Otras miradas

Fantasías

Israel Merino

Periodista. Autor de 'Más allá de la noche'

Playa de Poniente, Benidorm.- edu1975
Playa de Poniente, Benidorm.- edu1975

Buf, buf, chavales; buf, 2024 será mi puto año, chavales; jurao, buf, que 2024 será mi puto año.  

Me sorprendió ver el otro día un vídeo de un protoemprendedor jovencito, desconozco el sector porque en el mundillo de los vendedores de humo lo que menos importa es el sector productivo -o directamente si el sector es productivo-, que, vestido como un maniquí del HyM desde el otro lado de una mesa larga de reuniones, lanzaba un mensaje pseudomotivacional a sus empleados o clientes o amigos o socios.   

El mensaje, lo dejo claro en la primera oración, era cristalino: 2024 sería su año. No sé qué significa que un año sea el tuyo, pero desde luego que 2024 lo sería.  

Reconozco que a veces pienso lo mismo, que un año será el mío, sin tener la más remota de en qué consistirá eso. Fantaseo con que un año será el mío, con que lo devoraré, cuando me imagino con una cubana dorada en vez de plateada, un piso en la torre derecha de Puerta del Ángel o un anillo pesado en mi mano derecha; también fantaseo con ser reconocido como escritor y con vender 25.000 copias de un libro y con cobrar dignamente mi trabajo. 

Fantaseo, todos lo hacemos, con un piso de paredes blancas, que me abrace y no me eche, por el que rebote el sonido tenue de la radio amable todas las mañanas; también me atrevo a fantasear a veces con echar aceite virgen extra y no de orujo de oliva sobre las tostadas áridas del desayuno. Pequeños lujos, en fin.

Voy a decir una cosa turbia, pero que me llevo guardando todos estos días: hay ratos del día en los que me sorprendo empatizando con Koldo, el de las mascarillas. Pero no por lo que hizo, no, sino por sus fantasías.  

Koldo se compró tres pisos en Benidorm cuando creo que no hay nada más cateto que comprarse tres pisos en Benidorm. Quiero decir, estoy convencido de que los que manejan pasta y, como dice la gente mayor, marchan bien, invertirían dos kilos y medio en un piso que no sería precisamente un apartamento de domingueros en la Costa Blanca, sino en algo mucho más ostentoso. Yo, y seguro que vosotros también, lo compraría en Benidorm , Torrevieja o Gandía.    

Estamos acostumbrados a tal estado de precariedad que las cosas pequeñas, las cosas normales, son lujos inaccesibles: una casa luminosa es un sueño; un trabajo estable, una locura; un capricho, un gasto irresponsable. 

De hecho, me ha sorprendido releyendo esta columna que las fantasías que me llevarían a poder decir que este es mi año son tan absurdas que hasta me duele no tener imaginación; me duele pedir un piso en la torre derecha de Puerta del Ángel en vez de un ático en la calle Serrano, una cubana dorada en vez de una cadena de 24 kilates y un trabajo bien pagado en lugar de una vida contemplativa con cuarenta millones en la cuenta.   

Somos tan indignamente pobres, tan poco dados a la fantasía, que solo podemos imaginarnos cosas pequeñas en nuestro año perfecto; conocemos tan mal los mundos por encima del nuestro que, en vez de pegar un palo para comprar un Ferrari, lo haríamos por un miserable Audi A3.

Este será mi año, sí: definitivamente, fantasearé con cosas mejores. Os recomiendo hacer lo mismo, así podréis decir en 2025 que 2024 ha sido vuestro año. 

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