Otras miradas

El curioso incidente del tertuliano a media tarde

Máximo Pradera

Máximo Pradera

Arthur Conan Doyle escribió uno de los diálogos más memorables de Sherlock Holmes en la aventura de Silver Blaze.  

Inspector: – ¿Hay algún detalle más sobre el que le gustaría llamar mi atención?

Holmes: –El curioso incidente del perro a medianoche

Inspector: –El perro no hizo nada a medianoche

Holmes: –Ése fue el curioso incidente.

Como ya deben de conocer muchos lectores de Público, el tertuliano Antonio Naranjo ha sido condenado por la Audiencia Provincial por intromisión en mi honor. La palabra «honor» se ha quedado ya más que viejuna, pero en el siglo XXI viene a ser la reputación profesional, la imagen pública. Mi demandado había escrito que yo le había cascao en el estudio y por lo tanto era un perturbado y un maltratador, que lo había estado acosando durante semanas. El tribunal le ha dicho: Menos lobos, Caperucita. Su ristra de tuits y sus declaraciones a Periodista Digital no buscaban otra cosa que dejarme sin trabajo en Onda Cero e incluso sacarme fuera del circuito profesional de opinadores. Lo consiguió en parte, pero a costa de inmolarse él mismo, con un tuit bomba que lo despanzurró para los restos.

Holmes habría deducido lo que de verdad ocurrió aquella tarde en el estudio mucho antes de que tres competentes magistrados tuvieran que establecerlo, más allá de toda duda razonable, en sede judicial. Como en el incidente de Silver Blaze, en que lo llamativo para resolver el caso es que el perro no ladra por la noche, el genial detective habría reparado en la ausencia de reacción del supuesto agredido para deducir que la paliza era un cuento chino. Después de recibir las dos andanadas de manotazos y empujones que denunció en Twitter, no  fue a denunciarlo al juzgado ni acudió a urgencias para someterse a un examen forense. Nunca hubo parte de lesiones. ¿Se imaginan el aspecto que habría presentado el infeliz de haberle puesto yo la mano encima con tal saña? Pesaba entonces más de cien kilos (ahora 15 menos, ¡gracias, Ángela Quintas!) y le saco la cabeza a mi «víctima». El agredido habría quedado, como mínimo, ligeramente desgreñado.

El incidente fue tan nimio como la puesta de límites a un niño inaguantable que se está extralimitando: Antonio, no mientas sobre Aguirre,  Antonio, no me insultes en antena, e incluso ¡Antonio saca ahora mismo la mano de encima de mi hombro!

Como una puesta de límites no era tuiteable y un intoxicador profesional no soporta que nadie venga a ponérselos, porque vive y cobra por extralimitarse, el difamador decidió empezar a «enriquecer» el curioso incidente del tertuliano a media tarde con detalles de su cosecha para convertirlo en noticiable y poder así lincharme mediáticamente.

Más allá de este episodio concreto, se me ocurre que la gran enfermedad que padece España en estos momentos, la razón por la que la crisis es tan profunda en nuestro país, es porque nos hemos desbordado. Es cierto que no matamos físicamente por las calles, como en el 36, pero la ausencia de límites afecta ya, en un grado alarmante, a todos los ámbitos de la vida pública, no solo al periodismo. Gobiernos (centrales y autonómicos) que vulneran la Constitución, golpes de estado internos en los partidos, saqueos de bancos y cajas de ahorros, policías políticas financiadas con dinero de los contribuyentes y si me permiten la nota frívola, cantamañanas de pelito ensortijado y rostro efébico que dejan en ridículo al país de Serrat y Nino Bravo en un certamen que ven más de 200 millones de personas.

Además de para reparar el grave daño a mi imagen personal, la razón por la que decidí demandar a este sujeto es porque estoy convencido de que la regeneración de España pasa por una puesta de límites. Yo los he puesto en mi ámbito, que es el periodismo, pero también la fiscal y la jueza de instancia han quedado ahora en su sitio: las dos se extralimitaron por omisión. Lejos de la diligencia y meticulosidad con la que la Sala 12 de la Audiencia Provincial ha ponderado mi caso, las dos funcionarias se limitaron a despachar mi demanda de que protegieran mi prestigio profesional con una sentencia de corta y pega en la que la filosofía de fondo no era otra que: ¿son tertulianos, no? ¡Pues que se maten entre ellos!

La Audiencia no solo ha puesto límites a un difamador concreto, sino a un tipo de «periodismo» que confunde la información con la propaganda, la crítica con la calumnia y la denuncia política con el ajuste de cuentas.  

–Holmes, ¿cómo supo que la agresión era un infundio?

–Por el curioso incidente del tertuliano a media tarde.

–Pero el tertuliano no hizo nada a media tarde.

–Ese fue el curioso incidente.

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