pasado noviembre y precisamente ahora el ultra Wilders tenga al BBB como posible aliado con quien gobernar. Siendo dos partidos radicalmente distintos en sus orígenes, ambos se han encontrado en la senda del populismo.

Este caldo de cultivo también ha surgido los últimos años en Alemania y Francia. Aunque en el segundo caso Le Pen está encontrando resistencias después de años de cooperación entre las grandes organizaciones agrícolas con el gobierno de Macron, en el primero la ultraderecha de AfD no ha desistido en su intento por abanderar, defender e inmiscuirse en las protestas, utilizándolas como ariete contra el gobierno y como cultivo para sus teorías conspirativas, recetas neoliberales, crítica del Estado e ideas chovinistas.

Aunque Países Bajos es el laboratorio al que muchos empiezan a tener como referencia, las causas tienen más tiempo y están plenamente estudiadas en la sociología y el comportamiento electoral. Los ‘lugares-que-no-importan’ (Places That Don’t Matter) han surgido en la última década como detonantes de explosiones de enfado cuya onda expansiva ha trastocado la política nacional en muchos países. El economista Rodríguez-Pose conectó estos lugares periféricos (geográfica, económica y políticamente) a fenómenos tan distintos como el Brexit, la victoria de Trump, la ruptura del sistema político italiano del Movimiento 5 Estrellas o los grandes resultados de Le Pen.


Otros autores han estudiado la importancia cada vez mayor de la división campo-ciudad y cómo esta influye en el comportamiento político, donde la persona rural se siente agraviada por una élite que no les escucha ni tiene en consideración, a diferencia de la persona urbana, beneficiada de la concentración económica y política de las ciudades. De hecho, algunos autores recientemente han visto cómo la proporción votantes/escaños (malapportionment) juega un papel relevante: sistemas electorales que sobrerrepresentan a las provincias rurales contienen esta sensación de sentirse excluidos y viceversa. No sorprende, por tanto, que el manifiesto de la Agrupación Nacional de Agricultores y Ganaderos del Sector Primario busque exacerbar la desproporcionalidad del sistema electoral con fórmulas mayoritarias.

Más allá de la coyuntura y las características nacionales, hay un hilo que une las distintas protestas del campo, los lugares olvidados y el crecimiento de los movimientos populistas en Europa. Aunque cueste ver, décadas de políticas neoliberales, abandono de inversiones, envejecimiento de la población y la uberización del campo forman parte de la cámara magmática de este volcán que empieza a erupcionar.

Como también explica Rodríguez-Pose, estas desigualdades territoriales no harán sino aumentar en los próximos años y no hacer nada no es una opción. Las políticas que buscan desarrollar estas zonas olvidadas son la opción más realista y viable para mejorar las oportunidades de los trabajadores para prosperar independientemente de donde vivan. Con una lección que Países Bajos ha dejado encima de las mesas: si las soluciones climáticas son percibidas como elitistas y diseñadas para beneficiar solo a una parte del país, estarán abocadas a desarrollarse a costa de la otra parte, abriendo la grieta sobre la que la extrema derecha quiere colarse.


La opción de no hacer nada es, precisamente, la que están cultivando todas las extremas derechas europeas con la vista puesta en las elecciones europeas. El paisaje ante una falta de alternativa es propicio para incitar que el penúltimo pise al último, que los franceses critiquen los tomates españoles, que la indignación acabe con el Pacto Verde Europeo.

La protesta del campo es también una protesta verde crítica con las derivadas del modelo capitalista. Los trabajadores que bloquearon La Haya en 2019 tenían entre sus exigencias un mayor castigo a las auténticas causantes del cambio climático y de sus malas condiciones: petroleras y multinacionales como Shell o Tata Steel. Ante la falta de soluciones, la anti-política que impulsaba las demandas del campo se convirtió en un cascarón vacío que rellenaron precisamente los causantes de su miseria.

El profesor Fernando Broncano invitaba a responder las demandas de los agricultores en España con un discurso alejado de la superioridad moral para no dejarles en manos de la ultraderecha. Como punto de partida es una exigencia fundamental. Separar el trigo (agricultores pequeños y medianos) de la cizaña (agroindustriales surfeando la ola de la protesta) para dar a las demandas una salida verde y pro-redistribución y no una salida gris y anti-política.


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