Otras miradas

Jóvenes machistas, neoliberales y utópicos

Guillermo Zapata

Silueta de dos jóvenes sobre la proyección del logo de Instagram. / REUTERSNo. Este no es un texto que piense que "la juventud" es machista. Tampoco es un texto que piensa que la juventud es neoliberal. Es un texto sobre unos jóvenes concretos, y quizás no tanto por lo que tienen de machistas o neoliberales, sino por lo que tienen de utópicos.

Estos días y a raíz de varias encuestas se ha colocado una pregunta sobre la adscripción ideológica a la extrema derecha de una parte de la juventud mayoritariamente masculina. Se ha señalado el rechazo al feminismo como el elemento central de la ese aglutinamiento. Estoy seguro de que es así, pero me gustaría centrarme en otra dimensión que creo se estudia poco o de la que se habla menos y que tiene que ver con las redes.

La forma en la que se habla de las redes sociales con relación a los jóvenes en general es un desastre. Una forma culpabilizadora, paranoica y moralista. Un reflejo de la incapacidad de una generación más adulta de acercarse a la forma concreta en la que los jóvenes concretos se relacionan hoy.

Una característica que tiene internet es su tendencia a la construcción de cámaras de eco, burbujas de atención y comunidades homogéneas. La vida cotidiana en la experiencia de las redes, en la construcción de tu timeline, tus listas de videos de YouTube, etc. es la construcción de un nosotros homogéneo. En el territorio del cuerpo, en el mundo analógico, la vida de los chicos y las chicas tiene espacios mixtos de socialización clave y constantes: Familia, educación, trabajo y ocio. En internet, esa jerarquía no existe.

Los chicos y las chicas se ven y se tratan mucho menos. En esa división se producen culturas digitales distintas, que apenas tienen puntos de contacto. La lógica de la red exacerba la tendencia patriarcal al ensimismamiento masculino (y a la preferencia de espacios dónde básicamente sólo hay otros hombres). Esto se nota de manera muy clara en los puntos de contacto entre las culturales digitales de los jóvenes LGTBI y las mujeres. Podríamos hablar de una cultura digital que tiende a la interconexión de identidades diversas de sujetos excluidos en el mundo analógico y otra que tiene al ensimismamiento de sujetos hegemónicos en el mundo analógico.

El elemento que articula esa comunidad masculina es el machismo, pero sobre todo son utopías digitales de tipo neoliberal. Es el tipo de subjetividad sobre la que trabaja Javier Milei y en cierta medida la corriente más ultraliberal del fenómeno neoconservador.

La palabra clave en todo esto es "utopía".

Hagamos un pequeño flashback.

Sala de informática de la Facultad de Ciencias de la Información de la Complutense. Año 2003. Un veinteañero asmático dedica una cantidad de tiempo poco recomendable desde el punto de vista académico a meterse en internet, del que no dispone en su casa. Internet es "la realidad". Es "el periodismo", es "la comunicación", pero sobre todo es "cambiar el mundo". La experiencia de lo que luego se vino a llamar "tecnopolítica" fue una ola de experimentación con la tecnología y las redes que a muchos (quizás no a tantos, pero luego hablaré de esto) nos cambio la vida por completo.

La aparición de los primeros foros de noticias, las redes de Indymedia, el movimiento hacker, el movimiento copyleft, etc, etc. Palabras que hoy sólo existen preservadas en la memoria militante de una generación de activistas. No se ha escrito mucho de la crisis de ese imaginario político, quizás porque murió de cierto éxito disuelto en un magma que iba desde las protestas contra las leyes antipiratería al 15M o las primeras experiencias electorales de ese ciclo de la que muchos fuimos parte.

Todo eso es importante, pero no es lo más importante ahora mismo. Ni es lo más importante para este texto.

Lo importante para este texto es que todo ese movimiento expresaba una potencia utópica. Configuraba una manera de ver el mundo con un enorme potencial transformador (como todo potencial transformador no exento de problemas) pero era una manera que permitía que uno se sintiera parte de ese proceso utópico a partir de gestos muy sencillos y accesibles. El gesto concreto llevaba dentro el mundo entero.

Esa forma de utopía no es muy diferente a la de los jóvenes que se dedican a las cryptos, o a los NFT o a ciertas defensas del uso de la inteligencia artificial. La forma en la que enlaza la acción cotidiana con un determinado imaginario configura un mundo. En ese mundo, un mundo fundamentalmente masculino, ensimismado, no existen fronteras, cada persona es su propia nación y lo único que nos da valor es el intercambio monetario.

En estos años, por parte de los espacios progresistas se ha puesto énfasis en la recuperación de la idea de utopía como motor articulador de nuevos horizontes políticos. La enorme diferencia con los jóvenes libertarios es que ellos pueden inscribir ese mundo utópico en su mente en prácticas cotidianas al alcance de cualquiera.

Su idea de utopía es más destructiva para el planeta, genera una enorme cantidad de violencia en las poblaciones más vulnerables y se tiene que sostener con niveles inéditos de autoritarismo. Esa ideología puesta en práctica es el laboratorio argentino que estamos viviendo estos días. Pero avanza de la forma banal, aparentemente no política, en la que las culturales digitales cambian el mundo.

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