Otras miradas

No quiero escribir sobre Palestina

Israel Merino

Periodista

Pixabay.
Pixabay.

Puedo escribir sobre Oriente Medio o contarte que Julia lleva varias semanas diciéndome que ronco mucho, asunto del que me he estado burlando hasta que entendí la gravedad en un autobús Madrid-Gijón, en plena línea nocturna, cuando intenté echar una cabezada que un ejército de roncadores con gargantas como motosierras me jodió.

Puedo escribir sobre los más de 30.000 palestinos muertos, todos asesinados durante este macabro genocidio retransmitido en 4K, o decirte que el autobús olía a palomitas con kétchup, pues así es como olemos los pobres sucios – el olor de los ricos sucios es más parecido al yogur pasado –, y que en plena crisis de privación del sueño me planteé, esto no es ninguna broma, buscar en Google qué pena me caería si cogía el martillo de reventar cristales y empezaba a romper las gargantas de aquellos lagartos sonorizados que según mi cerebro paranoico estaban roncando para amargarme las vacaciones.   

Podría, en fin, escribir sobre aquellas desgracias vertidas al otro lado del Mediterráneo, ese mar que antaño nos unía y ahora es solo una víspera de entierros, y aparcar la frivolidad de escribir sobre las anécdotas de lumpencito occidental que voy apuntando en mi libreta negra, pero creo que no estamos solo para eso.  

Si como ser humano todo esto me destroza, como periodista debo torear unas contradicciones que ya no sé ni cómo tomarme. A ratos, más los lunes que a fin de mes, me considero un privilegiado no solo por ejercer como columnista, sino por hacerlo desde este prisma literario que tanto me gusta, pero muchas veces no termino de comprender qué hago escribiendo sobre mis aventuras o pensamientos o batallas culturales cuando, literalmente, hay gente inocente muriendo.  


Mientras escribo estas quinientas cincuenta palabras o planeo otra columna sobre, qué sé yo, la imposibilidad de alquilar un piso en España, hay niños que riegan tumbas sin nombre y llevan el estómago tan hinchado como el pecho de una gaviota; mientras yo rebusco en mis problemas personales – este es uno de ellos – y enredo mañas para vendéroslos con garra y cariño y artesanía, hay problemas de los que llaman de verdad, de los que quitan vidas, a solo un par de miles de kilómetros.  

Como columnista o periodista o escritor de periódicos, lo que os apetezca llamarme, creo que mi función es esta, seguir hablando de ronquidos en autobuses eternos, y no volcar otro puñado de letras baratísimas sobre un problema que ni voy a resolver ni conozco a fondo (para eso hay gente lista que sabe de verdad qué está pasando en Oriente Medio).   

Mis compañeros y yo, pues sé que hay otros columnistas o periodistas o escritores de periódicos a los que les ocurre lo mismo, debemos seguir mirando aquí, a lo nuestro, y continuar con una cotidianidad que puede parecer absurda, pero es muy necesaria. No vamos a arreglar nada haciendo otra cosa – más allá de nuestras conciencias – y nosotros mismos, no hablo ahora solo de escritores sino también de lectores, también tenemos derecho a llorar por nuestros propios problemas, aunque sean tan absurdos como los ronquidos que regalamos en la cama.  

Es cierto que nuestras cruces son muy pequeñas en comparación, pero creo cada uno tiene derecho a cargar con lo suya propia.   

Más Noticias