Otras miradas

¿Quiénes somos iguales? 

Carlos Fernández Barbudo

Profesor de Teoría Política en la Universidad Autónoma de Madrid

Freepik.
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Las dos primeras entregas de la batalla por los conceptos políticos fueron sobre la trampa de ser libres y los caminos olvidados de la libertad. Al plantear las complejas caras de la libertad, apareció una pregunta ineludible: ¿de quiénes estamos hablando? ¿cuál es la unidad del sujeto al que hacemos referencia? Normalmente, esta pregunta se aborda desde la dicotomía clásica entre individuo y comunidad (liberalismo/comunitarismo), pero yo prefiero entender esta distinción como una de las posibles: ya que detrás de ella hay una lucha por establecer en el mundo de lo político quiénes serán los sujetos políticos, o lo que es lo mismo, los iguales. Así que la pregunta por quién es la primera persona del plural de la que hablaba la semana anterior, ahora se convierte en: ¿quiénes somos iguales? 

La primera parada para responder a esta pregunta es la democracia ateniense, momento en el que se formulan dos ideas claves para nuestra concepción sobre la igualdad: la isonomía y la isegoría. La primera podemos traducirla como la igualdad ante la ley, mientras que la segunda sería el derecho a participar en la asamblea y tener voz. Estas dos formas de igualdad, como Kant insistirá mucho después, son los pilares fundamentales para tener una comunidad política libre de dominación.  

La isegoría garantiza que todos los ciudadanos tengan el derecho de hablar y ser escuchados en la esfera pública. Este principio es fundamental para la libertad republicana, ya que asegura que la participación no esté restringida por desigualdades estructurales. La voz igualitaria en la deliberación pública permite que las decisiones reflejen una pluralidad de perspectivas, evitando así la dominación de una élite sobre la mayoría. La participación equitativa en la toma de decisiones es condición necesaria para que las personas que integran la comunidad se reconozcan mutuamente como iguales. 

La isonomía, o igualdad ante la ley, implica que las leyes se apliquen de manera uniforme y justa, protegiendo a todos los ciudadanos contra la arbitrariedad y la dominación. Esta igualación es lo que previene la creación de grupos de privilegiados, castas o estamentos, que cuenten con un régimen especial de vida. Sin igualdad ante la ley, la libertad se convierte en una prerrogativa de unos pocos privilegiados, socavando la cohesión y la equidad. La igualdad entre todos necesita que ese todos esté regido por el mismo corpus de normas, de lo contrario, unos serían más iguales que otros. 

La isonomía y la isegoría serían las dos condiciones formales para tener ese todos entre iguales. Sin embargo, aún no sabemos nada de quiénes son y en base a qué existen. Dicho de otro modo, ¿cómo se reconocen entre sí las personas iguales? La idea del reconocimiento, desarrollada ampliamente por pensadores como Charles Taylor o Axel Honneth, es crucial para entender cómo los individuos y grupos se constituyen como sujetos políticos. Este reconocimiento implica que los individuos sean vistos y valorados en su plena dignidad y capacidad por el resto. Sin este proceso de reconocimiento no puede darse la formación de identidades políticas y, por tanto, no habría esa igualdad para participar en la vida pública. De este modo, Taylor sostiene que la identidad se forma en diálogo con el reconocimiento que recibimos de los demás, mientras que Honneth hace hincapié en que el reconocimiento es la condición de posibilidad de la justicia. 

En ambos casos, el proceso de reconocimiento es crucial para la constitución de sujetos políticos. Sin el reconocimiento, los individuos no pueden desarrollar una identidad política sólida ni sentirse plenamente parte de la comunidad. La falta de reconocimiento conduce a la alienación y a la marginación, impidiendo la formación de identidades colectivas que son necesarias para la vida pública. Por tanto, para que haya igualdad en la participación pública, es fundamental que los individuos sean reconocidos en su dignidad y diferencia. Solo a través de este proceso de reconocimiento se puede establecer un "todos entre iguales" que sea equitativo y auténticamente democrático. Así, la igualdad formal, garantizada por la isonomía y la isegoría, debe complementarse con la igualdad sustantiva que surge del reconocimiento mutuo. 

Para que un sujeto político sea visible y reclame su lugar en la comunidad, es necesario que se nombre a sí mismo. Este proceso de auto-nombramiento implica una afirmación de la identidad frente a la otro, una declaración de que uno es igual a los demás en dignidad y derechos. Nombrarse a sí mismo es un acto de reivindicación que desafía las estructuras de dominación y exclusión, afirmando la igualdad fundamental de todos los miembros de la comunidad política. Este acto de ponerse de pie no es solo un gesto simbólico, sino una acción política que transforma la relación entre el individuo, su grupo y el conjunto de la comunidad. Al afirmarse como iguales, los sujetos políticos desafían las prácticas que los han podido excluir y les permite reclamar su lugar en el proceso de creación y aplicación de la ley. 

La distinción entre individuo y comunidad, liberalismo y comunitarismo, se puede entender mejor como una lucha constante por definir quiénes son los sujetos políticos y, por tanto, quiénes son los iguales. Esta lucha es fundamental para la construcción de una sociedad democrática y justa, ya que determina quién tiene voz y poder en la vida política. 

El debate entre liberalismo y comunitarismo a menudo presenta una dicotomía simplista que no captura la complejidad de la construcción del sujeto político. El liberalismo, con su énfasis en la autonomía individual y los derechos personales, y el comunitarismo, con su enfoque en la definición del grupo y los valores comunales, son vistos como posiciones antagónicas. Sin embargo, ambos enfoques pueden complementarse al reconocer la interdependencia entre libertad e igualdad. 

La lucha por establecer quiénes son los sujetos políticos y, por tanto, quiénes son los iguales, es una tarea constante en la construcción de la comunidad política. Al reivindicarse iguales y nombrarse a sí mismos en el espacio público, los individuos y grupos desafían las estructuras de dominación existentes, afirmando su derecho a participar en la vida política y a ser reconocidos como iguales. Volviendo sobre la pregunta inicial, ¿quiénes son los iguales?, solo podemos centrarnos en los medios para que esa definición sea justa. Y para ello tendremos que analizar dos cuestiones: 1) cómo son las estructuras de dominación que impiden la igualdad y 2) dónde y cómo es ese espacio social, público, que permite la constitución del sujeto democrático. Escribiré sobre ello la semana que viene. 

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