Otras miradas

La madre de la ciencia

Marina Merino Redondo

Analista política en Canal Red, graduada en filosofía e ilustradora

Pixabay.
Pixabay.

Enciendo el teléfono y veo que tengo a un toque la capacidad de pedir, ordenar, consumir y contactar casi con cualquier cosa que imagine (con el dinero suficiente en la mayoría de casos, claro). Términos como fast food o fast fashion están más que normalizados entre nosotros, y ahora de hecho empezamos a hablar del slow cooking, la alimentación o moda conscientes como respuesta. No quiero sonar a filósofo barato que insiste en lo que todos ya sabemos, así que lo cuento rapidito: el mundo va a cincuentamilmillones de revoluciones por minuto y la rueda de consumo no concede una oportunidad para parar, valorar, contemplar y juzgar. Lo instantáneo no da un respiro para conocer el proceso necesario de cada cosa en la vida. No soy un boomer, y por eso no voy a echar la culpa a la digitalización diciendo que los telefonitos son el demonio ni evocar épocas en las que no he vivido donde "todo requería mucho más tiempo para hacerse". Como hija de mi tiempo, sé que la tecnología en las manos correctas brinda la capacidad de hacerle la vida más fácil a todo el mundo, y que el problema es el modo de organización social en el que nos vemos inmersos. No es la herramienta, sino la función que cumple (en este caso, la acumulación de capital). A mí el 5G no me matará. También sé que no podemos volver a momentos pretéritos de la historia donde había que esperar para casi todo, y prefiero el plantear e imaginar futuros más justos a estancarme en una nostalgia identitaria donde ni todo antes era tan bonito ni más fácil que ahora. Dicho esto, en lo que realmente quiero reparar hoy es en la paciencia como concepto.

Creo que cuando pensamos en la paciencia suelen aparecernos en mente el futuro, la espera y, sobre todo, el dolor. Incluso el origen de la palabra paciencia (patientia) radica en el sufrimiento (pati, patior, sufrir). Durante siglos, el dogma judeocristiano ha proyectado la paciencia como esa virtud de aguantar sin alterarse y esperar de forma prudente, soportando un dolor. Me gustaría que pudiéramos plantear y resignificar la paciencia como virtud alejada de una necesidad de sufrimiento, inmovilismo y resignación. Desearía que entendiéramos que paciencia no es sinónimo de pasividad. Insto a verla como la virtud de saber que la única certeza y principio que rige la naturaleza es que todo cambia (panta rei). Apreciar la potencia -en sentido Aristotélico- que cada elemento alberga en sí. Paciencia no tiene por qué ser consentir, soportar, paliar; paciencia también es afrontar y aceptar, ejercer.

Nos rodean promesas falsas que incentivan nuestro consumo ("¡Usa esto y tendrás YA este resultado!"). Nos frustramos cuando compramos un producto anti-acné y los granos siguen ahí tres semanas después. Resulta que un ibuprofeno no soluciona la inflamación crónica y la fatiga por estrés laboral. Tras unos días duros, dos cafés y una bebida energética no parecen suficientes para terminar el proyecto que debes entregar hoy. El cuerpo no miente y avisa cuando no puede más o no es capaz de soportar que le metan prisa. Bajemos de nuevo a la Tierra: cualquier cosa en la vida lleva su tiempo, no el que nosotros queremos, sino el necesario. Por mucho que Almeida se empeñe en asfaltar Madrid entero, cada primavera siguen saliendo brotecillos entre alcorques y alcantarillas. La naturaleza se abre paso por cada huequito que puede (a veces mejor, otras a duras penas). Si la observamos, no lo hace de forma frenética o instantánea. Estamos en otoño, con salir a la calle podemos percibir evidencias claras de que nos rodea el cambio. El ciclo del agua, el reproductivo, el lunar, el periodo, la digestión, el crecimiento y las edades, son por algo. El día que plantas la semilla no es el que te comes el fruto. ¡Por cierto! El embarazo también es por algo, aunque hoy hay quien quiera comprar un bebé y se le olvide lo que implica como proceso. 

Cuando no tenemos paciencia y asumimos las cosas como terminadas las estamos matando y limitando su reinvención. El ansia de inmediatez implica objetivar, congelar, disparar a sangre fría a cada parte de la vida. Es un signo más de desposesión: el humano, casi como todo, deja de ser naturaleza, es sólo un apéndice de la máquina o un material a explotar. El mundo se ve sólo como una foto fija, algo separado, quieto, culminado. Por impaciencia planificamos todo: no permitimos el aburrimiento, no vaya a ser que en vez de concebir las cosas según nuestros planes preestablecidos, encontremos nuevos estímulos y vías que nos presenten la vida de una forma bella y distinta. Deseamos un "glow up" sin ser primero conscientes de qué somos ahora o disfrutar al pararnos y ver cómo lucimos hoy. No, queremos vernos como algo nuevo, ya, constantemente. No permitimos que las cosas sean realizadas o existan al margen de nuestra percepción porque sólo las concebimos como son pensadas y las sometemos a nuestro sesgo de confirmación. Asumimos que siempre es demasiado tarde, la vida ya está dada o puede acabarse en cualquier momento. Por eso, corremos con la lengua fuera para quitarnos de encima todos los sueños que creemos que debemos cumplir. Al final de la meta nos podemos sentir vacíos porque nos hemos perdido el proceso estando demasiado centrados en alcanzar lo que queríamos. Quizá ni siquiera nos preguntamos por qué deseábamos hacerlo en primer lugar.

Ser paciente no es conformarse, ni tolerar, ni consentir. Uno puede embarrarse de lleno en el proceso que las cosas conllevan y esperar admirando el cambio. De hecho, contra una vida meramente contemplativa, incito a la vida activa. Sentir la emoción al leer la historia de un amor a fuego lento, o slow burn, y disfrutar lo que puede joder la expectación por tener que atender en toda la novela hasta que por fin los protagonistas se besan. Aumentar la tolerancia a la frustración de la única manera que es posible: haciendo las cosas y haciéndolas mal para aprender a hacerlas después mejor, como diría Samuel Beckett. La paciencia activa es dedicar tiempo a cuidar, cuidarnos, cuidarme, un ejercicio donde ya estoy siendo aquello en lo que quiero convertirme, sin separar teoría y práctica. Debemos frenar para ser conscientes de que todo no sólo tiene un proceso, sino que es necesario ser parte activa de éste para conocerlo. Paciencia es aceptar decisiones, transitar duelos, convivir con malestares, ver las consecuencias de haber establecido límites. Paciencia es devolver al humano a su contexto social y natural, sus recursos y desafíos, unir una vida que se nos presenta separada, ser rama verde y no acero firme. Disfruto esperando algo mejor porque valoro la riqueza de saber cuánto cuestan las cosas brillantes, más si una tiene el placer de formar parte de ellas. Yo siempre espero, pero no lo hago sentada.

Más Noticias