Otras miradas

Sintonizando en un mundo a la deriva

SIlvia Nanclares

Una radio.- Freepik
Una radio.- Freepik

Amiga, esto de escribirnos cartas físicas como en los noventa da mucho trabajo, pero reconozco que me tiene enganchada. Como ves, estoy siguiendo la premisa que nos pusimos antes del verano para tenernos al tanto la una de la otra: nada de stickers, WhatsApp, guiñitos en redes, ni por supuesto DMs ni emails. Qué difícil. Todo tiene que quedar por manuscrito en un papel, enviado y franqueado vía correo postal. A lo sumo, mecanuscrito –¿desempolvaste la Olivetti?–. Tus chicas Underwood, como Salinas, qué juego este de seguir siendo siglo XX. Al escribir mecanuscrito me he acordado de nuestras amigas catalanas, todas tienen entre sus lecturas de adolescencia el hito del Mecanoscrit del segon origen (Mencanoscrito de segundo origen), una novela distópica donde un par de chavales sobreviven en un mundo distópico arrasado por una serie de catástrofes ambientales. ¿Te acuerdas? Mireia, Clara, Marta, siempre lo mencionan en la playa, porque las costas y lo que llega a ellas juega un papel importante en la trama. ¿Por qué no leímos nosotras en la meseta el Mecanuscrito? Aún estamos a tiempo de hacerlo, también es verdad, ¿lo buscamos? 

¿Te pasa a veces que recuerdas un párrafo de algo que has leído pero a la vez eres incapaz de recordar de dónde proviene? Eso ¿qué es? ¿La edad, la perimenopausia, el puerperio (todo va de sufijos latinos) o el depauperado nivel cognitivo de las cabecitas enganchadas al móvil? Pues llevo una semana recordando un pasaje de un libro donde el autor o la autora hablaban de la cantidad de objetos que han salido de nuestra cotidianidad: periódicos, agendas, despertadores, plumas, postales, cartas, toda vez que nos hemos entregado al scroll infinito y al mundo repleto de pestañas abiertas. A veces sueño que tengo una especie de cajita dibujada en el córtex frontal donde puedo poner palabras clave del recuerdo que se resiste para que el buscador de la memoria me devuelva la ubicación correcta. Eso es lo que casi quince años ya de uso intensivo de redes han hecho con nuestra imaginación, hermana. Pero ¡vualá, no te lo creerás! Mi cabeza acaba de hacer bingo. Y estoy segura de que tiene que ver con el hecho de estar apretando el boli contra el papel. Ya lo tengo: el libro era La radio puesta, de Javier Montes, uno de los últimos breviarios de pensamiento de Anagrama. Ya sabes que me encanta Javier Montes. ¿Te acuerdas de aquella novela suya maravillosa, Varados en Río, en la que hablaba de Manuel Puig y Rosa Chacel, dos mundos tan distintos vividos en el mismo Río de Janeiro? El Río de Janeiro de Chacel, ingrato, sin rastro del sabor tópicamente carioca, escenario cruel de la traición de su marido y su hijo. ¿Sabes que su hijo –lo leí el otro día en las memorias de Lolo Rico–, a su vuelta a España, no dejó que su madre pasara a solas ni un minuto con Lolo –¿pero a qué tipo de intimidad tenía miedo?–? Y eso después de que hubieran mantenido las dos una estrecha amistad epistolar durante años. Espero que en nuestra correspondencia no se inmiscuya nunca ningún hijo o marido controlador, amiga.  

Pues nada, después de la alegría del hallazgo en la memoria, y ya con el librito en la mano, no encuentro el fragmento sobre los objetos en desuso, cachis. Pero te dejo otro, que sé que como ávida radioyente de fondo que eres, valorarás –no confundir ser radioyente de fondo con ser consumidora de podcasts, que también lo somos, y furibundas–. Esto es diferente, puedes poner la radio y te dará igual que el chorro de la ducha o el de la pila mientras friegas los cacharros te haga perderte una frase, una risa, una conclusión. Tampoco podrás rebobinar (dios, este verbo, ¿sigue en uso, tiene algún sentido?), porque lo que oyes está siendo emitido en directo. Bueno, te copio el fragmento, ahora sí: 

La radio también puede funcionar como oráculo, como I Ching privado, como horóscopo: puede de pronto hacer una melodía que nos cambié de humor en un mal día o las palabras que nos decidan en un momento de amarga indecisión, puede recordarnos a una persona, un episodio o un lugar olvidados y parecer así que se dirige justo a nosotros entre todos los oyentes. 

Podemos probar a hacer este otro juego este verano. Pongamos la radio al azar y escuchemos. Sintonicemos. Y tal vez encontremos mensajes secretos o específicos. Algo que nos evada por un momento, por ejemplo, del miedo cerval que provocan los ataques racistas del Reino Unido. O la tristeza infinita que provoca la aparición fantasmagórica del cayuco con catorce esqueletos en las costas de República Dominicana. La ola reaccionaria nos arrastra cada vez con más fuerza, intensificando ahora el relato en la antiinmigración para poner el cascabel a un gato inventado, un fantasma, una ficción perfecta a través del teatro que les brindan los medios ultra. Todo sirve para deshumanizar vidas, para hacerles creer que tienen el poder de decidir quién puede y quién no puede vivir aquí, qué vidas importan, como dice nuestra querida Butler. Te juro que quería escribir una carta alegre, poco pesada, animarte a jugar al juego de la radio, a leer ensayitos y novelas, pero estoy segura de que si sintonizamos ahora no dejaremos de escuchar noticias de este mundo a la deriva. A veces pienso que en no tan poco tiempo estaremos tú y yo mismas en la estela centrífuga de la rueda de los desórdenes geopolíticos violentos. ¿No lo piensas? ¿No te aterroriza por nuestros hijos? ¿No miras a la historia presente y por venir con un miedo congelado? Rápido, mueve la ruedecita que sintoniza nuestra radio común, trata de cambiar el estado de ánimo, ponte a escribir a mano y sal a la calle, que espero ávida una respuesta a esta carta. 

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