Otras miradas

Las leyes que discriminan a los hombres: un paseo de la náusea a la carcajada

Oti Corona

Maestra y escritora

Shutterstock.
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Como ya sabrán, me gusta revolcarme en el fango. Es así. Hace unas semanas me hundí hasta el cuello uterino en las redes de los abogados cristianos y, como viví para contarlo, hoy he decidido aumentar el riesgo, a ver si este año me llevo el Premio Darwin: me he sumergido en uno de los zulos virtuales de la machosfera, ese submundo con peste a cerrao' en el que se niegan realidades tan tangibles como la brecha salarial o la violencia de género. Es tan admirable la tranquilidad con la que afirman que la discriminación laboral no existe como indignante que continúen negando la violencia de género cuando dejamos atrás una semana con tres niños y una mujer asesinados por violencia machista y vicaria. 

El caso es que he entrado en una web en la que se denuncian —atención— varios centenares de leyes que —redoble de tambores— discriminan a los hombres frente a las mujeres —parar para aplausos—. Esto, que puede parecer una tontería, efectivamente lo es. Sin embargo, me temo que habrá que explicar por enésima vez que no son discriminatorias las leyes que luchan contra la discriminación. Es decir, si te tomas una excedencia para cuidar de tus hijos —algo que muy mayoritariamente hacemos las mujeres—, es necesario buscar medidas que faciliten tu regreso al trabajo cuando los críos crecen. Quiero creer que estamos todos de acuerdo en esto. Quiero creer que no hay nadie que lea este texto y piense: «Ah, si quería cuidar, ahora que se joda. Podría haber abandonado a sus hijos en una esquina, o haberlos dejado con la abuela, que los cuida gratis». 

Bien. Estamos todos de acuerdo. Me alegra saber que me lee gente decente. Volvamos a la web de marras, ese lugar oscuro cuya información suelen cacarear quienes pretenden conseguir la igualdad real, esa igualdad auténtica, única, incontestable, esa igualdad que consiste en que todo se quede igual que estaba. Pero no igual que estaba el año pasado o hace diez años, no. Igual que estaba en 1950, que entonces sí se vivía bien, no como ahora, que las mujeres hablan entre ellas y esto es un sindiós. 

La web parte de cuatro falsedades. La primera es que equiparan "hombre" a "maltratador". Ellos sabrán por qué. El resultado es que se toman como una afrenta personal las leyes de protección a las mujeres víctimas de violencia de género y eso incluye, por ejemplo, que las ancianas que sufren malos tratos por parte de sus maridos tengan alguna facilidad a la hora de acceder a una vivienda de protección oficial. Díganme si no hay que estar podridísimo por dentro para pillarse una rabieta por esto. 


Un segundo engaño es que consideran que cualquier ley que proteja a las mujeres supone un ataque a los hombres. Lamentan, por ejemplo, que se hayan creado servicios de atención a mujeres víctimas de agresiones sexuales, como si eso desprotegiese a las víctimas cuando son hombres. Cualquiera diría que una persona preocupada por la igualdad igualérrima que tanto anhelan estos señores se alarmaría ante el hecho de que las víctimas de violación sean casi siempre mujeres, pero qué sabré yo. 

Luego está esa estupidez tan antigua de considerar culpables a las mujeres de los males que sufren los varones. Es el consabido "hay más asesinatos de hombres que de mujeres", que dices "ajá, ahora mira quién mata", y resulta que, sorpresa, casi siempre son hombres. Y el último problemón que presenta la web es que hablan como si no hubiese ninguna discriminación que compensar, como si los milenios de patriarcado o siquiera los cuarenta años de franquismo con sus leyes salvajes en contra de la libertad de las mujeres jamás hubieran existido. 

El paseo por este rincón de internet es un viaje de la náusea a la carcajada; una empieza indignada porque la inmensa mayoría de las leyes que critican afectan a las víctimas de violencia de género, pues por quejarse, se quejan hasta de que exista el 016. La ruta continúa por las benditas pruebas físicas para el acceso a cuerpos como el de bomberos, ya que aún hay quien cree que estas pruebas son una especie de olimpiadas donde hay que batir el récord mundial en la modalidad de arrastre de maniquí en vez de considerarlas lo que son: la demostración de estar en buena forma física y de gozar de buena salud. De pronto aparecen en el listado de agravios ayuntamientos, locales sociales, casas de cultura, agrupaciones de vecinos... Lo que sea, cualquier mínimo rincón de España desde el que se discrimine a los pobrecitos hombres. Y les molesta, por ejemplo, que un ayuntamiento imparta un cursillo para que las mujeres aprendan a ir en bicicleta. Pero la carcajada viene con una ley relativa a la vida militar. ¿Que podrían ocuparse del incremento de abusos sexuales en el ejército? Quizás sí. Pero han preferido dedicar su página a algo mucho peor, a un asunto que debería estar en todas nuestras sobremesas, a un agravio que debería quitarnos el sueño: resulta que a las mujeres que ingresan en el ejército, al contrario que a los hombres, no les obligan a cortarse el pelo. Ay, señor. Y luego las lloronas somos nosotras. 

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