Otras miradas

Taylor Swift, en tres actos

Adhik Arrilucea

La cantante estadounidense Taylor Swift durante la primera de sus dos actuaciones en el Estadio Santiago Bernabéu, dentro de su gira 'The Eras Tour'. EUROPA PRESS/Ricardo Rubio
La cantante estadounidense Taylor Swift durante la primera de sus dos actuaciones en el Estadio Santiago Bernabéu, dentro de su gira 'The Eras Tour'. EUROPA PRESS/Ricardo Rubio

Los tímpanos de Ruido Bernabeu todavía sufren el pitido provocado por las ovaciones que Taylor Swift se ha llevado esta semana en Madrid. La ciudad se recupera de un huracán que volverá a los escenarios en Lyon (Francia) este domingo. Neurodivergentes, gays y "tías chulísimas" izan sus tote bags a media asta por toda la península. No deja de haber quienes observan la escena con horror: ¿cómo ha perdido tanta gente la cabeza por la rubia capitalista de turno con su feminismo para el 1% y unas canciones que tampoco destacan sobre el resto del pop?

La explicación sobre por qué Taylor Swift es más famosa que Jesús se podría resumir como puede resumirse todo en esta vida: una buena estrategia de marketing, mucho dinero y algo de suerte. Nada nuevo bajo el sol. Para entender este delirio colectivo, quizás sea más interesante contar su historia, el folclore que ha creado tras casi 20 años de carrera.

Primer acto: génesis de una celebrity mesiánica

En otoño de 2008, con 19 años todavía sin cumplir, una Taylor prepuberal acudió al programa de Ellen Degeneres, The Ellen Show, para promocionar su segundo álbum. La presentadora le preguntó por Joe Jonas, su primer novio famoso. La entonces artista country confesó con lástima, ante un público enternecido, que ya no estaban juntos. Pero la ternura se convirtió en conmoción cuando añadió que la había dejado por una llamada telefónica de 27 segundos.

El plató enmudeció. La sorpresa no vino por la forma en la que un adolescente con apego evitativo rompió con su novia de un par de meses, sino por la audacia de la inocente niña para relatarlo en televisión y, por supuesto, en su disco. Se trata del mito fundacional de la american sweetheart, la chica que no cuenta su vida, sino que la canta. Y así tu ex puede dedicarte indirectas en las historias de Instagram.

Segundo acto: el ángel caído

Una trifulca con el rapero Kanye West y la socialité Kim Kardashian en 2016 obligó a la cantante a exiliarse lejos de la vida pública durante un año, en el que ni sacó disco ni apareció en medios. Resucitó, más adulta, menos naïve y muy autoconsciente con su álbum Reputation, cuya estética y canciones constituyen una venganza contra toda la industria musical y mediática, que habían colaborado en la campaña de acoso y derribo orquestada por el clan Kardashian.

Desde entonces, también fue adquiriendo un compromiso político más explícito. Ganó en 2017 el juicio contra David Mueller por agredirla sexualmente al manosearle el culo sin consentimiento. Reclamó un dólar simbólico, pues su objetivo era visibilizar las injusticias testimoniales que sufren las supervivientes de violencia sexual. En 2019 salió del armario como votante demócrata, presionó a Trump para que su Gobierno protegiera la diversidad sexual y en 2020 pidió financiación para el movimiento Black Lives Matter.

Todo ello convirtió a la artista en un referente del activismo en el mundo de las celebrities. Una imagen de empoderamiento femenino, un ejemplo para las niñas. O al menos eso es lo que los principales medios repiten de manera acrítica desde hace meses. De manera inevitable, esto ha levantado sospechas y críticas, algunas más acertadas que otras.

Tercer acto: la muerte de Taylor Swift

El silencio administrativo de la artista respecto a la causa palestina reverbera por encima de los aplausos que le dedican en los estadios. También se la ha visto con Brittany Mahomes, ferviente defensora de su cuñado Jackson Mahomes, condenado por agresión sexual. De un tiempo a esta parte, la única preocupación palpable de Miss Capitalismo es el dinero, que de cada nuevo disco saca cinco versiones distintas para maximizar beneficios.

Estas son algunas de las críticas que destacan quienes observan horrorizados a las masas que convoca una rubia de Pensilvania. Y al menos en parte, tienen razón. Pero no parecen empatizar con el embrujo de sus fans –las swifties– por casi dos décadas de evolución artística.

Si Taylor Swift tiene tanto éxito es por su capacidad para encarnar lo mejor y lo peor, y quienes participan –participamos– de esta historia, lo sabemos muy bien. Los principales elogios y vituperios vienen por parte de su propio fandom, a veces por razones políticas, otras porque sencillamente no nos gusta una canción.

Y sin embargo, escuchamos cada nuevo álbum con la solemnidad de una homilía y asistimos al Eras Tour como si fuera el Urbi et Orbi. Porque la celebrity es indisociable de la artista. Se desenvuelven en una conjunción contradictoria, pero consciente de sí misma.

La realidad es que Taylor Swift ha muerto. Taylor Swift sigue muerta. Y nosotras la hemos matado. El poder de las swifties es el mismo que el de las otras comunidades de fans: la capacidad para pensar contra el santo de devoción.

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