Otras miradas

9 de junio: Juntas somos más fuertes

Octavio Salazar Benítez

Catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Córdoba y miembro de la Red Feminista de Derecho Constitucional

Banderas de los estados miembro a las puertas del Parlamento Europeo.- Philipp von Ditfurth / dpa
Banderas de los estados miembro a las puertas del Parlamento Europeo.- Philipp von Ditfurth / dpa

El pasado 24 de abril el movimiento Mi Voz, mi Decisión comenzó la recogida de firmas con el objetivo de lograr que en Europa el aborto sea seguro, accesible y gratuito para todas las mujeres. Una reivindicación que se vuelve más necesaria que nunca en un contexto en el que asistimos a una regresión en materia de derechos de las mujeres y en el que incluso conquistas que creíamos definitivas se ven sometidas a políticas restrictivas y negadoras. El movimiento que ha aunado diversos activismos nos evidencia, además, que el reconocimiento de un derecho como el de interrupción voluntaria del embarazo tiene una vertiente prestacional y que, por tanto, exige un compromiso activo de los poderes públicos en su efectividad. Es decir, no solo los derechos sociales, sino también en general todos los que contribuyen a garantizar la autonomía de los sujetos, requieren unos recursos que los garanticen de hecho y, en su caso, una lógica redistributiva que tenga presentes las necesidades de los y las más débiles. En este sentido, la justicia pasa no solo por el reconocimiento formal de derechos, sino también por las variables socioeconómicas que condicionan nuestras opciones de vida. 

El movimiento Mi voz, mi decisión nos pone de manifiesto, además de por supuesto la fragilidad de la autonomía reproductiva en cuanto derecho fundamental de las mujeres, qué modelo de Europa nos jugamos en los próximos años. De ahí la importancia de las elecciones del próximo 9 de junio, a pesar de que habitualmente hemos contemplado siempre los comicios europeos como algo secundario y, en el mejor de los casos, nos hemos limitado a leerlos en clave nacional. En este 2024, sin embargo, un ejercicio responsable de nuestros derechos de ciudadanía debería llevarnos a superar esa posición comodona y a asumir que nuestro voto tendrá un papel decisivo en el diseño de nuestro futuro más próximo.  En un mundo de políticas conservadoras y reactivas, de liderazgos populistas y salvadores, de neoliberalismo depredador y desvergonzado, tenemos que apostar más que nunca por la utopía de una Europa de los derechos. Nuestro espacio privilegiado debería, además, permitirnos levantar la mirada más allá de las fronteras de continente y pensar en un planeta que se tambalea y en el que deberíamos jugar un papel esencial de sensatez democrática y de cordura colectiva. Ante unos retos tan enrevesados como los que tenemos por delante –los desafíos tecnológicos, la sostenibilidad medioambiental, los equilibrios geoestratégicos, la garantía de la igualdad  y de las diferencias- , la Unión Europea no debería ser solo ese lugar donde las lógicas del Estado de derecho nos den las claves para gestionar los conflictos y para ordenar la convivencia, sino que también debería convertirse en un espacio en el que se pongan en práctica otras maneras de gestionar la complejidad, de tomar decisiones en los difíciles marcos que siempre nos ofrece la pluralidad, de afrontar realidades que ya están desbordando los paradigmas que durante siglos dimos por correctos. Una realidad en el que la memoria debería ser energía inspiradora pero no un santuario autocomplaciente.  

No sé si es muy exagerado afirmar que estamos entrando en otro proyecto civilizatorio, pero sí que estamos ante un momento de tantos cambios y fracturas que nos exige no ser ni prisioneros de la nostalgia ni cómplices de los que, en tiempos revueltos, siempre se convierten en ganadores. Necesitamos, ahora más que nunca, otra inteligencia democrática que nos permita no solo frenar los avances antisistema sino también construir un horizonte de posibilidades. Y ello pasa necesariamente por recuperar la confianza de la ciudadanía en un proyecto,  no solo el europeo, sino el democrático diría yo, que tan pocas respuestas está siendo capaz de dar a quienes se hallan en posición de vulnerabilidad social. Un vacío que lamentablemente está siendo ocupado por quienes entienden la política como un púlpito desde el que asegurarse que las ovejas no se salgan del redil. 

Tendríamos pues que ir a votar el próximo 9 de junio con las luces largas encendidas, con el convencimiento de que necesitamos desmantelar la futurobia y con la convicción de que las próximas generaciones se merecen un continente en el que seamos capaces de construir desde lo colectivo. En el que las fronteras dejen de ser muros y se conviertan en oportunidades. En el que la paridad sea mucho más que una respuesta institucional a los diversos mecanismos de opresión que subordinan a las mujeres (y a los sujetos que no encajan en la masculinidad hegemónica). En el que seamos valientes y pongamos los retos medioambientales, de sostenibilidad de la vida y, por tanto, de igualdad, en el centro de las políticas. En el que no renunciemos a la acción colectiva, a la suma de voces, a la capacidad transformadora, y hasta revolucionaria del espacio público, cuando es tomado por cuerpos diversos con voces autónomas. El lema "Juntas somos más fuertes", que es uno en los que insisten las compañeras de Mi voz mi decisión, bien podría ser la bandera que nos llevara a las urnas el próximo 9 de junio. Sin duda, el que más nerviosos puede poner a quienes entienden que esto de la política es un "boys club" donde las elites mecen la cuna. Sabiendo que nuestro voto supone no solo el ejercicio de la porción de soberanía que nos corresponde sino también parte de ese abrazo que, más allá de los Estados, confía en que la igualdad, ese aspiración siempre por hacer, sea una vez más el eje transformador de la Europa que hacemos también tú y yo. 

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