Otras miradas

Una DANA en el Primark de Gran Vía

Israel Merino

Carteles de precaución por balsas de aguas en la M-30 de Madrid. EFE/ Sergio Pérez
Carteles de precaución por balsas de aguas en la M-30 de Madrid. EFE/ Sergio Pérez

Sé que estáis muy hartos de leer cosas sobre Madrid, pues yo también lo estoy (y eso que vivo aquí). Sin embargo, permitidme que os diga que lo que leéis no tiene nada que ver con la capital (no os vayáis todavía, dejad que me explique).

La catastrófica DANA del domingo, que a fecha de redacción de esta columna ya ha dejado tres muertos y otros tres desaparecidos, nos ha regalado dos enseñanzas meridianamente claras a los ciudadanos: la primera y más obvia, es que los servicios públicos, tanto de emergencias como de meteorología, salvan vidas. Por mucho que los muy liberales hayan protestado por la teórica vulneración de su privacidad que ha supuesto el mensajito de Protección Civil – contra el que han despotricado en Twitter tras aceptar unas cookies gracias a las que Elon Musk podrá saber hasta si el té se lo toman con canela o anís –, las alertas de la AEMET y los servicios públicos han evitado una catástrofe mucho más grande de la que ha acaecido. La segunda enseñanza es que, al parecer, si algo no pasa dentro de la M-30 no existe.

Multitud de opinadores, periodistas de veinte duros y políticos de primera plana tales como José Luis Martínez Almeida, alcalde de Madrid, han asegurado que la alerta roja por la DANA sobre la CAM ha sido desproporcionada y sobreactuada, ignorando por completo todo lo que ha sucedido en la comunidad (como el chico que ha sobrevivido de milagro, en Aldea del Fresno, gracias a aguantar subido a un árbol más de doce horas) solo porque no ha pasado en ese minúsculo espacio físico que aquí llamamos almendra central

Es obvio que existe un sesgo muy grande, llamadlo centralismo informativo o pereza periodística, por el que parece que todo lo que pasa en la capital es importante. Por ejemplo, las comparaciones cuando ocurre algún suceso trágico siempre se hacen con espacios físicos de Madrid, como Bernabéus o estanques del Retiro calcinados cuando hay un incendio forestal; o los desastres domésticos, como fugas de gas o pequeñas inundaciones, siempre acaparan las portadas de los diarios cuando son en Madrid, pero son relegadas a las últimas páginas de sucesos si pasan en cualquier otro lugar.

Esto es obvio, innegable e, incluso, bastante absurdo; sin embargo, os puedo asegurar que no todo es lo que parece. Los habitantes de Madrid no somos ni privilegiados ni pijos, tampoco unos chulos o unos flipados. Los habitantes de Madrid somos también víctimas de este centralismo, mera decoración de una idea turbocapitalista y absurda que nuestros dirigentes llevan años intentando vender.

Hace unos días, por ejemplo, se hacía viral un tuit de un usuario que se reía del resto de los habitantes de España, ironizando con que el Primark de Gran Vía, un maldito infierno dantesco si es a mí a quien preguntáis, era la panacea con limón. Y esto, os lo aseguro, no lo pensamos nadie en esta ciudad.

En Madrid no vivimos las cañas, ni la libertad, ni los áticos de lujo en la plaza del Callao, sino la realidad de ser un área metropolitana de casi siete millones de habitantes que no pintamos lo más mínimo para nuestros gobernantes.

Ni vamos a ver El Rey León todos los fines de semana, ni nos escapamos a la playa de junio a septiembre, cuando empieza a apretar el calor por aquí. La mayoría de nosotros vivimos hacinados en pisos de mierda en la periferia, ya sea en el distrito de Carabanchel, Latina, Usera o Tetuán, pagando alquileres desproporcionados que no nos permiten ni encender el aire acondicionado.

En nuestros barrios no hay tapas, sino mugre, alcantarillas colapsadas y centros de salud en los que no te dan cita médica ni sacrificando a un homúnculo recién nacido a la luz de tres velas negras. La mayoría de los madrileños vivimos en estos barrios, en Usera, Puerta del Ángel u Orcasitas, viendo con los ojitos aguados como nos desmantelan todo lo público en beneficio del cuñado con más perras en la billetera.

Esa idea del madrileño superior, que vive para dar y tomar, es una mentira que nuestra negligente administración se ha inventado para atraer al turista y petar de pisos de estudiantes nuestras calles, además de para tapar desastres como los de Cañada Real, donde llevan sin luz ya ni se sabe cuánto.

Todo este relato de las terracitas y los áticos de tres mil pavos mensuales no es más que una mentira turbocapitalista perpetrada en pleno centro, lugar, por cierto, en el que cada vez es más habitual encontrar ratas, desastres urbanísticos y contenedores hediondos: ni siquiera ese espacio físico les interesa más allá de para su retórica de poder y dinero.

La DANA, como decía más arriba, ha demostrado que esto es así y que, quitando los barrios ricos (recordad cómo las quitanieves limpiaban las calles del barrio de Salamanca durante la Filomena y se olvidaban de Puente de Vallecas), esta ciudad no le importa lo más mínimo a nuestro alcalde. En sus declaraciones postormentón, obviaba que Villaverde ha amanecido colapsada, que la Línea 5 de Metro se convirtió en un AquaPark con gente dentro durante la noche del domingo y que multitud de carreteras de las periferias han acabado anegadas.

Solo les importa el centro, pero el centro del centro del requetecentro, y no más que en su idea onírica y platónica para atraer turistas y estudiantes engañados que alquilen habitaciones por 600 euros en Argüelles.

Fuera de ese relato, de esa fantasía, os puedo asegurar que Madrid no es como la pintan. En Madrid, como en cualquier otra ciudad destrozada por el rentismo, no vivimos ricos soberbios (alguno habrá por los barrios caros, yo es que tampoco los conozco demasiado) que vayamos a los pueblos a colonizar a nadie. Básicamente, porque somos la comunidad autónoma con mayor desigualdad de España y ni siquiera tenemos pasta para pagar la gasolina.

Los primeros perjudicados de las políticas centralistas de Madrid somos los habitantes de Madrid.

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